miércoles, 29 de mayo de 2013

REENCUENTRO CON ALICIO GARCITORAL

 

                          


            De un modo ciertamente inesperado (al menos hasta hace un par de semanas) se ha producido
el reencuentro de Cuenca con uno de esos personajes (tantos ya, docenas) sumidos en el olvido cuando
no la incomprensión o el desapego. Alicio Garcitoral (Gijón, 1902 / Quincy, Massachusetts, 2003)
tuvo una corta, pero en verdad muy intensa, relación con Cuenca en los meses iniciales de la República,
cuando fue nombrado gobernador civil el 26 de agosto de 1931, cargo en el que permaneció apenas
cuatro meses y medio, pues fue cesado el 18 de enero de 1932. Tan escueta presencia refleja con
claridad, aunque sea un caso anecdótico, el profundo drama institucional, político e incluso personal
en que estuvo sumida la República y que habría de conducir finalmente a la desintegración del régimen
y la guerra civil. Pues, en efecto, Garcitoral, republicano convencido hasta el punto de actuar como un
misionero activista, dispuesto a convencer a todo el mundo y a toda prisa de las bondades del sistema,
sin tener en cuenta las limitaciones de una provincia agraria, rural, analfabeta y conservadora y, lo que
es peor (fue peor para él y para el régimen) sin tener en cuenta que ni siquiera sus presuntos compañeros
de viaje estaban convencidos de la bondad del sistema. Zancadilleado desde el interior, boicoteado por
otras instituciones (singularmente por el obispado) e ignorado por el pueblo, la pretensión del
gobernador civil de imponer la República a toda costa chocó con un muro infranqueable y fue
destituido de inmediato por los mismos que le habían nombrado. Aún ocupó algunos otros cargos,
de escasa relevancia, en el gobierno antes de que, nada más iniciarse la guerra civil, emprendiera el
exilio a Buenos Aires y luego a Estados Unidos, donde se radicó de manera definitiva hasta morir
cuando tenía ya 101 años, manteniendo incólume en la firmeza de sus ideas republicanas a través de
 una obra literaria muy fecunda aunque mínimamente conocida en España, a través de ensayos
políticos e históricos en los que siempre buscó una interpretación del modo de ser y estar de los
españoles, a los que intentó comprender aún desde la distancia.

            En su obra literaria narrativa ocupa un lugar excepcional la novela “El crimen de Cuenca”,
calificada por los estudiosos como relato político-social y testimonial necesario para un mejor
conocimiento de lo que fue (intentó ser) la República, sus circunstancias y los motivos del fracaso
colectivo de un intento que apenas si consiguió alcanzar niveles de mínima consolidación. Escrita de
una manera desgarrada, apenas en cuatro meses, sin concesiones estilísticas de ningún tipo, con una
expresión directa en la que las descripciones ambientales dejan paso a un lúcido análisis de la situación
de la provincia, la obra refleja con trazos enérgicos la situación de la provincia de Cuenca, la actuación
de los grupos de poder, los obstáculos impuestos a la consolidación de las ideas democráticas y
participativas, la resistencia del estamento caciquil, la incomprensión de las clases populares y, en fin,
la existencia de tensiones frente a las que el joven y animoso gobernador pretendió imponer sus
criterios, chocando con un auténtico muro que finalmente dio al traste con su propósito.

            La novela fue publicada inicialmente en 1932 y de ella se hizo una edición facsímil en 1981
por Editorial Ayuso, con estudio introductorio de José Esteban. Pese a estas dos versiones, puede
decirse que “El crimen de Cuenca” es una de esas extraordinarias joyas literarias que pululan por los
anaqueles de lo desconocido, de donde los recupera ahora Juan Carlos Peñuelas, autor de un nuevo
estudio que ayuda a situar con perspectiva moderna y nuevos datos la obra de Alicio Garcitorial que
de esa forma renace de sus cenizas para volver a vivir un nuevo periodo de actualidad. El estudio a que
nos referimos resulta singularmente brillante en la manera en que produce un acercamiento directo y
profundo a las circunstancias de la época, ayudándonos a conocer los entresijos, ciertamente
complicados, de la sociedad conquense, apenas dispuesta a admitir de buena gana el nuevo régimen
republicano y menos aún a aceptar dócilmente el proselitismo militante y activo desarrollado por su
joven y animoso gobernador. Peñuelas, que ha realizado su tesis doctora sobre aquella época en
Cuenca, acomete la difícil tarea de intentar descifrar las clases que Garcitoral incorpora al relato, en
forma de apelativos ficticios con lo que se ocultan los nombres reales y con referencia directas a
situaciones concretas no siempre bien localizadas. Se trata de un trabajo brillante y esclarecedor que 
nos ayudará a comprender mejor lo que pasó y por qué pasó. Y que, además, nos permite recuperar,
siquiera momentáneamente, la olvidada figura de Alicio Garcitoral, gobernador civil de Cuenca.

