domingo, 22 de noviembre de 2015

VIAJE AL PASADO ROMANO



De vez en cuando (menos veces de las que uno quisiera) se producen buenas y esperanzadoras noticias, hechos positivos capaces de aventurar la presencia de un avance, un ir hacia delante, abrir nuevas perspectivas, sacarnos de la modorra, la apatía y la monotonía que marca tantos momentos de la vida de esta singular provincia nuestras. Me encanta hacerme eco de esas buenas noticias y no tener siempre a mano un apunte crítico.
Una de esas buenas noticias la ha provocado durante las últimas semanas la Diputación provincial, al recuperar y poner a nuestro alcance varias de las minas de lapis especularis (espejuelo llamó el habla popular castellana a este mineral) que estuvieron en explotación durante la época romana, en una superficie de cien mil pasos alrededor de la ciudad de Segóbriga, tal y como explicó Plinio, el sabio historiador latino. En ese ámbito geográfico se encuentran las minas de Huete, Torrejoncillo del Rey, Villalgordo del Marquesado, Torralba y Osa de la Vega, que estuvieron en explotación durante los siglos I y II después de Cristo y sirvieron para que los romanos empezaran a cubrir los huecos de sus viviendas, o sea, las ventanas, con algo parecido al cristal, lo que supone una notable mejoría de su calidad de vida.
El Plan de mejora de las Infraestructuras Turísticas (PLAMIT, en lenguaje abreviado) ha venido a recuperar esas minas y en verdad que penetrar en su interior es, además de una maravillosa sorpresa, un deleite, no sólo histórico o industrial sino también muy aleccionador, educativo podría decir, y más si, como en el caso de la cueva de La Mora Encantada, situada en los alrededores de Torrejoncillo del Rey, hay un individuo tan entretenido y entusiasmo como Emilio Guadalajara, que explica, ilustra, enseña y demuestra cómo se trabajaba el lapis especularis, tal como si pudiéramos retroceder veinte siglos y zambullirnos en el mundo laboral de la época.

La mina fue descubierta por un vecino del pueblo, Pedro Morales, allá por los años 50 del siglo XX. Ahora todo el entorno ha sido acomodado para hacer fácil, dentro de lo posible, el recorrido por una amplia parte de la cueva y proporcionarnos, así, una de las más atrayentes experiencias que pueden encontrar incluso los que se creen que ya lo saben todo. Y encima, en la puerta, está Emilio con sus instrumentos para darnos un agradable rato de enseñanza y entretenimiento.

martes, 17 de noviembre de 2015

UNA HISTORIA INCREÍBLE Y DISPARATADA



Los principios que uno mantiene inconmovibles desde que era joven se pueden alterar en según qué circunstancias. Esas cosas tan bonitas sobre el respeto a todas las opiniones, el entendimiento hacia lo que hace el prójimo, la capacidad para aceptar novedades, no utilizar (salvo casos muy excepcionales) palabras malsonantes, no ofender, no insultar… en fin, un bonito repertorio, un catálogo de propósitos cuya firmeza, ya digo, puede alterarse en el momento más inesperado si llega la ocasión.
Y ha llegado, me parece.
Mientras estaba de viaje por ahí, descubriendo otros mundos (no muy lejanos) ha surgido en esta benemérita ciudad de Cuenca, donde todas las sorpresas y disparates son imaginables, una propuesta que, al conocerla, me ha dejado estupefacto. Y no solo por la idea en sí, al fin y al cabo tan estrambótica como otras tantas que van jalonando nuestra desdichada historia sino que lo que me sorprende realmente del todo es que el asunto, puesto sobre la mesa, es recibido con toda seriedad, se estudia, se analiza, será valorado convenientemente e incluso se nombra una comisión para que analice sus posibilidades de realización. Todo muy serio, muy correcto, muy de cara a la galería.
Con lo fácil que hubiera sido poner coto a la primera y enviar la carpetilla al único lugar en que merece ser alojada, la papelera y el olvido, dejando constancia, eso sí, de su presentación, para que figure en el debido lugar en el repertorio de barbaridades que jalonan la historia urbanística de Cuenca.
Para resolver el eterno, quizá insoluble problema de acceder al casco antiguo de Cuenca, a esa mente malpensante no se le ha ocurrido mejor idea que organizar un ascensor, adosado a uno de los pilares del puente de San Pablo y ya está, como si tal cosa, el autor de la barbarie estética y funcional se queda tan tranquilo y los demás reciben el propósito. A lo mejor incluso alguno aplaudió. Me contengo para que no salga de la pluma electrónica ningún insulto y dejo aquí la nota.

