jueves, 19 de diciembre de 2013

RUBÉN NAVARRO EN EL AUDITORIO



No se si es una buena idea utilizar el Teatro-Auditorio de Cuenca como sala de exposiciones. Durante los 14 años que lo dirigí se hicieron algunas, casi todas en contra de mi opinión, pero las acepté por no llevar la contraria más de la cuenta a quienes pretendían hacerlas. Creo que de ninguna de ellas quedé satisfecho, porque pensaba –y sigo pensando- que no es un buen sitio para hacer exposiciones y menos artísticas, de la misma manera que el público que acude a verlas no lo hace atraído por el mérito de las obras expuestas o el prestigio del artista o la curiosidad por apreciar los valores del montaje.

Pese a ello, hay muchos que no comparten mi opinión –y hacen bien, faltaría más- entre los que se encuentra Rubén Navarro, que ha elegido este sitio para mostrar su obra y lo digo aquí y ahora porque quedan pocos días para contemplarla, hasta el 29 de este mes, si no estoy equivocado. Lo recomiendo calurosamente, porque aparte mi diatriba (quizá innecesaria) sobre el lugar de la exposición, la obra del ceramista conquense (aunque nacido en Villarrobledo, en 1971) tiene tanto mérito, tanta fuerza expresiva y tan grande es su capacidad innovadora, que bien merece ser conocida, siguiendo pausadamente los trazos y el audaz colorido que impregnan estas formas que, heredadas de la tradición alfarera conquense (su padre, Adrián, es un buen ejemplo) se adentran temerariamente en la modernidad para conseguir un espectacular repertorio de propuestas cargadas de intencionalidad y sentimiento.

Son diecisiete piezas las que aquí pueden verse, entre las que se incluyen  murales cerámicos, y piezas realizadas en el torno del alfarero.  Nada que ver, me parece (y está claro que no soy un experto) con aquellos pasos iniciales, de aprendizaje, en la Escuela de Manises, donde participó en su primera exposición colectiva antes de emprender el vuelo en solitario, marcando distancias con otros artistas y estableciendo una original concepción de un territorio en el que todo parecía estar inventado, sujeto a los cánones clásicos de la funcionalidad. Varios premios le acompañan ya, aunque no parece estar muy preocupado por estas cuestiones competitivas.

LA MEMORIA COLECTIVA Y EL TIEMPO PERDIDO



Desde hace unos años se vive en Cuenca (quizá en todas partes, no hay que pensar que en esto somos excepcionalmente originales) una auténtica fiebre por encontrar, conseguir y almacenar fotos antiguas. Los nuevos mecanismos de información y difusión, este que ahora mismo sirve para propagar estas palabras, contribuyen a ir formando esa enorme colección de imágenes recuperadas del pasado, que unos pretenden conservar amorosamente, sin ganas de compartirla con nadie y otros, al contrario, cuelgan en la red cualquier objeto gráfico que cae en sus manos, sin importarles mucho que en apenas unos segundos pasen a ser propiedad del colectivo. Hay excepciones, como algunos que se consideran propietarios exclusivos de unas imágenes atrapadas en tiempos remotos y se creen con facultades para ejercer nada menos que derechos de autor.

La Biblioteca Municipal de Cuenca, situada en el Centro Cultural Aguirre, ha creado una página web en la que pretende ir recopilando la historia de la ciudad a través de documentos no sólo procedentes del archivo municipal, sino con el protagonismo de la colaboración ciudadana y para ello se ha pedido la colaboración de todo el que quiera enviar fotos, textos o cualquier tipo de documento que pueda servir para ilustrar o contar cómo era Cuenca en otra época. En esta recopilación se pretende conseguir una memoria colectiva a través de las memorias individuales en las que prevalece más el sentimiento y el testimonio de quienes lo vivieron que los puros datos documentales.

Es una iniciativa del máximo interés, que merece la pena ser conocida y visitada y también, por qué no, incrementada con aquellas aportaciones que cada cual tenga al alcance de la mano y quiera compartir con los demás. De esa manera se elabora, sí, la memoria colectiva, pero también se intenta recuperar, hasta donde sea posible, el tiempo perdido, porque si ha habido alguna característica señalada en esta ciudad nuestra es la facilidad con que se han ido tirando a la basura papeles, libros, periódicos, fotos, documentos y cualquier cosa que, por vieja, se considerada inservible. Y así resulta que nos faltan imágenes de cosas tan extraordinarias como la fachada antigua de la catedral, de la que no ha sobrevivido ni un triste boceto o dibujo que nos permitiera al menos adivinar cómo era. Y no es el único ejemplo, porque los hay a docenas. Así que, como dice el refrán popular, más vale tarde que nunca.

