domingo, 27 de octubre de 2013

LA NUEVA BIBLIOTECA DEL SEMINARIO






            Con la paciencia infinita que milenios de existencia (dos van ya) otorgan a las cosas de la Iglesia, va cobrando forma la nueva Biblioteca del Seminario de San Julián. Sobre ella se han vertido algunas páginas, en ocasiones aisladas, y nunca los ríos de tinta que en verdad se merece. Por lo común, liquidamos el comentario con el aserto de que es la biblioteca más valiosa de nuestra provincia y una de las mejores de España, por el extraordinario número de volúmenes antiguos (incluidos casi un centenar de incunables) que atesora y por la admirable calidad de la mayoría de los títulos. La colección se ha ido formando a lo largo de los siglos, desde que se fundó el seminario, merced a sucesivas donaciones y legados, entre los que no faltan los procedentes de los conventos suprimidos en el siglo XIX y los realizados por diversos obispos y canónigos cultos que, al morir, dejaron sus bibliotecas particulares a este fondo.

            Pero siendo esto singularmente valioso en sí mismo, la biblioteca del seminario ha tenido siempre un pecadillo incorporado: su accesibilidad. Dedicada de manera prioritaria, por no decir única, a los estudiantes y profesores del centro, prácticamente no ha podido estar abierta al público, salvo a aquellos investigadores que, previa autorización, han  podido acceder a un recinto ubicado en los sótanos del seminario, en condiciones que nunca fueron brillantes ni cómodas. Situación que se corrige ahora, tras la remodelación de la iglesia de La Merced, adjunta al mismo edificio del seminario, rehabilitada con gusto y elegancia para proporcionar a Cuenca un nuevo espacio ciertamente digno de la ciudad antigua. De modo parcial, en los últimos años hemos tenido ocasión de ir apreciando este meritorio trabajo, gracias a algunos conciertos celebrados aquí. Ahora, en los últimos meses, un pequeño equipo de obreros manuales, dirigidos por el canónigo Vicente Malabia, responsable de la biblioteca, ponen a punto la instalación mediante la reordenación pausada de los volúmenes, que van siendo trasladado desde el anterior depósito, comprobados en el catálogo y depositados en su ubicación definitiva, con la perspectiva de que en un tiempo quizá no muy lejano la hermosa biblioteca pueda abrirse al público.

            Un fondo antiguo aproximado de 35.000 volúmenes y moderno de más de 40.000 pero la nueva instalación ayudará a desmontar un mito asentado en no se que momento histórico y repetido miméticamente de autor en autor (ya se sabe que los escribientes tienen una gran facilidad para copiar a pies juntillas lo que había dicho otro antes que él), el que atribuye a Alfonso Clemente de Aróstegui el capital fundacional básico de la Biblioteca, a la que habría entregado miles de ejemplares. No es para tanto, porque no pasan de 500 los que existen, sin que ello quiera decir nada, porque realmente la aportación de este intelectual originario de Villanueva de la Jara, de los pocos que realmente son dignos de ese título, fue extraordinariamente valiosa. Y así, entre unos y otros, los libros van siendo distribuidos, colocados, acariciados, hojeados quizá, alineándose cuidadosamente en sus estanterías, en espera de que el público pueda disfrutar de lo que, en verdad, va a ser un hermoso espectáculo, una de las bibliotecas más originales y bellas, objetivamente consideradas, de cuantas pueden verse en el amplio mundo nuestro.

 

 

DESPEDIDAS OTOÑALES



            Intento huir de la tendencia, casi natural en los seres humanos, a lamentar las pérdidas, las desapariciones, los cierres, los abandonos del tipo que sean. Eso, en los tiempos que corren, ciertamente poco favorables, ayudan a extender las ideas pesimistas que, creo yo, nos van invadiendo a todos, arrojándonos en brazos de sentimientos que invitan al abandono de toda esperanza. Y, sin embargo, sabemos que eso es así, será así: saldremos, nos recuperaremos y en el pasado quedará el recuerdo de estos tiempos de tristeza y amargura en el que nos ha sumergido un grupo político de insensatos a la vez que miserables.

