martes, 21 de enero de 2014

DELICIAS DE LA LENGUA



Tradicionalmente las parejas han sido calificadas de diversas maneras: casados, los que habían decidido pasar por la vicaría o el juzgado; novios, en trance de hacer lo anterior; amantes, quienes no estaban casados ni pensaban estarlo, aunque convivían juntos, de manera permanente o esporádica; amigos, quienes no tenían (aunque quizá lo pensaran) vínculo amoroso alguno. Y luego estaban los ligues, los apaños, las entretenidas y más que hay en cualquier repertorio de sinónimos.

La cosa empezó a evolucionar cuando al término amante se le encontraron algunas connotaciones peyorativas y molestas, por lo que se vio desechado del habla común, sustituido por otros términos más ligeros. Compañeros, por ejemplo. O amigos. O pareja. Que es como no decir nada, dejándolo todo en esa ambigüedad que tanto gusta a los modernos, lo mismo en la vida que en la política o en las relaciones personales.

Todo eso, en el acontecer cotidiano de gentes normales y corrientes no tiene mayor importancia y nos adaptamos a lo que viene, sea lo que sea. Pero ¿y si uno de los implicados es personaje de alto copete, obligado a mantener actividades públicas? El lenguaje, esa maravilla que los humanos tenemos a nuestra disposición, ha descubierto el modo sutil con que se pueden sortear obstáculos sociales. Y así acabamos de descubrir las generosas virtualidades del concepto “primera dama”, hasta ahora reservado, por lo que yo se, a quien en la Casa Blanca acompaña como esposa legítima al presidente de los Estados Unidos. Sin necesidad de utilizar el ya periclitado Concorde, el término ha hecho el viaje de vuelta a Francia para acomodarse en la figura de Valérie Trierweiler, que no es la mujer del presidente Hollande (pues no están casados) y que era hasta ahora la compañera, la pareja, la novia o cualquier otra cosa parecida (amante, no, eso ya no se debe decir). Pero como al en apariencia aburrido y socio presidente francés la ha salido una inesperada vena alegre y juguetona con la actriz Julie Gayet (oportuno, muy oportuno, Intervíu poniendo al descubierto sus méritos antiguos de los que, quizá, conserva algunos o bastantes), dejándonos entrever un curioso ménage à trois que lleva consigo la ridícula necesidad de calificar a una y otra de las concubinas del presidente. Y de esa forma nos hemos enterado de que la Trierweiler es la primera dama y la Gayet la segunda dama. Más vale no pensar en la posibilidad de una tercera opción.

Pero conste que, más allá de la frivolidad aparente de estas palabras, lo que me interesa, de verdad, es mostrar una profunda admiración por la habilidad del idioma –los idiomas- para adaptarse a todas las circunstancias humanas, incluso a las generadas por los tontos que duermen en palacios.

viernes, 17 de enero de 2014

EL MUNDO DE COLOR ROSA




Los sabios más sabios que en el mundo piensan y son ya han escrito suficientes razonamientos sobre los misteriosos integrantes de la condición humana, que nunca dejan de maravillarnos. Ahora, cuando estamos inmersos en una situación social que debemos calificar por lo menos de preocupantes, se multiplican los anuncios y mensajes que nos invitan a la banalidad en todos los matices de su variado repertorio, desde docenas de cruceros de placer que recorren los mares del mundo a precios que ellos dicen son asequibles hasta la curiosa multiplicación de las revistas de moda, y no solo las que están en los quioscos, cada vez más, cada vez más superficiales, sino las que han decidido incorporar los periódicos como suplementos a sus números diarios. Nadie se quiere librar de esa novedad, empezando por el todopoderoso que marca tendencias, ese diario que quiere seguir aparentando ser el símbolo del progresismo nacional y que ahora, a lo que ya produce, incorporar un semanal dirigido a los hombres, conscientes de que en el camino hacia la insustancialidad -principio que durante generaciones pareció ser una exclusiva femenina- nos vamos igualando los géneros. Ahí están ya esas páginas en brillante papel couché, llenos de fotografías manipuladas, con imágenes ficticias, irreales (quizá eso es lo que se quiere, hartos todos de ver mendigos apaleados, comedores de caridad, niños desnutridos, barrios masacrados) y muchos, muchos perfumes, muchos restaurantes de lujo, muchos vinos de más de cien euros la botella, mucho de todo lo que es inalcanzable para la mayoría pero que nutren esas páginas donde brilla, sobre todo, el artificio derivado de lo falso, lo irreal. Pero así es la moda. Así han sido siempre esas pasarelas por las que desfilan figuras femeninas sin alma, sin contenido, pura fachada nada más, flor de un día o suspiro de un momento. Que para eso sirven los nuevos suplementos de moda que traen ahora los periódicos poderosos, necesitados de vender a toda costa, ya que con solo la información no pueden. Nada que ver con la retahila de malas noticias, miserias, desgracias, corrupciones, violaciones y crímenes varios que forman la panoplia informativa de cualquier periódico, hablado, visual o escrito, que se precie. Así se enmascara la realidad y así pasamos, insensiblemente, inadvertidamente, de la banalidad al drama, sin darnos cuenta y sin querer pensar mucho en una cosa o en la otra.