 

lunes, 9 de diciembre de 2013

TRISTE Y SOLA



Cae la noche -o la tarde, anocheciendo- sobre una Carretería envuelta en las brumas del silencio, compañero inevitable de la soledad. El día festivo agoniza y los pocos turistas que durante el día animaron algo el desangelado paisaje urbano en que se ha constituido el centro de la ciudad han ido desapareciendo, refugiándose quizá ya en trajín del regreso o quién sabe si en el cálido aposento de sus hoteles, si han tenido la poco frecuente idea de quedarse un día más en busca de algunas de las escasas emociones que ofrece la estancia aquí. Desde luego, ninguna esta tarde festiva, tan ajena a las propuestas que en cualquier otro sitio se ofrecen tan generosamente para distracción de propios y extraños. Donde quiera que estos hayan ido, es claro que ya no están ocupando la vieja rúa decimonónica que con espíritu nostálgico cantaron algunos escritores antiguos, no muchos, es cierto, pero hubo un tiempo en que Carretería podía servir como analogía de otras similares que marcan  las ciudades de abolengo señorial y pueblerino, pues ambas cosas se pueden ser a un tiempo. Ahora, en esta tarde desapacible, por fría y festiva, las puertas de los comercios están rigurosamente cerradas, salvo una que tras su título americanizado oculta, cómo no, la amarga actividad de unos chinos, esos seres que, trasplantados a la vida de occidente, no parecen tener otro horizonte vital que estar todo el día en sus comercios, a la espera de algún cliente dispuesto a comprar cualquier cosa, aunque sea de ínfima calidad, con tal de que resulte barata. Casi enfrente, también la cafetería Ruiz permanece estoicamente abierta, lanzando al pretil de la acera  la luminosidad de su permanente propuesta de dulces, bollería y meriendas apetecibles. De punta a punta de la calle, la penumbra lo envuelve todo, para corresponder con justicia al título bien ganado de Cuenca como la ciudad más oscura del occidente europeo, aquella en la que con más tardanza se encienden las luces llamadas a alumbrar el paseo, como si existiera una soterrada voluntad de ocultar a las miradas la visión ingrata de la deteriorada imagen de la antigua rúa decimonónica. En el centro de la calle aún sobreviven algunas de las terrazas que animaron tanto el ya desaparecido verano. Sombrillas cerradas o inexistentes, mesas vacías, sillas envueltas en el frío de las horas y el tiempo, vacías; ni siquiera sus más firmes usuarios, los fumadores empedernidos, se atreven a ocuparlas. Los escaparates, su mayoría, también permanecen a oscuras, contagiados del ánimo lúgubre que enseñorea toda la calle. No hay bancos abiertos a los que acudir, supermercado en el que comprar cualquier cosa, tiendas en las que entrar ni, sobre todo, gentes propicias para ejercer el mayor activo social inherente a la vieja Carretería, la afición a la tertulia placentera, en cualquiera de sus esquinas. Languidece la calle en esta hora del atardecer festivo, en este otoño triste como todos, en esta ciudad apagada, envuelta en las tinieblas oscuras de un futuro cada vez más incierto.