            Dicho esto paso al eslabón siguiente que es, pese a todo, lamentar dos pérdidas que no han suscitado ningún comentario plañidero en nadie. Sencillamente, se han producido y ya está.




            Del centro de la ciudad, en el corazón mismo inmediato a Carretera y el parque de san Julián, ha desaparecido de la noche a la mañana la Churrería del Tío Santos, con raíces asentadas en el inicio del siglo XX. De vez en cuando leemos u oímos comentarios referidos a vetustos y entrañables cafés de las ciudades más emblemáticas y singulares del mundo. Los hay en Paris, en Madrid, en Viena, en Berlín, naturalmente. De Cuenca desapareció el que más se podía parecer a ellos, el Colón y ahora lo hace la Churrería, el último local, que yo sepa, que aún conservaba mesas con soporte de hierro y tablero de mármol, en un ambiente cercano, popular, casi castizo, si esa palabra tiene acomodo en Cuenca. La cerraron de la noche a la mañana, sin tiempo para tomar el último café con churros. Lo terrible es que en su lugar aparece un sitio llamado Torus Coffee, cuya sola mención estremece y más aún el interior. Debería haber una ordenanza municipal que en vez de hacer lo de todas -amenazar, castigar y multar- se dedicara a proteger el patrimonio, el auténtico, el de verdad. Pero me da a mí que los concejales no están para esas minucias.

                                       
            Arriba, en lo alto de la ciudad histórica, otro local ha echado el cierre y puesto el letrerito consabido de “se alquila”. Ya fue arriesgada su apertura -lo dije en su momento- y heroica la resistencia del promotor, Gustavo Villalba, pero la Galería Jamete, con su historia y vaivenes a cuestas se despide también y no se si en esta ocasión no será la definitiva, porque los tiempos, siempre los tiempos actuales, no están para alegrías culturales y menos, como es este caso, si no producen un mínimo capital circulante que ayude a mantenerla. Pasaron a la historia aquellos años en que en Cuenca se podía mercadear con el arte, en que había alegría compradora y varios coleccionistas se apuntaban de inmediato a todo lo que colgada en las paredes. En el casco antiguo solo la Jamete mantenía levantado el pabellón y ahora llega el momento de arriarlo. Estaría bien que alguien se atreviera a levantarlo de nuevo. Si ocurre, lo anotaré aquí mismo.
 
 

ADIÓS, AMPARO





       Encuentro, al azar, un lejano comentario, con origen en la triunfal Toledo, en la época aquella en que desde allí, a la sombra de Fuensalida, se generaban noticias, muchas noticias como ésta que voy a comentar, llamadas a ilusionar al pueblo fiel con una perspectiva de futuro que debería situarnos en el mejor de los mundos posibles, a la par -así se decía- que las comunidades más desarrolladas y felices que existir pudiera. La noticia, voy ya al grano, hablaba de los preparativos de la consejería de Educación y Cultura para poner en marcha la Filmoteca Regional, ese gran agente generador de cultura cinematográfica, a la vez que archivo visual de todo lo que fuera posible almacenar. Corría el año 1987 y todo pintaba de color amablemente rosáceo, abanicándonos con el suave aroma de unos proyectos sin fin. Por allí, en ese entorno, pululaban también la Compañía Regional de Teatro y la Orquesta Sinfónica regional. Pues todo, entonces, parecía posible. Si esas cosas estaban ya en Euskadi y en Cataluña, cosa normal y asumible, pero también en Castilla y León, en Valencia, en Galicia, y otros sitios más las estaban preparando, ¿por qué no también aquí? Los sueños, como dice Calderón, sueños son, pero mientras duran producen sensaciones placenteras, si son agradables. Luego, el despertar, ya es otra cosa y al cabo del tiempo, se olvidan.
       En esas cosas pienso mientras me uno a la despedida a Amparo Soler Leal y recuerdo imágenes suyas, como esta, en El crimen de Cuenca, aquella excepcional película de Pilar Miró que debería ocupar un lugar prioritario en esa hipotética Filmoteca de Castilla-La Mancha si alguna vez se hiciera, o de Cuenca solo, que es aún más difícil que la otra. Al fin y al cabo, son meditaciones tontas de un melancólico día otoñal.
 

