domingo, 6 de julio de 2014

UN TEATRO DE (EN) PROVINCIAS


Zubin Mehta se ha despedido de Valencia, entre sollozos y aclamaciones, con una frase lapidaria que ha sido acogida jubilosamente por la afición: "Si van bajando el presupuesto año tras año, el Palau acabará siendo un teatro de provincias”. Y, naturalmente, la afición valencianista a la música y la ópera no ve bien que su Palau quede reducido a la categoría de teatro provinciano.

            Probablemente todo el mundo sabe quien es Zubin Mehta, aunque sea por haberlo visto alguna vez a través de TV dirigiendo el concierto de Año Nuevo en Viena. Hablamos de uno de los más grandes (y, a la vez, espectaculares) directores musicales de la actualidad, con una carrera de prestigio, acuñada a través de premios, actuaciones memorables y responsabilidad en grandes orquestas de todo el mundo. La última ocupación de Mehta durante estos años recientes ha sido estar al frente del Palau de les Arts, en Valencia, del que acaba de despedirse entre llantos y doloridas declaraciones. Para dirigir un teatro como el Palau hacen falta varias condiciones, incluyendo inteligencia, buen gusto y capacidad personales pero también, y sobre todo lo demás, dinero, mucho dinero. Justamente lo que ha empezado a faltar desde que en el horizonte económico español apareció un asunto llamado crisis, complicado en la comunidad levantina con situaciones bien conocidas en forma de despilfarro faraónico, del que es un buen ejemplo el famoso Palau (en situación técnica complicada por haber sido encomendada su construcción al dichoso Calatrava), concebido a la mayor gloria del esperpento político en el disparatado afán de competir con los dos grandes centros musicales españoles, el Teatro Real de Madrid y el Liceo barcelonés.

            Al cabo, todo ese montaje de cartón piedra se ha venido abajo, a medida que los financiadores y aportadores de fondos han ido reduciendo el dinero puesto a disposición de quien estaba en condiciones de gastar todo lo que tuviera y más. Ha sido entonces, al despedirse de los valencianos, tras haber regalado a la afición un grandioso “Turandot”, cuando Mehta ha dicho eso del teatro de provincias, una frase peyorativa e injusta, que viene a plantear sobre el papel un tema viejísimo, la diferencia que hay entre planteamientos de oropel y apariencia fastuosa amparados por la abundancia de dinero y la que surge del esfuerzo discreto, honesto, con medios muy limitados. El primer caso se circunscribe no solo a muy escasas ciudades en el mundo, sino también a un público seleccionado en función de su propia capacidad personal para obtener las entradas que se le ofrecen, a precios asequibles a muy pocos. El segundo es el que ha permitido que un país como España haya podido pasar, en apenas un cuarto de siglo, de una carencia total de espacios escénicos y musicales a disponer de una razonable red a la que pueden acceder millones de ciudadanos a precios asumibles. Es, otra vez, como siempre, la distinción entre cultura elitista y cultura popular, la que unos pocos querrían reservarse sólo para sí mismos y la que otros pretenden -pretendemos- extender hasta los últimos rincones de este desconcertante y desconcertado país.

            Zubin Mehta (y otros artistas parecidos) está en su derecho de proclamar los intereses que defiende, entre otros motivos porque de eso vive y sin duda está muy a gusto con los salarios millonarios que percibe, pero ello no debería llevarle a infravalorar o despreciar el enorme papel que los teatros de provincias han desarrollado en todo el mundo y singularmente en España para sacar la cultura del ostracismo en que estuvo durante un largo periodo. Hay detrás un largo camino de esfuerzos, voluntades, capacidades e iniciativas para conseguir que aquello que parecía ser un privilegio reservado a las grandes ciudades o a espectadores potentados pueda llegar a rincones mucho más modestos, desde luego, a un público no siempre capaz de reconocer la oferta que se pone a su disposición pero merecedor, en su conjunto, de que los bienes de la cultura lleguen a ser asequibles en las provincias, esos lugares sencillos, apacibles y en muchas ocasiones olvidados de las manos de los seres humanos. Ser un teatro de (o en) provincias no es, en forma alguna, un demérito sino un timbre de orgullo y dignidad. Sin oropeles, sin fantasmadas ni brindis al sol. Sí con la sencilla dignidad de prestar un servicio a la comunidad.