Paseo
en solitario por las salas de la Casa Zavala. Su componente habitual, el que
ofrece de manera permanente la Fundación Saura, ha sido desmontado para dejar
paso a las dos exposiciones que Photoespaña trae a Cuenca, como un ejercicio de
pírrica resistencia frente a la crisis y a los malvados que se retiran a sus
cuarteles de miseria dejando sólo, en primera fila, al depauperado
Ayuntamiento, único soporte de esta singular cita anual con la fotografía. En
la planta baja, nada más entrar en el edificio, hay una muestra dedicada al
colombiano Nereo López, un ejemplar documento sobre las circunstancias de su
país, de la que me interesa singularmente cuanto tiene que ver con el ser
humano. Pero más allá del exotismo sociocostumbrista de esta propuesta, lo que
atrae la mirada (al menos, la mía) es la espléndida selección de obras que
componen la Colección Alcobendas, tras la que hay una no menos ejemplar
actuación municipal, la de ese pueblo madrileño que más allá de las
preocupaciones cotidianas propias de un ente de esa naturaleza, dedicó sus
afanes a coleccionar y conservar las fotografías galardonadas con los premios
nacionales de cada año. Verlas ahora, así, agrupadas, nos permiten obtener una
idea global de cómo ha evolucionado -a toda prisa, habría que decir- el arte
fotográfico en apenas medio siglo. Por ello, los trabajos realistas de
Francisco Catalá Roca (1966), Rafael Sanz Lobato (1967) o Ramón Masats (1969)
nos parecen pura arqueología, puestos al lado de la audacia de Ouka Lee, la
capacidad intimista de Cristina García Rodero o el documentalismo social de
Alberto García Alix (encabezando estas palabras, su fotografía “Mi primera
noche en Italia”, 1985), para llegar finalmente a los más modernos (Chema
Madoz, Gervasio Sánchez, Humberto Rivas), enfrascados en la experimentación
tecnológico-digital, la búsqueda de la fantasía y la abstracción, la
intromisión quizá en otros territorios artísticos, porque ahora ya todo anda
mezclado, en fusión, que dicen los entendidos. Hay aquí, claro, diversos
estilos, pues así viene sucediendo desde el comienzo de los tiempos y unas
visiones absolutamente diferenciadas, personales. Eso tan sencillo que es
enfocar y hacer click tiene detrás tantas variables como ojos y dedos hay en el
mundo. Y hay varios miles de millones. En solitario, como empecé, salgo de la
Casa Zavala. La prudencia me impide preguntar al encargado de la taquilla
cuántas personas han pasado ya por aquí. Si acaso alguien siente curiosidad al
leer estas palabras, le recordaré que la exposición estará visible y visitable
hasta el 28 de julio.
José Luis Muñoz. Una visión permanente sobre las circunstancias de la vida cultural en Cuenca, comentada con espíritu comprensivo y un punto crítico. Literatura, arte, patrimonio, cuestiones cotidianas, a través de la mirada de un veterano periodista.
viernes, 5 de julio de 2013
SONIDOS EN LA HOZ
Es interesante pasar de la teoría a los hechos. Durante
décadas, desde que Federico Muelas lanzó la idea, dentro de una amplia serie de
invenciones más o menos utópicas, de utilizar los espacios naturales de Cuenca
como escenarios adecuados para hacer en ellos teatro, música o lo que fuera
conveniente, la teoría se ha ido repitiendo durante generaciones. Algunos hemos
procurado llevarla a la práctica, con desigual fortuna. Ahora parece que los
impulsores del programa Estival Dawat, con Marco Antonio de la Ossa a la
cabeza, lo están consiguiendo. Llevar los sonidos de acá para allá requiere un
notable esfuerzo en cuanto a las infraestructuras necesarias, pero el resultado
bien merece la pena y a la vista está. Por ejemplo, en este enorme telón de
fondo que constituye el roquedo de la Hoz del Huécar, sirviendo de apoyo al
joven Enriquito y su divertida banda flamenca, haciendo música en el atrio del
convento de San Pablo, parador nacional de turismo (Detrás vendría el maestro
Pape Bao, un genio en esto de la música creativa y estimulante). Mientras el
país entero se asa bajo los severos rayos del sol, el aire fresquito corre por
los pasillos de la hoz y la barra del parador sirve generosamente bebidas a los
ansiosos, que eso es otra de las cosas buenas que tiene estar al aire libre:
poder disfrutar simultáneamente de los variados placeres que nos ofrece la
vida. Enriquito se divierte sobre el tinglado de los instrumentos y sus
colegas-compinches musicales le acompañan en la fiesta, a la que arrastran
buenamente al siempre frío público conquense, poco dado a las efusiones
entusiastas. Los sonidos, estoy seguro, se prolongan arriba y abajo, siguiendo
los entresijos del roquedo, para disfrute de gorriones, tordos, murciélagos,
ardillas y demás individuos de la fauna circundante. Y de los humanos, claro,
apaciguados en nuestro secular cabreo mientras la música jazz-aflamencada nos
adormece con el sueño de tiempos mejores.