 

 

viernes, 18 de octubre de 2013

RUINAS EN EL CASTILLO DE MOYA




En algún sitio, con origen que desconozco, ha saltado la alarma sobre el estado cada vez más deteriorado del castillo de Moya. Ciertamente, la noticia resulta sorprendente ahora: el castillo de Moya lleva décadas en progresivo estado de ruina, situación perfectamente conocida por todo el mundo, con la secuela habitual de lamentos de unos y de otros. Si ahora vuelve a recrudecerse la campaña será por algún motivo especial pero me temo que el destino de este nuevo coro de lamentaciones tendrá el mismo destino que los anteriores y ahora con mayor fuerza, porque existe una cosa llamada crisis, que viene al pelo para justificar todos los desmanes. Si hacen lo que están haciendo con la educación, la sanidad, la dependencia, incluso con la comida de un altísimo porcentaje de ciudadanos, ¿a quién importa una ruina más o menos?

            Esta opinión, propia de un cínico o, mejor, de un escéptico en materia de patrimonio, no impide en absoluto que me una a quienes lamentan la que se perfila como nueva pérdida, irreparable cuando se produzca el caso y ojalá aún pasen muchos años para ello. El castillo de Moya,  conserva partes muy destacadas de la primitiva construcción cristiana, pero nada de la anterior fortaleza árabe. El actual fue levantado en el siglo XV y aún pueden apreciarse los matacanes y una impresionante torre, todo ello de piedra sin labrar. Está situado hacia la parte meridional de la villa y por tanto controla todos los accesos no solo de esa dirección, sino también de las inmediatas E y O. La fortaleza está formada por tres recintos que se podían aislar del resto de la villa (ya que se encuentran al mismo nivel) mediante un fuerte muro que lleva consigo un foso excavado. Ese muro tiene una torre cilíndrica en cada extremo; en el centro se abre la impresionante puerta principal, flanqueada por otros dos torreones cilíndricos, ahora muy deteriorados.

            Ahora que los españoles disfrutan cada lunes viendo las andanzas y amoríos de los Reyes Católicos, no estaría de más volver también la mirada hacia esos personajes que aparecen entre bambalinas y en ocasiones saltan al primer plano, Andrés de Cabrera y su mujer, Beatriz de Bobadilla, personas muy cercanas a los monarcas, que premiaron su fidelidad y dedicación con el título de marqueses de Moya. A ellos se debe la consolidación y ampliación de la inicial fortaleza árabe y ellos, sin duda, se removerán en sus tumbas al ver cómo las generaciones presentes se entretienen en ver la TV y no en cuidar su herencia patrimonial.

EL AMIGO JAMETE

 
 


Este sábado, día 19, durante toda la jornada (o sea, hasta las cinco de la tarde, en que cierran las puertas), la Catedral de Cuenca podrá ser visitada al precio (simbólico, dicen) de un euro por cabeza de visitante. Se trata de celebrar el Día de la Catedral, jornada que se pretende realizar cada año a estas alturas iniciales del otoño. Varias son las actividades que el cabildo catedralicio ha preparado, por la mañana en forma de conferencias monográficas sobre distintos aspectos del edificio y por la noche, un concierto con los dos órganos a cargo de Gustav Auzinger y Luca Scandelli.

Dicen los promotores de la idea –que me parece muy positiva, y así lo comento aquí- que la finalidad de esta jornada especial es divulgar entre los ciudadanos una de las joyas del patrimonio conquense y agradecer las ayudas públicas que desde las instituciones ha recibido el templo y también las privadas. Entre las primeras hay que destacar la que recientemente ha destinado el Consorcio Ciudad de Cuenca y está permitiendo una intervención en la emblemática Capilla del Espíritu Santo mientras que entre las aportaciones privadas, cabe mencionar la restauración de los arcosolios de la Capilla de los Caballeros, que se está llevando a cabo gracias a la Fundación Caja Rural de Cuenca-Globalcaja. Y hay también en la nota oficial recuerdos agradecidos para intervenciones anteriores.

No estoy muy seguro de que un alto número de ciudadanos conquenses, adultos y jóvenes, sepan muy bien cómo es y qué tiene la catedral de Cuenca, pero también podría ocurrir lo contrario y quizá la mayoría sí está al tanto. Lo deseo fervientemente, del mismo modo que tengo conciencia clara de que otros muchos elementos monumentales y artísticos de la provincia se encuentran inmersos en la más deplorable de las ignorancias.