 


lunes, 27 de mayo de 2013

HONORES DESPUÉS DE MUERTOS


Este 24 de mayo, el pleno del Ayuntamiento de Cuenca ha conseguido una de esas cosas insólitas, tan infrecuentes que hay que señalarlo al comienzo del comentario: aprobar algo por unanimidad y sin que unos y otros se enreden en el habitual y ya aburridísimo "tú más" con que nos castigan de manera continuada. El acuerdo giró en torno a la figura del desaparecido José Luis Sampedro, al que se le otorga ¡ahora! la condición de hijo adoptivo. Como no es cosa de hacer aquí un esbozo biográfico de alguien, por otro lado, suficientemente conocido, recordaré solo la estancia del escrito (cuando aún no lo era) en Huete, durante la guerra civil; o su magnífico libro, El río que nos lleva, publicado a comienzos de la década de los sesenta del siglo pasado, sobre el apasionante mundo de los gancheros y que, aunque se desarrolla básicamente al otro lado del Tajo, en la provincia de Guadalajara, deja un resquicio para la internada en tierras de Cuenca, por la zona de Priego. Y ya en épocas moderna hay que recordar su constante vinculación a la ciudad, asistiendo un año tras otro a la concesión del premio Glauka por la Biblioteca Pública del Estado o para participar en cursos y conferencias. La pregunta final, la que late en estas palabras desde que escribí la primera, es sencilla: por qué no se le rindieron esos honores ciudadanos cuando aún estaba vivo, que se combina con otra parecida: por qué se está enviciando el Ayuntamiento de Cuenca en conceder honores póstumos, con lo bien que podría quedar haciéndolo en vida.

lunes, 20 de mayo de 2013

LA OLVIDADA FIGURA DE MANUEL CARDENAL



Los días del pasado

 

LA OLVIDADA FIGURA DE MANUEL CARDENAL

 

                                  

           Tal día como hoy, 20 de mayo pero del año 1920 se firma una Real Orden por la que se nombra catedrático de Psicología, Lógica y Ética en el Instituto de Segunda Enseñanza de Cuenca a Manuel Cardenal de Iracheta, entonces todavía un joven profesor (había nacido en Madrid en 1898) en los inicios de una carrera intelectual que habría de unir su nombre a los más destacados de la cultura española de la primera mitad del siglo XX. Discípulo de Ortega y Gasset y de García Morente, Cardenal quedó vinculado en sus inicios a la provincia de Cuenca, donde encontró la que habría de ser una de sus temáticas preferidas, la figura del infante don Juan Manuel y su obra literaria.

Desde 1344 don Juan Manuel vivió prácticamente todo el tiempo entre Alarcón y Castillo de Garcimuñoz, dándose por cierto que en este último lugar escribió parte de su obra. De hecho, el "Libro de la Caza" es un verdadero tratado de geografía sobre la Mancha conquense. A Manuel Cardenal debemos un muy lúcido análisis de esta obra capital y desconocida (fue reeditada por última vez en 1945) y especialmente de lo que a Cuenca corresponde en ella, pues explica: “En el obispado de Cuenca hace la descripción por riberas, lo cual da un singular interés geográfico y hasta científico a su relato. Enumera, en efecto, en este obispado, las riberas siguiendo un orden perfectamente claro y definitivo, comienza por el noroeste de la provincia -sistema hidrográfico del Tajo y del Guadiela- y sigue, describiendo un arco del Oeste a Este y de Norte a Sur, por Júcar y Cabriel; continúa cerrando el arco de Este a Oeste, por Záncara y Gigüela, arco que acaba de cerrar de Sur a Norte, traspasando la divisoria del Guadiana y de sus afluentes, hasta la del Tajo. De este modo, la descripción de las riberas que eran cazaderos de ánades, garzas, etc., pone ante el lector todo el sistema hidrográfico del obispado de Cuenca, sistema que como es sabido ha servido hasta no hace mucho para fundamentar una descripción fisicogeográfica de una región y que aún es pedagógicamente útil”.

Durante cuatro años vivió y enseñó en Cuenca Manuel Cardenal de Iracheta, quien poseyera una de las mentes más lúcidas aplicadas al pensamiento y el estudio de cuantos intelectuales han surgido en la España del siglo XX. Destinado inicialmente a desempeñar la cátedra de Psicología, Lógica y Ética, apenas un par de meses después, en julio de 1920, se le acumuló también la de Geografía e Historia. Cesó en su destino conquense el 31 de julio de 1924, trasladado al Instituto de Segovia y más tarde, ya después de la guerra civil, al de Las Palmas de Gran Canaria, donde se jubiló, fijando luego su residencia en Málaga, ciudad en la que moriría en 1971.

Miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, editor de clásicos literarios, como el Libro de la erudición poética, de Cerrillo de Sotomayor, investigador de temas muy diversos, articulista divulgador de conocimientos varios, escribió una Antología de don Juan Manuel (1942), una biografía de Gonzalo Pizarro, hermano del conquistador de Perú (1953) publicó también un trabajo de singular interés para la provincia de Cuenca: La geografía conquense del Libro de la Caza, publicado en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, en el que desmenuza con notable sabiduría y conocimiento la parte del territorio conquense reflejada en la obra de don Juan Manuel.

