El habla
popular castellana ha consagrado varios tópicos que, pese a serlos, encierran
algunas razones lógicas. Esto dura más que las obras de El Escorial, por
ejemplo, forma muy expresiva y gráfica de señalar con el dedo la torpeza
impuesta por las administraciones públicas a gestiones que el común de los
mortales entiende podrían realizarse en un tiempo infinitamente más corto. O
bien: las cosas de palacio van despacio. Claro que sí: lo sufrimos todos, de
manera constante y repetida.
Esos
dichos, y otros varios que con facilidad nos podrían venir a la mente son
aplicables a lo que desde hace más de doce años viene sucediendo con las obras
de Mangana. Quienes ocupan los sillones del poder, astutos ellos, conocedores
de las flaquezas humanas, entre ellas la credulidad, aparecen cada cierto
tiempo y aprovechándose del escasísimo espíritu crítico que hoy invade a los
medios informativos conquenses, lanzan una proclama anunciando el próximo
comienzo de las obras. A veces, eso, incluso es cierto: aparecen por allí dos o
tres obreros con una carretilla transportando cemento o algún artilugio
aparentemente necesario y el pueblo confiado y crédulo da por hecho que van a
comenzar las obras y se transmiten unos a otros la buena nueva. Además, hay un
cartel, bien visible, que proclama tal cosa. La fiesta no dura ni una semana;
cuando nadie se da cuenta ni lo advierte, el pequeño despliegue laboral
desaparece y todo vuelve a estar como estaba, como está desde hace dos años,
monumento visual, pavoroso, de la incompetencia política aplicada a una víctima
inocente, la plaza de Mangana, secuestrada para el uso, disfrute y
contemplación desde hace doce años, que se dice pronto.
Pero no nos
preocupemos. Quienes son responsables de este desaguisado, los mismos que
administran la cosa pública, siempre tendrán un pretexto, una excusa. A lo
demás no nos queda más que agachar la cabeza y seguir aguantándolos, un año
tras otro, una legislatura tras otra, esperando siempre que llegue la gran
barrida que se lleve por delante todo esto.