Del repertorio de actividades para este sábado hay un pequeño detalle que me ha llamado la atención. Una de las conferencias, la primera del breve ciclo, estará dedicada a realizar una visita guiada sobre El arco de Ramírez de Fuenleal, obra de Étienne Jamet. El lector poco advertido podrá pensar que se trata de un reciente descubrimiento que viene a unirse a otras joyas bien identificadas. No es eso. La autora de la conferencia, Laura María Palacios Méndez, historiadora del arte, persona culta y bien preparada, realmente experta en el asunto que lleva entre manos, ha tenido la humorada (no se si decir pedantería intelectual) de rebautizar así al que todos conocemos como Arco de Jamete. Claro que Jamete era francés, claro que se llamaba realmente Étienne, pero hay una serie de conocimientos y evidencias asentadas por el uso del tiempo, con fuerza suficiente para alcanzar categoría de solidez científica sin necesidad de poner las cosas manga por hombro. Déjennos llamar Esteban Jamete al bueno de Étienne y Arco de Jamete al que desde tiempo inmemorial viene llamándose así y pongan un poco de freno a tantas ansias de introducir modernidades y renovaciones con forzado calzador.

Pero, de todos modos, vayan el sábado, y el domingo y cualquier otro día de la semana y del año, a visitar la catedral y admirar el Arco, como quiera que se llame.

martes, 15 de octubre de 2013

OBJETOS ENCONTRADOS




Como vivimos tiempos ciertamente confusos, no se ha publicitado demasiado (en realidad, yo creo que nada) la notable noticia de que Cuenca tiene a mano un nuevo museo. Sencillamente, hace unas semanas abrió sus puertas y ahí está, en el mismísimo corazón de la ciudad, en la Plaza Mayor o, si queremos hablar con pureza y propiedad, al lado, en la calle Pilares pero, eso sí, con balcones a la plaza, circunstancia que con oportunidad pregonan quienes rehabilitaron este inmueble, al que vienen llamado así, El Balcón de la Plaza. Aquí estaba, y es una referencia histórica conveniente de saber (o recordar) la casa familiar de los Guzmán y Viloria, antigua estirpe de raigambre conquense venida a menos, como tantas otras y aquí, en el edificio debidamente restaurado por una de las personas que más sabe de esas cosas, el arquitecto Arturo Ballesteros, se han intentado diversas opciones de uso, todas ellas condenadas a morir a poco de iniciarse. Como no es cosa de andar entremetiendo noticias del pasado, dejemos estar todos esos proyectos frustrados para volver cuanto antes al del momento presente, con la sencilla esperanza de que las cosas ahora vayan por mejores vericuetos y pueda prosperar durante una larga vida.
Estamos ante uno de los más encantadores recintos palaciegos de estilo rural serrano de cuantos se pueden encontrar en Cuenca. Es inevitable aludir al edificio emblemático de este tipo de construcciones, las Casas Colgadas, cuya imagen surge ante nosotros, en buena manera, a medida que vamos paseando por las salas y encontramos los amplios ventanales abiertos a la Hoz del Júcar (el gran balcón central es impagable) o las más recoletas ventanas a la plaza, la poderosa estructura de madera, generosamente dispuesta tanto en los apoyos como en las techumbres, las hermosas paredes blancas, el potente suelo de baldosa tradicional que bien pudiera haber sido cocida en uno de los antiguos hornos de alfarero... Todo es aquí placentero, invitación a contemplar la belleza, desahogo sensorial para que el espíritu encuentre el sosiego que los políticos y sus circunstancias nos niegan con la sucesión de disgustos que planifican y ejecutan cada día. Por esas salas, siguiendo el juego audaz de subidas y bajadas, entreteniendo la mirada divertida, a veces con inevitable sorpresa, seguimos la ruta que marcan senderos de libertad para ir encontrando los objetos encontrados que Antonio Pérez ha ido coleccionando a lo largo de la vida, para demostrarnos qué importante es caminar por trochas y arcenes con los ojos bien abiertos, viendo en miserables cachivaches cubiertos de polvo y barro las imágenes que los demás, adocenados al fin, no sabemos apreciar.
Tiene Cuenca un nuevo museo, el Museo del Objeto Encontrado, audazmente situado hace años en San Clemente y ahora desplazado desde la señorial villa manchega hasta la capital porque allí, dicen sus regidores (así andan las cosas municipales) no ofrece interés, ni a los naturales del lugar ni a los turistas. Y por eso se ha trasladado hasta la capital, al lado mismo de la Plaza Mayor, en el corazón de esta ciudad antigua que sigue viviendo sueños inmortales pese a las calamidades de cada jornada, para quedar ahora alojado, haciendo vivir al edificio una nueva etapa de su azarosa vida. Ojalá, digo yo, sea la última, y ahora sí el nuevo Museo haya podido encontrar el gran y definitivo objeto, la sede permanente donde alimentar sueños, imaginación y sonrisas.