Durante sus cuatro años de estancia profesional en Cuenca, Manuel Cardenal utilizó sus ya importantes contactos con miembros notables de la intelectualidad española para vincularlos a la ciudad. A él se deben, por ejemplo, las visitas de Pío Baroja, al que le unía una profunda amistad y que en Cuenca encontró inspiración para una de sus novelas, de la que surgió el apelativo “Casa de las Sirenas”, aplicado a una de las Casas Colgadas.

Sirvan estas líneas de recuerdo a una figura de extraordinario valor en el seno de la cultura española, cuya vinculación con Cuenca ha sido prácticamente olvidada.

 

 




sábado, 18 de mayo de 2013

A CUALQUIER COSA LLAMAN ESCRIBIR

 
 
            Desde los más remotos tiempos, analistas de la comunicación intentan impartir doctrina sobre la confusión existente entre términos como información, publicidad, propaganda, crítica y otros similares. Se cuentan por kilos de papel los textos producidos, sin que a estas alturas de nuestro tiempo se haya conseguido llegar a una correcta clarificación del problema. Mejor dicho: las cosas están muy claras, al menos conceptualmente. Asunto muy distinto es que sea igualmente diáfana la aplicación, pues ahí anda todo mezclado en un batiburrillo difícil de deslindar. Veamos, por ejemplo, lo que pasa con el cine, singularmente con el español, que -teóricamente al menos- es el que más nos interesa. Se acaban de estrenar dos películas, Ayer no termina nunca, de Isabel Coixet y Combustión, de Daniel Calparsoro. Ambas han tenido su correspondiente cuota de “información” en las cadenas de TV, especialmente en la pública, que para eso lo es y está al servicio de los poderes igualmente públicos. Sus protagonistas, Javier Cámara y Candela Peña en el primer caso, Adriana Ugarte en el segundo, salen orondos y satisfechos todos ellos para comentar las maravillosas películas en que han trabajado y los presentadores de turno entran sin mayores problemas al trapo, sumándose al carro de los aspavientos elogiosos, con lo que un alto número de oyentes-espectadores creerá que se les está ofreciendo información cuando en realidad se trata de publicidad programada y orientada. Si acudimos a la lectura de la crítica especializada apenas unas líneas son suficientes para bajarnos a la verdadera situación: son dos películas malas, fallida la una e insatisfactoria la otra y ambas, por cierto, dentro de la línea estética que corresponde a los directores firmantes, la insufrible Coixet y el descontrolado Calparsoro, con lo que, si nos arriesgamos a sufrir dos horas en cada caso por aquello de estar a la moda y apoyar con nuestro óbolo al cine español, ya sabemos lo que vamos a encontrar: la cruda realidad, más allá de la manipulación informativa. Caso parecido se puede experimentar en el terreno de la literatura, aunque me da un poco de grima utilizar este vocablo para referirme al libro que voy a señalar con el dedo. Como uno tiene el vicio de leer cualquier cosa que se publique, hace unos días me entretuve un rato en pasar páginas de algo titulado La vida iba en serio, que lleva la firma del superfamoso Jorge Javier Vázquez. La faja envolvente del volumen advierte que esa es ya la octava edición. Por supuesto, el objeto en cuestión, que tiene la forma de libro, ha sido debidamente aireado por la cadena que sirve de soporte al tal Vázquez, o sea, Telecinco. Lo que hay dentro, en esas páginas apresurada y torpemente escritas, es literatura deleznable, no porque el contenido sea una sucesión de porquerías, sino por la forma chapucera, infantiloide, ramplona, indigna siquiera para un estudiante de secundaria, en que la obra está escrita. Si ese libro lo escribe cualquier otro no famoso, por ejemplo tú o yo, las fieras se arrojarían sobre nosotros con una buena retahila de insultos, entre los que el menor sería el de mal escritor. Pero, ¡ah! lo firma un famoso presentador de la tele y eso no solo le libra de la severidad de los juicios objetivos y críticos, sino que le aúpa a los placeres de la adoración de los necios. Y, por supuesto, le abre generosamente las puertas de la editorial que asume llevar a las librerías semejante incalificable producto que, para mayor escarnio, asume la forma de libro. Así seguimos y seguiremos, porque esto no parece tener remedio, al menos en la presente generación.

 

viernes, 17 de mayo de 2013

LOS ÚLTIMOS VERSOS DE FLORENCIO


            Se han cumplido sus deseos y Florencio Martínez Ruiz descansa ya en el cementerio de San Isidro, sobrevolando las aguas verdes del Júcar a las que tantas páginas –tantos versos- dedicó en vida, compartiendo con el río madre las invencibles nostalgias suscitadas permanentemente por el otro río, el Cabriel, a cuya vera nació, en los peñascales de Alcalá de la Vega. Y así, entre ese doble amor fluvial, acompasando su devenir humano desde el río natalicio al que ahora se convierte en compañero hasta la eternidad, la vida de Florencio encuentra al fin el sosiego definitivo, el que pone fin a los afanes, las esperanzas y las realidades de cada día. Desde unas atalayas similares a esta de San Isidro, la juventud de Florencio encontró en el seminario, también sobre el Júcar, el adecuado mirador desde el que extendió su vista sobre el horizonte inmediato, en el que halló los fundamentos que habrían de servirle de pivote constante: la poesía, la literatura, la fantasía, la actualidad, Cuenca.