 

ES CUESTIÓN DE CALIDAD



Uno de estos días -fecha que se va prolongando de semana en semana, desde que en julio comenzó la cuenta atrás- volverán a abrir los Multicines, ahora rebautizados como Odeón, para mantener la imagen de marca de la nueva empresa. La novedad tiene un componente de sorpresa, porque nos hemos acostumbrado a que las noticias que llegan hablan siempre de cierres de locales; que abra uno precisamente donde estuvo el que cerró el año pasado, es cosa sorprendente. Con ello, la afición cinematográfica, francamente alicaída, recupera cinco salas a las que acudir. La gran duda es si lo hará o, si  dejándose arrastrar por la inercia nacional, seguirá actuando de espaldas a la gran pantalla. Mucho tendrá que ver con eso un componente que, por razones misteriosas, las empresas que actúan en Cuenca han dejado de cuidar: la calidad. Consideran que ya no hay aficionados al buen cine, sino solo espectadores atraídos por el estruendo, los fuegos de artificio, los efectos especiales y las 3D y las palomitas. De los cines de Cuenca desaparecieron hace lustros las películas de calidad, las comprometidas, las originales, la que aportan una visión moderna y atrevida del mundo en que vivimos. Lo hizo incluso la empresa que gestionó los Multicines, la de Enrique González Macho, famoso por haber puesto en marcha en Madrid los Renoir, extendidos luego a otras ciudades españolas. En Cuenca renunció pronto a toda aventura de riesgo y cayó en manos de la programación más vulgar y adocenada, comercial sin duda, e incluso, torpeza infinita, repitiendo títulos con los Ábaco. Naturalmente, el que arriesga su dinero está en su perfecto derecho de administrarlo como mejor le parece y quizá resulta más rentable repartir las migajas de la taquilla que atreverse a ganarla entera. Ahora que va a cambiar el horizonte, algunos nos preguntamos si la nueva empresa de los Multicines irá, como la otra, por el sendero de lo fácil, la última americanada llegada de la fábrica imperial o si arriesgará algo, aunque sea poco, en busca de la calidad, del otro cine que también se hace y gusta, aunque sea a sectores minoritarios. Porque lo que tenemos al alcance de la mano y de la vista es deleznable. Por alguna razón misteriosa la empresa actual ha decidido que los espectadores conquenses somos unos estúpidos, aptos solo para ver lo peor que nos llega de Hollywood y solo de allí. Prácticamente no hay hueco para películas de otros países, Corea, Japón, los árabes, los de Europa, apenas un poco, mínimo, de España, nada que represente un aire fresco y original. Pero es que incluso renuncia a películas americanas que son de calidad (porque en Hollywood también las hacen y muy bien).  Podemos mirar la cartelera madrileña, o de cualquier ciudad de nivel medio, para encontrar el vacío absoluto en la nuestra. Ni siquiera películas nominadas para el Oscar, o para los Goya, tienen cabida en esas pantallas. Y si basta con un ejemplo, ahí está Caníbal, de Manuel Martín Cuenca, una de las máximas aspirantes a los premios anuales del cine español, que aquí hemos podido ver gracias al Cine Club cuando hubiera podido pasar perfectamente por las pantallas comerciales. Qué pena que esas empresas multinacionales nos valoren en tan poco.