lunes, 14 de octubre de 2013

FRASES PARA ANOTAR


Es un entretenimiento recomendable, a la par que inocente, anotas algunas frases de interés encontradas aquí y allá, en textos variados. Algunas de ellas, en ocasiones, sirven para ilustrar artículos de uno mismo, porque siempre está bien apoyarse en la sabiduría de otros. Y tras la introducción, el ejemplo.
Lo encuentro en Raúl del Pozo, en su columna de última página en El Mundo donde, cuando no se mete en vericuetos políticos de confusa interpretación, sino que hace lo que mejor sabe, destripar el alma de nosotros, sus contemporáneos, y exponer con la crudeza de una prosa envidiable las circunstancias en que nos movemos, nos ofrece auténticas perlas del buen periodismo, del excelente articulismo que él practica como pocos, para envidia de aprendices.
Y así, hace unos días (el 11 para ser precisos), siguiendo el hilo a los afanes desmedidos de un amplio sector de la derecha cavernícola nacional, por higienizar las calles de Madrid, ciertamente podridas de suciedad y melancolía por el tiempo ido, decía el buen prosista periodístico: "Ni las putas, ni los toros, ni los salteadores del presupuesto ha podido ser erradicados jamás del foro". Amén pues como dice Raúl en el título, "busconas y salteadores" han formado siempre parte de la esencia madrileña y así seguirá siendo.

domingo, 13 de octubre de 2013

LAMPEDUSA, UNA ISLA DE CINE


Esa imagen paradisíaca, la de una hermosa playa mediterránea, límpida y azulada, como corresponde al tópico, ocupada por docenas de hamacas y sombrillas que protegen a los bañistas del cálido sol de las costas sureñas, es la que nos había transmitido el tópico idílico, asentado con brumosas imágenes literarias, desde que su más ilustre hijo y habitante, Giuseppe Tomasi di Lampedusa, nos conmovió con aquel hermoso, melancólico relato, El Gatopardo, que Luchino Visconti llevó al cine en 1963. También estaba bastante idealizada, aunque ya con firmes vinculaciones con la realidad, otra película, esta mucho más reciente, Respiro, dirigida por Emmanuele Crialese en 2002 (la pudimos ver en el Cine Club Chaplin), muy ajustada en la exposición del mundo de pescadores y hoteleros ocasionales que forman el entramado humano de la isla italiana, aunque más cerca de las costas africanas que de las europeas y eso explica el desastre inconcebible (inconcebible antes de que llegáramos a este tiempo nuestro en el que todo ya es posible) que está sufriendo ese tranquilo y cinematográfico reducto isleño. Nada que ver esa imagen de postal con las otras, las reales y dramáticas (y eso que los bondadosos realizadores de TV procuran ahorrarnos dolores a la hora de comer) que nos han llegado estos días, terribles, y más aún cuando desde el extremo tranquilo de la Unión Europea, donde duermen, comen y descansan plácidamente los burócratas del continente, se nos dan buenas palabras que es como decir no estar dispuestos a hacer nada práctico ni útil para conseguir desmontar este terrible negocio y esta insufrible tragedia humana. Lampedusa no es ya una isla bonita, turística, como quisieran sus habitantes, sino una simple escala en el camino hacia el infierno que emprenden cada día cientos de desdichados africanos, convencidos de que es mejor morir en el mar o hacer de gorrillas en las calles de las ostentosas ciudades europeas, que malvivir en sus propios países. Y lo terrible es que quizá tengan razón.