            La muerte de Florencio Martínez Ruiz (Alcalá de la Vega, 1930 / Madrid, 2013) representa la pérdida de uno de los pilares fundamentales de la cultura conquense del último medio siglo. Nadie como él llegó a conocer, analizar y difundir de un modo tan amplio y certero lo que había sucedido y estaba sucediendo, en el seno de la cultura local, singularmente en la literatura. Al abandonar el seminario hizo la carrera de Magisterio en Cuenca y posteriormente, en Madrid, la de Periodismo, titulándose en 1961. Sus primeras colaboraciones aparecen de forma esporádica en las páginas de Ofensiva, el periódico de Cuenca. Luego vienen colaboraciones en la prensa madrileña (El Español, Madrid, Arriba, Ya) hasta ingresar en el que habría de ser su periódico definitivo, ABC, (1971) donde desempeñó en especial las tareas de crítico literario, siendo responsable durante muchos años del suplemento "Mirador Literario" y de “Domingo Cultural”. En esa función consiguió alcanzar un sólido prestigio profesional por el acierto de sus comentarios, la agudeza de sus análisis y el profundo conocimiento del hecho poético español, con una sutil habilidad en el descubrimiento de nuevos valores. Alcanzó un considerable prestigio su libro La nueva poesía española, antología de los poetas surgidos en la posguerra, una eficasísima fotografía de la situación del panorama lírico español en esos momentos. Como poeta su obra publicada es escasa, pero en ella figura uno de los más hermosos poemarios editados en Cuenca, Cuaderno de la Merced.

Siempre estuvo vinculado a Cuenca y siempre contó con el reconocimiento público de la ciudad y el respeto de los círculos literarios conquenses. Por ello fue sucesivamente pregonero de las fiestas de San Julián (1972), de Semana Santa (1989), de San Julián otra vez (1995) y de la Feria del Libro (1996). Ingresó en la RACAL el 13 de noviembre de 2001 con un discurso sobre la figura de la Infanta Paz y sus vinculaciones con Cuenca. En la prensa conquense dejó innumerables muestras de su saber literario y de un profundo entendimiento de las claves esenciales que mueven la cultura en esta ciudad. Páginas ejemplares de ello existen en Diario de Cuenca, Gaceta Conquense y El Día de Cuenca.

Este viernes, 17 de mayo, desapacible y lluvioso, nos hemos reunido un grupo de amigos para recibir la urna con sus cenizas y acompañar a sus familiares en la ceremonia, íntima y entrañable, de depositarla en tierra, entre las tumbas de Fernando Zóbel y Bonifacio Alfonso. Cumpliendo sus deseos, Manuel Cano, Carlos de la Sierra y Francisco Medina han cantado “In paradisum” y el primero de ellos ha leído los últimos versos, el postrer soneto, escrito por Florencio apenas una semana antes de morir.

Cuando llegue mi hora, Fortunato,
a la tropa escolar pon sobreaviso
en La Merced y cumple el compromiso
de reclutarla a golpe de silbato.

Cántame “In Paradisum” de inmediato
en latín de Perrone si es preciso,
y que el deán de al Júcar su permiso
para asistir al coro por un rato.
para asistir al coro por un rato.

Que te acompañen, con su voz más pura,
Gregorio, Vieco, Luis, Pinga y Vicente
y con su icono mágico Anastasio.

Y si Dios encarece la factura
y hay que esperar, que Cuenca me represente
cerca del cielo, en su alto iconostasio.

            Ahí está ya Florencio, en lo más alto de Cuenca, lo más cerca posible del cielo en que creía y con perspectiva amplia para contemplar, ya sin acritudes, las venturas y desventuras de esta ciudad.

 

 

jueves, 16 de mayo de 2013

DE CONVENTO CLÁSICO A MUSEO CONTEMPORÁNEO

 

Tal día como hoy, 16 de mayo, pero del año 1562, el papa Pío IV emite una bula pontificia por la que se autoriza al canónigo Marcos de Parada para llevar a cabo la fundación en Huete de un convento de justinianas que llevará el nombre de Jesús y María y en cuyo edificio quedaría instalada una de las más hermosas y sorprendentes portadas existentes en la provincia de Cuenca, para dar acceso a la iglesia conventual.

Una vez recibida la autorización pontificia cuatro religiosas de la orden de San Lorenzo Justiniano, del convento de Cuenca (las populares petras de la Plaza Mayor), pasaron a Huete a llevar adelante la fundación de este convento. La construcción del complejo se prolongó a lo largo de doce años.

            En este conjunto artístico destaca sobremanera la espectacular y hermosa portada,  dividida en dos cuerpos, con cuatro columnas de orden jónico sobre pedestales y adornada con las esculturas de San Pedro y San Pablo (aunque falta una de ellas), dentro de hornacinas con intercolumnios, protegiendo el arco triunfal de la entrada. Tanto las enjutas del arco como el cornisamiento ofrecen gran cantidad de referencias teológicas, cuidadosamente representadas. El material constructivo es la piedra arenisca. Tradicionalmente viene siendo atribuida, sin demasiado fundamento, a Alonso de Berruguete, en lo que ya es un tópico empeñado en mantener vivo un error absurdo: basta caer en la cuenta de que cuando se inician las obras del edificio ya ha muerto el genial artista palentino, para comprender que tal atribución es imposible. 