jueves, 5 de diciembre de 2013

LAS DESDICHAS DE MANGANA



Me pregunto qué extraña y pertinaz mala suerte persigue a la torre de Mangana, a sus alrededores, a las ruinas encontradas a sus pies. A todo, en fin, lo que tiene que ver con ese desgraciado paraje. Me pregunto, también, qué pasa en esta ciudad, derrotada, abandonada, sin ánimos suficientes para reaccionar de alguna manera ante los despropósitos que caen sobre ella, haciéndola víctima inocente de algún mal de ojo misterioso que convierte en sal derretida todo lo que tiene que ver con alguna esperanza de tiempos mejores. Solo así se puede explicar que después de doce años, cuando por fin parece llegada la hora de solucionar el problema y empiezas las tan esperadas obras, a menos de dos meses de su inicio la empresa abandona la tarea porque ha descubierto que se equivocó en los cálculos y tiró tan por lo bajo que es imposible realizar el trabajo que había conseguido. Este es un mal histórico y por más que se producen casos reincidentes, la administración sigue erre que erre haciendo lo mismo una y otra vez. Se proyecta una obra, se prepara el presupuesto, parece que los dineros están disponibles, se anuncia la subasta y se concede la obra a la oferta más barata. Teóricamente se deben tener en cuenta otros factores correctores, encaminados a tener la seguridad de que la empresa candidata ofrece garantías técnicas, solvencia profesional y seguridad en el trabajo. Hay también un concepto, llamado baja temeraria, que cualquiera que sepa sumar y aplicar porcentajes descubre de un vistazo, pues no es comprensible que si los técnicos han valorado la obra en equis euros llegue la empresa y diga que lo hace por la mitad. Algo falla ahí, algo huele a podrido en todas partes y no solo en el escenario hamletiano. Pues da lo mismo: una y otra vez se incide en el mismo error, una y otra vez nos encontramos con obras canceladas a medias o con empresas que a la vuelta de la esquina exigen una revalorización del presupuesto. Mangana, la verdad, no tiene la culpa. Los conquenses tampoco, ni los visitantes, pero esta ciudad que de puro mansa ha entrado ya directamente en el reino de los cielos, soporta estoicamente esto y lo de enfrente. Nadie protesta, nadie reacciona, todos callan. Y Mangana, otra vez, un año más, secuestrada, sin que podamos pisarla.

martes, 3 de diciembre de 2013

REENCUENTRO CON PEPE ESPAÑA



Pepe España ha vuelto a Cuenca. Lleva ya un par de meses entre nosotros. Primero estuvo en la Fundación Antonio Pérez, en el edificio carmelitas y ahora sigue en su seno, pero en San Clemente. Lo cual, dicho de paso, es un excelente pretexto para viajar a la villa manchega, visita que siempre se agradece.

Veo la imagen de Pepe España en uno de los paneles biográficos que acompañan la exposición; necesariamente retrocedo en el tiempo hacia las fechas que ahí se indican e intento rememorar también, con la viveza necesaria, mis encuentros con el artista, las entrevistas que hicimos, las palabras que escribí en aquellas ocasiones. Hay un hilo sentimental que nos vincula: la fecha, 1965, cuando él llegó a Cuenca, es también el año en que yo empecé a ejercer de periodista. Estamos así en el origen de todo, como si el resto del mundo no existiera, ni antes ni en ningún otro sitio.

Paseo por la sala, más de una vez, atraído por esa fórmula creativa envuelta ya hoy por la pátina del tiempo en forma de clasicismo moderno, pero que en su momento fue original, novedosa, rompedora. Está ahí la serie “La Cinta”, realizada en 1970 y formada por catorce cuadros, con los que Pepe España entró en la más absoluta y rabiosa modernidad, rompiendo con fórmulas en cierta manera tradicionales que estaba desarrollando hasta entonces y que Alfonso de la Torre, el responsable de la exposición, define con palabras tan certeras que es mejor reproducirlas y no inventar otras susceptibles de ser menos apropiadas: “Mirada sobre lo pop, aire conceptual, nueva figuración, ecos de la imagen fotográfica, reflexión metafísica sobre el sujeto sometido al cerco de la cinta”. Está el artista a caballo entre la figuración inicial y el abstracto al que se acerca, sin atreverse todavía a lanzarse en plenitud hacia aguas que quizá le parecían procelosas, arriesgadas, como todo lo nuevo, aunque no desconocido.

Paseo por esa sala, acompañado por la obra de Pepe España, rejuvenecido yo también por esas imágenes sugerentes, misteriosas algunas, cálidas casi todas, con un aporte de sentimentalidad, como si ambos estuviéramos paseando por las calles de Cuenca o charlando plácidamente en su estudio o compartiendo copas en cualquier bar de la parte alta. Vuelve al origen Pepe España y ambos paseamos, casi de la mano, por estas calles que en 1965 nos acogieron para seguir caminos en apariencia divergentes, el periodismo y el arte, pero que nos permitió encontrarnos en muchas ocasiones, hasta la definitiva separación, cada cual siguiendo su propio sendero vital. El de Pepe vuelve ahora a Cuenca y ha sido estimulante (también melancólico, por qué no) volver a encontrarlo.