viernes, 11 de octubre de 2013

UNA NUEVA LIBRERÍA EN CUENCA


No hace mucho tiempo me lamentaba del cierre de la librería El Cocodrilo, de tan corta como hermosa vida y antes, con más lejanía, también hubo que lamentar la despedida, abrupta y sin avisar, de Almudí, en pleno Carretería y entre ambas desapareció igualmente una librería pequeñita (Croquis), de vida siempre precaria, pero suficiente para mantener un mínimo receptáculo en el que los libros aspiraban a compartir espacio con bolígrafos y mochilas. Son cosas que vamos aceptando con la mansedumbre que inspira a los seres humanos cuando nos enfrentamos a lo que parece inevitable. Pero miren por dónde, de manera inesperada por no decir asombrosa (y podemos decirlo también: inesperada y asombrosa) surge una librería nueva, con título alusivo a lo que ofrece, Libreralia, situada en uno de los fragmentos que dan forma al corazón de Cuenca, en la plaza llamada de la Constitución, aunque no consigue liberarse del título adjudicado por el habla popular (y que no repetiré aquí, para ver si así se va olvidando). Es una librería no muy amplia, lo cual tiene una virtud, porque obliga a sus dueños a seleccionar lo que exponen, a diferencia de esas otras mamotréticas que ponen a la vista miles de títulos, bien apretaditos, e incluso muy altos, a los que resulta difícil llegar, fastidiando, entre unas cosas y otras, a quienes nos gusta tomar el ejemplar, tenerlo en las manos, pasar hojas, leer la solapa y demás maniobras propias de este entretenimiento. Decir que en Cuenca hay una librería nueva es, desde luego, una noticia singular, que rompe, por ahora, la monotonía de lamentos que vamos desgranando continuadamente en torno a las miserias de la actividad cultural.

jueves, 3 de octubre de 2013

BIBLIOTECAS: UN BIEN ESENCIAL



Muchos ayuntamientos (¿muchos o todos?) tienen problemas. Heredados, claro. Todos los problemas son siempre heredados. Unos los heredan los alcaldes del PP y otros los alcaldes del PSOE, pero todos los heredan. Para arreglar el desaguisado general hay que restringir gastos. No solo eso: algunas potentes maquinarias de hacer dinero amenazan con cortar el suministro de sus productos. Lo están haciendo las eléctricas: cortarán la luz en pueblos y ciudades, avisan, si no se les paga lo mucho que se debe. Lo harán empezando por aquellos servicios que no son esenciales. He ahí la madre del cordero. ¿Qué es esencial? ¿Cómo se define eso? ¿Quién toma la decisión? Sin que nadie de la cara, ya sabemos cuales son los servicios no esenciales. Por ejemplo, las bibliotecas. Es natural. Mantener encendidas todas las noches de todos los días las calles de un polígono sin edificar, eso es esencial; iluminar las calles en las fechas navideñas, eso es esencial; mantener los semáforos funcionando todas las noches aunque por las calles no circule ni un gato despistado, eso es esencial. Una biblioteca no es esencial. Cómo va a ser esencial que la gente quiera leer, libros o periódicos, o sacar ejemplares para llevarlos a su casa. Cómo va a ser esencial una actividad tan poco interesante. Así que cuando llegue la hora, se apagan las luces, se cierran las bibliotecas y ¡hala! a pasear al parque, que hace buen tiempo. Tampoco es esencial, ni importante, ni necesario siquiera, pagar puntualmente el sueldo a los bibliotecarios (que, casualmente, casi siempre son chicas, jovencitas, ilusionadas, encantadas con su trabajo). Estremece saber que hay algunas que llevan meses y meses sin saber lo que es una nómina. Y más aún estremece oír con qué desparpajo (¿o habría que decir desvergüenza?) algunos alcaldes y concejales hablan de cerrar la biblioteca, porque al fin y al cabo, para cuatro viejos que van a leer el periódico y otros cuatro niños que mejor estarían todos en sus casas viendo la televisión, nadie echaría en falta un servicio que no es esencial. En estos tiempos de penuria y desconcierto, quienes tenemos aún un mínimo de sentido común y otro de sentido de la estética (cosa que, como sabemos, incluye también a la ética) deberíamos sentirnos firmes en la reivindicación constante, sin tapujos ni medias tintas, del papel que corresponde a las bibliotecas públicas siempre, en épocas de crisis y en las de bonanza, que algún día volverán, mal que les pese a los agoreros.