En 1864 el edificio pasó a ser propiedad del Estado, en aplicación de las leyes desamortizadoras, quedando la gestión a cargo del ayuntamiento de Huete en 1870, para ser utilizado como hospital y asilo. Estas funciones quedaron canceladas definitivamente en 1950, instalándose en su lugar un colegio de primera enseñanza, a cargo de las Hermanas del Sagrado Corazón. El colegio fue cerrado en 1968 y, con él, las puertas del ex-convento, que inició un progresivo deterioro hasta que veinte años después comenzó la obra de restauración, a cargo de una Escuela-Taller que se ocupó sobre todo del claustro, con la consolidación total de la estructura, apertura de arcos, rehabilitación de espacios deteriorados y sustitución del solado. También se derribaron todos los tabiques añadidos a la fábrica original, consiguiendo así recuperar la continuidad del claustro en toda su longitud. En el interior se ha llevado a cabo una cuidadosa labor de recuperación de yesos y maderas, destacando el trabajo realizado en  los artesonados.

            En junio de 2003 se puso en marcha una nueva etapa de restauración, según un proyecto de Luis Priego, centrado en la hermosa portada principal de la iglesia. Tras muchos años de devaneos y teorías en cuanto a su posible utilización cultural, en 2011 se tomó el acuerdo de instalar por parte de la Diputación Provincial, a través de la Fundación Antonio Pérez un museo de fotografía, proyecto que pretende situar en este lugar un museo de carácter nacional de fotografía tanto histórica como contemporánea, con actividades de exposición temporal y otras de formación dirigidas al público en general.

 

EL DÍA QUE NACIÓ EL MONASTERIO DE UCLÉS


            Tal día como hoy, 7 de mayo, pero del año 1529 se colocó la primera piedra del monasterio de Uclés, cuya construcción comenzó inmediatamente. La Orden de Santiago había situado su sede en la villa a finales del siglo XII, ocupando un espacio de predominante carácter militar, del que nada queda. El creciente poderío de la Orden, tanto en territorios, lugares, tierras y, sobre todo, bienes económicos, llevó consigo la necesidad de dar forma a un edificio que pudiera simbolizar de manera plástica y, desde luego, visible, ese inmenso poder.

No se conocen bien todos los pasos de ese proceso, pero para llevarlo a cabo hubo que realizar previamente una labor de destrucción de lo ya existente, también por etapas (la iglesia románica, la casa del comendador, el hospital y otras dependencias), hasta llegar al comienzo efectivo de las obras de construcción del actual monasterio, siendo prior Pedro García de Almaguer.

            Las obras se iniciaron por la fachada oriental, y su época más dinámica coincide con el reinado de Felipe II, que visitó el lugar en varias ocasiones, cuidando los detalles de la construcción con el conocido espíritu puntilloso del monarca quien, en su testamento, dispuso fuera al convento una reliquia del brazo del apóstol Santiago que el rey poseía, voluntad que se cumplió en 1600, aunque hoy tal resto humano se da por perdido.

            A lo largo del dilatado periodo de tiempo que ocuparon los trabajos, participaron en ellos multitud de artífices, incluyendo un jovencísimo Andrés de Vandelvira. La construcción fue iniciada por Francisco de Luna en 1529 y continuó bajo su dirección hasta que murió en 1551, momento en que se interrumpen los trabajos, que se reanudan con Gaspar de Vega al frente en 1567 hasta que muere en 1575; durante esta época se construye la fachada oriental. Después de Vega se hace cargo de la dirección el arquitecto Pedro de Tolosa, quien encuentra, a partir de 1577, el estímulo del prior Diego Aponte de Ruiñones, muy interesado en acelerar el proceso de una obra ciertamente lenta.

            El cuarto maestro de las obras (o arquitecto) es Diego de Alcántara, que las dirige entre 1583 y 1587 siempre bajo las directrices marcadas por sus antecesores. Pero el grueso de la traza definitiva de lo que habría de ser el gran edificio santiaguista corresponde al conquense Francisco de Mora, nombrado en 1587 y que permaneció dirigiéndola 22 años, hasta 1609, periodo durante el que trazó y desarrolló la fachada oeste. A Pedro de Ribera se le atribuye la espléndida portada churrigueresca que sirve de acceso principal al monasterio. Buena parte de la piedra empleada en la construcción procede del cercano yacimiento hispano-romano de Segóbriga. Así lo delatan no sólo la estructura del material, sino las inscripciones latinas que es posible encontrar en muchos de los bloques.

            Durante la guerra civil, el edificio fue utilizado como cárcel y hospital; terminado el conflicto, el monasterio se incorporó a la diócesis de Cuenca, que lo  aprovechó para instalar el seminario menor hasta que en el curso 2012-2013 se trasladó a Cuenca, incorporando esos estudios a los del seminario de San Julián. De esa manera, el monasterio de Uclés, monumento histórico-artístico nacional desde el año 1931, cumple actualmente sólo una funcionalidad cultural y turística.