lunes, 2 de diciembre de 2013

LAS BARBAS DEL VECINO



No creo que nadie se haya alegrado del cierre de Canal Nou, la televisión autonómica valenciana. Menos aún nos podemos alegrar los periodistas y menos todavía quienes ya antes habíamos pasado por esa experiencia, traumática hasta donde sea posible imaginarla. El poder no debería tener la capacidad de decidir cuándo hay que echar el cierre a una empresa, sea de elaboración de cosméticos, fábrica de calcetines o sistemas de mecánica rápida. Y no debería tenerlo, de ningún modo, en el caso de los medios informativos. Ellos, los del poder, cerraron Diario de Cuenca, en una actitud miserable que dejó sin periódico a esta provincia en el año 1984, sin que la sociedad fuera capaz de reaccionar de manera activa para impedir semejante actuación pirata de aquel gobierno (el mismo que en su campaña electoral había prometido hacer todo lo contrario, abriendo así el generoso camino a los incumplimientos sistemáticos de las promesas electorales, que son hoy el pan de cada día). La sociedad valenciana sí ha querido reaccionar, al final, cuando ya no había remedio. Lo ha hecho olvidando que durante años han denostado la asquerosa calidad, la cantidad de perrerías que esa TV ha estado cometiendo durante más de dos décadas, mal informando, manipulando, actuando servilmente siempre hacia las decisiones de sus gobernantes. Ahora, el último día, los trabajadores se dieron cuenta de que nunca jamás habían permitido que a sus cámaras y micrófonos accedieran las víctimas del terrible accidente del metro en la estación de Jesús y ahora sí, el último día, han dado la voz a quienes han sido marginados por ellos mismos, cómplices de los dictados del poder. No me alegro del cierre de la TV autonómica valenciana, pero en su historia llevarán siempre colgado el estigma de haber incumplido la sagrada obligación de informar, ser veraces y actuar con honestidad. Hacerlo el último día no les justifica. Más bien el caso debería servir de ejemplo para otros similares. Se han debido dar cuenta en TVE, la pública, la primera de todas, cuyo comité de redactores alerta de lo que está sucediendo, con una información cada día menos creíble, más banal, donde se da prioridad a lo intrascendente y se diluye lo que importa, en una sutil forma de dar satisfacciones al gobierno que todo lo puede y todo lo controla. Y también debería servir el ejemplo para otras televisiones, alguna muy cerca de nosotros, ejemplo de manipulación descarada y parcial seguimiento de consignas. La imagen irreal que transmite diariamente la TV autonómica de Castilla-La Mancha demuestra su perfecta inutilidad, su inadecuación al mundo y al tiempo en que vivimos. Es un medio insustancial, vacío, falso, que no echaríamos de menos si también lo cerrasen. Aunque en el último día hubiera lloros, lamentos y manifestaciones.

EJEMPLOS POSITIVOS



Con alguna frecuencia podemos encontrar en los medios informativos noticias, comentarios, anuncios o cualquier cosa parecida que nos habla de las iniciativas que las ciudades españolas, casi todas, desarrollan de manera constante para mantener vivas la esperanzas y activos los ánimos, fórmula verdaderamente eficaz con la que combatir la ola de pesimismo y amargura que el poder monclovita y sus ayudantes vienen difundiendo por todas partes. Gracias a ellos, una parte considerable del país empezó a creer que las cosas son así porque tienen que serlo, o como repiten los papagayos, “como no puede ser de otra manera”, olvidando que sí, que todo, cualquier cosa, puede ser de otra manera, pues hay diferentes modos de afrontar la realidad y sus problemas. Por eso las ciudades, de signos muy diversos, vienen mostrando una muy valiosa actitud de inconformismo, poniendo al mal tiempo buena cara y a las dificultades, imaginación. Si miramos a nuestro alrededor, desde el soporte imperturbable en que se asienta Cuenca, podríamos pensar que nada puede hacerse; todo el mundo parece haber tirado la toalla y apenas si aparecen fuerzas suficientes para mantener la conciencia y la rutina diaria. Hasta aquí no parecen llegar los ecos de lo que sucede en esas otras ciudades, como la Coruña del pasquín ilustrador, que hace de la cultura bandera y proclama energética, mientras esta otra ciudad nuestra, empeñada un día no muy lejano en querer presentarse como “la capital cultural de Castilla-La Mancha” y que incluso un alcalde temerario quiso ponerla en relación con Salzburgo, como emporio musical europeo, languidece, adormecida, incapaz de hacer revivir viejas realidades abandonadas -el Espacio Torner, el festival de cine, Ars Natura- y menos aún de inventar otras nuevas. Uno tiene derecho a sentir envidia, sana o perversa, lo mismo da, pero envidia, de esos lugares en que son capaces de inventar, imaginar, emprender y no dedicarse solamente a lloriquear porque no hay dinero.