miércoles, 3 de julio de 2013
CITA EN PRIEGO CON ANTONIO CARVAJAL
La cita, este año, en Priego, gira en torno a la figura entrañable y cálida de Antonio Carvajal (Granada, 1943). La cita es poética, sobre poetas y poesía, como viene sucediendo cada mes de julio desde hace ya mucho tiempo, exactamente desde que comenzó este siglo por el que vamos navegando a trancas y barrancas. Y es en Priego, donde quedó situado el curso por iniciativa de Diego Jesús Jiménez, cuya sombra protectora y benéfica continúa flotando siempre sobre quienes se reúnen en el centro cultural que lleva su nombre.
Leer y
entender la Poesía es el título genérico que engloba las sesiones, a medias
científicas -conferencias, mesas redondas- y a medias en forma de vivencias
personales, de lecturas. Porque la Poesía, defienden algunos ilustrados, es el
género que más y mejor se presta a ser leída en voz alta y si es por sus
propios autores, mejor aún. Leer y entender (y oír) la Poesía de Antonio
Carvajal, como símbolo del título adjudicado al curso este año, “Poesía y
crítica del tardo-franquismo al siglo XXI” es el propósito que reunirá en
Priego los días 9 y 10 de julio a estudiosos, críticos, investigadores y
alumnos, atendiendo al llamamiento de la Universidad de Castilla-La Mancha en
el curso que codirigen Martín Muelas y Juan José Lanz.
Allí
estarán Antonio Chicharro Chamorro, Juan Ramón Torregrosa, José Cabrera Martos, en
la primera sesión, centrada, como es evidente, en la figura del poeta que sirve
de referencia al curso y que luego será objeto de una mesa redonda con participación
abierta de todos los asistentes, para culminar el día con una lectura comentada
de sus propios poemas.
En la
segunda jornada, la temática será de ámbito general, a partir de la propuesta
que figura ya recogida en el título del curso y se abrirá con una conferencia
de Manuel Rico, para seguir con otra de Luis Bagué Quílez y una mesa redonda
final, moderada por Ángel Luis Luján Atienza, que buscará una puesta en común
entre todos los reunidos, teniendo como eje conductor la mirada sobre lo que
sucedió en el terreno poético en ese espacio llamado aquí tardo-franquismo y
que generalmente conocemos la transición.
En Priego,
durante esos dos días, estará, naturalmente, Antonio Carvajal, todavía con su
casi estrenado Premio Nacional de Poesía, concedido el año pasado por su libro
“Un girasol flotante”, en el que, como dijo entonces el jurado, se reconocía no
sólo la calidad intrínseca de la obra galardonada, sino también una trayectoria
excepcional en la moderna literatura española, en la Carvajal ha aportado su
especial sensibilidad para jugar con el lenguaje a través de la musicalidad de
los versos, con una temática esencialmente íntima y naturalista, que busca la
exaltación de todo aquello que tiene que ver con el carácter humano de los
seres (la amistad, el amor, la memoria) y su íntima vinculación con la
naturaleza.
Dos días en
Priego con Antonio Carvajal, con poetas, críticos y escritores, con alumnos
jóvenes (y mayores) que siguen valorando la capacidad vivencial de la poesía,
como elemento esencial de comunicación en este mundo marcado (aparentemente)
por las frías capacidades de la tecnología.
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