 

lunes, 6 de mayo de 2013

CIEN AÑOS DESPUÉS DEL ERROR JUDICIAL


     Está pasando en total silencio una fecha singular, el centenario de un suceso que aparece inscrito en los anales de la justicia española como uno de los casos más vergonzosos jamás producidos: la condena inicial de León Sánchez Gascón y Gregorio Valero Contreras, por el presunto asesinato del pastor José María Grimaldos, en el término de Osa de la Vega. El caso arranca en 1910, cuando Grimaldos desaparece y se abre un sumario investigador, que se cierra al año siguiente por falta de pruebas para poder atribuir ningún delito a nadie. Así estaban las cosas, envuelta en rumores, que siempre abundan, cuando en enero de 1913 aterriza en Belmonte un nuevo juez de instrucción, Emilio de Isasa Echenique, primerizo en estas lides judiciales y con ganas de conseguir notoriedad. En un distrito judicial en el que se producían pocos hechos destacables, el juez encuentra este sumario inconcluso y ve una excelente oportunidad, teniendo en cuenta la existencia de una presión popular y política ansiosa de impartir ejemplaridad a cualquier precio.

            En abril, el juez decide reabrir el sumario y apunta con su dedo acusador a dos vecinos de Osa de la Vega, a quienes ya señalaba la rumorología popular como presuntos responsables de la desaparición de Grimaldos. Ciego y sordo a cualquier evidencia objetiva, Isasa asumió desde el primer momento que Valero y Sánchez eran culpables. En ningún paso del procedimiento se insinúa siquiera la posibilidad de la presunción de inocencia. De esa manera, la instrucción aparece claramente dirigida no a encontrar la verdad sino a conseguir la declaración inculpatoria de los dos acusados, que resultaron víctimas de su propia debilidad moral, fácil presa de unos interrogatorios brutales, a los que no pudieron resistir ni física ni mentalmente.

La instrucción, carente de cualquier garantía jurídica, sólo tenía una finalidad; los interrogatorios fueron siempre a puerta cerrada, los acusados no pudieran contar con una defensa coherente puestos en mano de abogados de oficio condicionados por el juez, la tortura fue un elemento habitual en el proceso. Ante el empeño judicial en encontrar culpables a toda costa, quienes tenían algo que decir prefirieron callar prudentemente antes que enfrentarse a la poderosa corriente oficial. En esta línea de disparates acumulados, se olvidó por completo el hecho clamoroso de que no existía cadáver. Fue suficiente con que los acusados reconocieran su crimen.

Y así, el 1 de mayo de 1913, Valero y Sánchez fueron condenados a muerte por el asesinato de Grimaldos. Recurrida la sentencia, en 1918 la Audiencia Provincial redujo el castigo a 18 años de prisión. En 1926, el presunto muerto aparece, vivito y coleando, en el pueblo de Mira, donde estaba preparando su matrimonio. El escándalo alcanzó dimensiones considerables, porque a todos tembló el ánimo al pensar qué hubiera pasado si los dos presuntos culpables hubieran sido ejecutados, como pretendía el juez Isasa, de tan terrible intervención, ahora hace cien años justos.

    

 

domingo, 5 de mayo de 2013

EL FANTÁSTICO VUELO DEL LICENCIADO TORRALBA





Los días del pasado: 5 de mayo de 1527

Tal día como hoy, 5 de mayo, pero del año 1527, a las once de la noche, Eugenio Torralba y su espíritu Zequiel salen de Valladolid y sobrevolando las tierras que hay a sus pies, amanecen en Roma a tiempo de contemplar, desde la Torre de Nona, el asalto de la ciudad por las tropas del condestable de Borbón, a las órdenes de Carlos I de España. Una vez visto el sangriento espectáculo, los dos voladores regresaron por el mismo sistema a Valladolid dispuestos a contar a todo el que quisiera oírlo (y fueron muchos) el fantástico relato, sin ahorrar detalles que incluían saqueos, asesinatos, violaciones y otras lindezas propias de las fechorías militares. A la Inquisición el relato no le hizo ninguna gracia, de manera que decidió intervenir con la severidad habitual para que el licenciado Torralba explicara tan insólito viaje aéreo y su no menos extraña y fantasiosa visión de un suceso que aún tardaría varios días en llegar a conocimiento de las cortes europeas. De todas las picardías que el singular licenciado conquense perpetró a lo largo de su agitada vida, ninguna fue tan sorprendente y llamativa como ésta, sirviendo de pretexto a múltiples invenciones literarias. El fabuloso viaje de Torralba por las alturas celestiales fue aprovechado por Cervantes para incorporarlo a su Don Quijote en el relato de la escena, no menos fantástica, en que el caballero y su escudero Sancho Panza emprenden vuelo a bordo de un caballo de madera, Clavileño. Eugenio D’Ors utilizó la figura de Torralba para introducirlo como un personaje fantasmal en Epos de los destinos, mientras que Julio Caro Baroja se sirvió de él para hacerlo protagonista en un capítulo de Vidas mágicas e Inquisición. Como es lógico, una figura de estas características también llamó poderosamente la atención de Menéndez Pelayo. Federico Muelas escribió un guión cinematográfico al que tituló “Una huella en tierra firme” con el que pretendía saldar una vieja deuda pendiente, pues muchas veces se refirió en sus artículos al deseo de escribir una biografía de Torralba, pero tal película nunca se realizó, aunque el guión recibió un premio del Sindicato del Espectáculo. Una aportación reciente al conocimiento de la personalidad de Torralba es la novela escrita por Eduardo Gil Bera, con la que ganó el premio de novela histórica “Alfonso X el Sabio” (2002), organizado por Caja Castilla-La Mancha, y en la que figura el notable error de afirmar al inicio que “había nacido en Deza”. Lejos de tal cosa, el doctor Eugenio Torralba nació en Cuenca y aquí fue juzgado por la Inquisición, que le condenó, aunque cuatro años más tarde le indultó con la firme promesa de no volver nunca más a desarrollar tan peligrosas invenciones. De su amigo, colega y compañero, el ángel Zequiel, hablaremos otro día. (Ilustración: Dibujo de Lorenzo Goñi para una edición del Quijote, en 1967).