 

 

miércoles, 2 de octubre de 2013

LA FANTÁSTICA MÁQUINA REAL



Conviene no perder de vista, menos aún olvidar, este curioso a la vez que inteligente (y más cosas: atractivo, divertido, estimulante) artilugio llamado La máquina real. Aterrizó entre nosotros hace un par de años y cobra vida de manera esporádica, en temporadas aisladas, alejadas en el tiempo, pero siempre capaces de suscitar la admiración de quienes acudimos a contemplarla. No hay noticias de que este invento barroco, integrante de la prodigiosa cultura teatral de aquella época, hubiera tenido entonces cabida en la benemérita ciudad de Cuenca pero como un prodigio de magia, aquí lo tenemos ahora, en este tiempo de pasotismo cultural para ayudarnos a recrear un tiempo ido, perdido quizá, envuelto en la magia de lo desconocido. La máquina real actuaba en corrales de comedias, como las compañías de seres vivos, solo que ella estaba integrada por muñecos articulados movidos por hilos. Eso, a simple vista, se parece a los actuales guiñoles, pero hay una diferencia muy acusada: entonces se interpretaban comedias de verdad, obras completas, con su estructura en actos y con su texto completo, algunos debidos a las primeras figuras de la dramaturgia, como Mira de Amescua y Lope de Vega, cuyas obras El esclavo del demonio y Lo fingido verdadero hna sido representadas de manera repetida por esta versión conquense de La máquina real. Además, como propinas necesarias en aquellas maravillosas representaciones, cuando el teatro era realmente la fiesta nacional (y no el sucedáneo al que ahora se da ese apelativo), había música en directo, entremeses, bailes, charangas, parodias y todo lo que se les pudiera ocurrir a sus responsables para entretener durante varias horas al personal.

La máquina real conquense, reconstruida por el equipo que encabeza Jesús Caballero, es un auténtico escenario a escala, de seis metros de ancho por cuatro cincuenta de alto y cinco de fondo, dotado de los ingenios necesarios para poder representar las comedias barrocas para títeres. Detrás de la boca de la escena se encuentra la maquinaria escénica, formada por cuatro varas de la que se pueden colgar bastidores, luces, poleas y demás elementos necesarios junto con otras tres varas para los telares de decorados, sin que falten el bambalinón y el telón de boca. El responsable de este peculiar y bellísimo montaje nos informa además de que tienen preparados casi 50 muñecos, elaborados de acuerdo con los cánones tradicionales castellanos del siglo XVII, con 80 centímetros de altura las figuras masculinas y 65 las femeninas, tallados unos y otros en madera de tilo, policromados y complementados con los necesarios vestidos elaborados también con tejidos de la época, en especial sedas y terciopelos.

Pero hay algo más, quizá mucho más, que desborda la escueta, quizá fría, descripción técnica o aportación de datos numéricos. Ese algo más se llama encantamiento, belleza, poesía, magia. Estas figuras que ahora nos contemplan, expuestas en la iglesia de San Andrés, vienen a ser como una recuperación fantástica del tiempo ido, una recreación magnífica de situaciones en que las gentes y el teatro se sentían identificados en el común propósito de vivir intensamente la vida, pasando sin transición de la calle y sus circunstancias a los corrales de comedias, como si todo fuera lo mismo, pues en verdad todo venía a ser un fantástico sueño en el que se intercambiaban las vivencias y los encantamientos.

La máquina real descansa ahora, cubierto el compromiso de celebrar aquí con ella el vigésimo aniversario de la formación del grupo de Ciudades Patrimonio de la Humanidad, pero los muñecos siguen existiendo, plácidamente expuestos en San Andrés, donde aún podremos admirarlos algún tiempo más.