 

 

 

sábado, 4 de mayo de 2013

PICASSO SE DESPIDE DE CUENCA


 

Está a punto de terminar un regalo (vence el próximo 12 mayo) y conviene avisar a los despistados o retardados que la fiesta se acaba. Gira en torno a un nombre, cuyo sonido es en sí mismo suficiente para estremecernos: Picasso. Él sólo llena toda una época del arte mundial, en el que sigue siendo una referencia imprescindible cuando hay pasado ya cuarenta años de su muerte. Pues bien: Pablo Picasso está ahora y todavía en Cuenca, por medio de una excelente, impresionante (caben todos los adjetivos) exposición que cubre la sala temporal del Museo de Arte Abstracto.

Pablo Picasso (Málaga, 1881 – Mougins, Francis, 1973) ha llenado miles de páginas en todo tipo de publicaciones y no parece necesario seguir insistiendo aquí en facetas de su personalidad bien conocidas. Diré solo alguna palabra sobre el tema elegido para esta muestra conquense, articulada en torno a los grabados, de los que el artista llegó a producir más de dos mil diferentes, alguno de ellos tan emblemático y difundido como La Minotauromachie (La Minotauromaquia), del año 1935. La actividad multiforme del maestro, cuya capacidad de trabajo resulta verdaderamente sorprendente, se orientó con predilección hacia la estampación y en ese género llegó a elaborar auténticas obras maestras que, por otro lado, reflejan muy bien las diversas etapas creativas del artista malagueño, desde el expresionismo inicial hasta el cubismo, pasando por las etapas azul y rosa.

Los grabados expuestos en Cuenca proceden de los fondos propios de la Fundación March y de una colección particular y comprende, además de la pieza ya citada, que forma como el eje central de la muestra, otras dos obras de la misma pieza y un grupo de 28 aguafuertes fechados entre 1904 y 1915, una técnica muy querida por el artista en su etapa inicial, aunque en realidad mostró interés por todas las técnicas del grabado, en las que experimentó de manera incansable.

Pasear por la pequeña pero siempre acogedora sala temporal del Museo de Arte Abstracto, en un ambiente que nunca llega a ser agobiante de público, ofrece la posibilidad de mirar cara a cara, de frente y de cerca, la obra ingente y multivariada de un hombre apasionado, un creador en toda la extensión de la palabra, sensible en ocasiones, exuberante en otra, generoso siempre para dar salida a un mundo inmenso de sensaciones, imaginativo como pocos. Nunca cansa ver la obra de Picasso. Nunca se tiene la idea de haber visto repetida alguna de esas imágenes, siempre novedosas y agradecidas. Las hay dramáticas, duras como la vida misma, eróticas, abstractas, de todo, como corresponde a un genio creador. Y es, en conjunto, una delicia para las emociones. Lástima que se la lleven, cumplido el plazo de la exposición. Pero aún puede verse y disfrutar, al menos por unos pocos días más.

 

viernes, 3 de mayo de 2013

IMÁGENES Y PALABRAS



             Desde los más remotos tiempos, analistas de la comunicación intentan impartir doctrina sobre la confusión existente entre términos como información, publicidad, propaganda, crítica y otros similares. Se cuentan por kilos de papel los textos producidos, sin que a estas alturas de nuestro tiempo se haya conseguido llegar a una correcta clarificación del problema. Mejor dicho: las cosas están muy claras, al menos conceptualmente. Asunto muy distinto es que sea igualmente diáfana la aplicación, pues ahí anda todo mezclado en un batiburrillo difícil de deslindar. Veamos, por ejemplo, lo que pasa con el cine, singularmente con el español, que -teóricamente al menos- es el que más nos interesa. Se acaban de estrenar dos películas, Ayer no termina nunca, de Isabel Coixet y Combustión, de Daniel Calparsoro. Ambas han tenido su correspondiente cuota de “información” en las cadenas de TV, especialmente en la pública, que para eso lo es y está al servicio de los poderes igualmente públicos. Sus protagonistas, Javier Cámara y Candela Peña en el primer caso, Adriana Ugarte en el segundo, salen orondos y satisfechos todos ellos para comentar las maravillosas películas en que han trabajado y los presentadores de turno entran sin mayores problemas al trapo, sumándose al carro de los aspavientos elogiosos, con lo que un alto número de oyentes-espectadores creerá que se les está ofreciendo información cuando en realidad se trata de publicidad programada y orientada. Si acudimos a la lectura de la crítica especializada apenas unas líneas son suficientes para bajarnos a la verdadera situación: son dos películas malas, fallida la una e insatisfactoria la otra y ambas, por cierto, dentro de la línea estética que corresponde a los directores firmantes, la insufrible Coixet y el descontrolado Calparsoro, con lo que, si nos arriesgamos a sufrir dos horas en cada caso por aquello de estar a la moda y apoyar con nuestro óbolo al cine español, ya sabemos lo que vamos a encontrar: la cruda realidad, más allá de la manipulación informativa. Caso parecido se puede experimentar en el terreno de la literatura, aunque me da un poco de grima utilizar este vocablo para referirme al libro que voy a señalar con el dedo. Como uno tiene el vicio de leer cualquier cosa que se publique, hace unos días me entretuve un rato en pasar páginas de algo titulado La vida iba en serio, que lleva la firma del superfamoso Jorge Javier Vázquez. La faja envolvente del volumen advierte que esa es ya la séptima edición. Por supuesto, el objeto en cuestión, que tiene la forma de libro, ha sido debidamente aireado por la cadena que sirve de soporte al tal Vázquez, o sea, Tele Cinco. Lo que hay dentro, en esas páginas apresurada y torpemente escritas, es literatura deleznable, no porque el contenido sea una sucesión de porquerías, sino por la forma chapucera, infantiloide, ramplona, indigna siquiera para un estudiante de secundaria, en que la obra está escrita. Si ese libro lo escribe cualquier otro no famoso, por ejemplo tú o yo, las fieras se arrojarían sobre nosotros con una buena retahila de insultos, entre los que el menor sería el de mal escritor. Pero, ¡ah! lo firma un famoso presentador de la tele y eso no solo le libra de la severidad de los juicios objetivos y críticos, sino que le aúpa a los placeres de la adoración de los necios. Y así seguimos y seguiremos, porque esto no parece tener remedio, al menos en la presente generación.

 

jueves, 2 de mayo de 2013

LA VOZ AMABLE DE JUAN CLEMENTE GÓMEZ



Se agradecen los momentos amables. Evasión, se les puede llamar. Hay a nuestro alrededor una tormenta de noticias, orientadas todas (en un abrumador porcentaje) en torno a la misma temática angustiosa que nos está amargando la vida, yendo del paro a la prima de riesgo, con estaciones intermedias en otra docena de calamidades públicas, cuando de pronto aparece un islote consolador, en forma de voz humana que nos traslada a otros mundos, reales y ciertos, aunque difuminados entre los estertores del presente. Y así encontramos -reencontramos- la forma de respirar sosegadamente, mientras nos dejamos llevar hacia los senderos donde habita la literatura, o sea, los libros. Juan Clemente Gómez es el flautista de Hamelín cuya mano (la voz, mejor dicho) nos conduce por esos caminos, en busca de los mundos imaginarios creados por Federico Muelas a través de dos libros memorables: Bertolín, una, dos y tres y El niño que tenía un vidrio verde. Son dos libros de temática infantil nada complaciente, muy lejos de las dulzonerías de Walt Disney y demás colegas de oficio. Con un relato pausado, amistoso, sin alharacas, el narrador iba sacando de su chistera verbal el argumento, los detalles, las observaciones, el drama inmerso en esas historias que se corresponden perfectamente -aunque no se diga nada explícito en ellas- con el ambiente sombrío del mundo infantil durante el franquismo, a caballo entre los rigores de la religión y la pobreza, por no hablar claramente de marginación social, como sucede en la amarga historia del niño que tenía un vidrio verde que le ayudaba a contemplar la vida con otro optimismo. Por esas páginas escritas iba Juan Clemente Gómez trazando su itinerario narrativo, con ligeros apuntes poéticos, con sabiduría de quien sabe cómo conducir la palabra que suscite emociones y pensamientos en quienes oyen. Experiencia tiene, y sobrada, este escritor nacido en Valencia, recriado en Cuenca y habitante alternativo de ambas culturas, entre la sobriedad castellana y la exuberancia levantina. Un largo repertorio de obras de todos los géneros, pero sobre todo orientadas a los niños, más su propia experiencia docente, le proporcionan una evidente sabiduría para acertar a desenvolverse en el difícil terreno de la exposición oral pública. Lo hizo aquí este martes pasado, en la sede de la RACAL, dentro de las sesiones semanales con que la Academia mantiene, contra viento y marea, la bandera de la actividad cultural, ese refugio al que deberíamos acudir con más frecuencia precisamente porque en él se encuentra el respiro necesario y también las fuerzas convenientes para resistir, sobrevivir y mirar con mejores ánimos el futuro que nos espera. Sólo por eso la conferencia de Juan Clemente Gómez será recordada como uno los momentos más agradables que hemos podido experimentar en los últimos tiempos.