Verdaderamente, uno no gana para sustos y si es habitante de Cuenca debe estar siempre presente a recibir alguno en cualquier momento. Luego hablan de los atentados con bombas y metralletas. No hace falta llegar a esos extremos. También hay otra forma de cometerlos. O de intentarlo al menos.

domingo, 8 de noviembre de 2015

UN LIBRO DE ANTONIO ENRIQUEZ GÓMEZ


Se debe tener cuidado con las palabras. Con el buen y el mal uso de las palabras, para evitar confusiones, malentendidos. Dice el Diccionario de la Academia: “Inédito: Escrito y no publicado. Dicho de un escritor: que aún no ha publicado nada. Desconocido, nuevo”. Informa la Universidad de Castilla-La Mancha de la publicación de un “inédito”, de Antonio Enríquez Gómez, el gran autor maldito de las letras conquenses, el heterodoxo por excelencia, el perseguido hasta la muerte. Uno siente el sobresalto de la alegría: un inédito, algo nuevo y desconocido, qué maravilla. Y lee el título que se anuncia como tal: Academias morales de las musas. Y el sobresalto inicial de alegría se transforma en un gesto de escepticismo. Ese es un título bien conocido, repetidamente editado. La aclaración llega más adelante, entre líneas: dicen que es inédito desde 1734, en que se publicó por última vez. Hombres, en esa situación hay miles de libros, de todos los autores, incluso de los más consagrados, que tras una vigencia de cierto tiempo desaparecen de las imprentas y las librerías, pero eso no quiere decir que sean inéditos. Simplemente, el mercado editorial ha perdido interés en su publicación.
Tras este exordio, vayamos al grano. Hay una nueva edición de las Academias morales de las musas, editada por primera vez en Burdeos en 1642 y reeditada en varias ocasiones más hasta el siglo XVIII, texto ciertamente clásico y valioso que ahora se recupera por el Instituto de Teatro Clásico de Almagro, en edición crítica preparada por Milagros Rodríguez Cáceres y Felipe Pedraza Jiménez. Son más de diez mil versos desarrollados en un estilo lírico-narrativo con contenido dramático en los que se transmite en buena medida el riquísimo universo atesorado por el gran dramaturgo conquense del siglo de oro, protagonista de una vida agitada, borrascosa, realmente aventurera y no siempre por sus propios deseos, sino por los condicionamientos de una sociedad nada tolerante. De manera que la iniciativa de la Universidad al editar esta obra, en dos gruesos volúmenes, cargados de erudición, es una excelente noticia. Aunque no sea un inédito, ni mucho menos.

(En la imagen, retrato de Antonio Enríquez que figuraba en la edición de 1642)

sábado, 7 de noviembre de 2015

LUIS ROIBAL EN SAN FELIPE


En la galería de ciudadanos extraños, peculiares, singulares o cualquier otro sinónimo que quiera utilizarse, corresponde en estos tiempos nuestros un lugar de honor a Luis Roibal Tejedor, nacido en Cuenca en 1930 y residente desde no se cuándo en Uña, enclaustrado entre las riscas que rodean el pueblo y los bares de la carretera, mientras desde su casa contempla el paisaje enriquecedor de la laguna, con sus misteriosos vaivenes cromáticos que alienta la brisa del Júcar.
Luis Roibal mantiene pertinaz silencio desde hace muchos años. Probablemente, es el pintor conquense (y uno de los españoles) que más vende, si atendemos a lo que dicen los mercados del arte y lo hace no entre los límites del territorio español sino al otro lado de la mar océana que nos separa y une con América. Inquieto desde que era un joven aprendiz de cómo dar brochazos en los lienzos, aquí vive en calma y tranquilidad pero no inmóvil. Hasta él no llegan los fugaces medios de información, manejados por jóvenes que no solo desconocen los elementos básicos de la historia local sino que con toda seguridad incluso ignoran qué se esconde detrás de ese nombre. Ni siquiera creo que acierten a identificarlo las ocasiones que baja desde su retiro serrano para darse una vuelta por Carretería, tomar un café con los amigos y hacer la ineludible visita a Juan Evangelio, en su librería.
De ese anonimato apartado elegido voluntariamente y con tesón defendido saco ahora a Luis Roibal para señalarle directamente con el dedo, como autor de los cuadros incorporados al retablo mayor de la iglesia de San Felipe. No es, desde luego, una iconografía religiosa al uso sino la plasmación del universo personal del artista, con su estilo entre expresionista e impresionista, con líneas insinuadas y colores suaves, en las que reproduce escenas aparentemente religiosas a las ha incorporado personajes de nuestro tiempo para formar así un curioso fresco de la vida moderna incardinada en escenas de la antigüedad.

La iglesia de San Felipe, situada en el corazón central de la subida a la parte antigua de Cuenca, es uno de los templos de más fea apariencia exterior y más delicado y bello contenido interior. Aunque las miradas devotas se las lleva el Jesús de Medinaceli, adosado en su propia capilla lateral, es la magia creativa del gran Martín de Aldehuela la que brilla espléndida en este recinto (cuya linterna, por cierto, también pintó Roibal hace mucho tiempo) que ahora ofrece a la contemplación, seguramente lejana, de los files que asisten a los cultos, esta sorprendente obra de arte moderno incorporada a la severidad del retablo mayor.

viernes, 6 de noviembre de 2015

MÚSICA EN LA SALA BABYLON


            Hay en Cuenca un recinto musical ciertamente notable. Envidio a quienes tienen edad, ánimos, entusiasmo y ritmo suficiente para seguir de manera cotidiana las propuestas que hace, con encomiable constancia, la Sala Babylon, que ahora, como dicen sus mensajes, cumple ya trece años. Es un lugar céntrico, en las inmediaciones de la estación del ferrocarril (la antigua, la de siempre, no la del AVE), en el pasaje que se comunica con la calle Hermanos Becerril. Y es un sitio en el que se ofrece música en directo, cosa nada fácil (nunca lo ha sido) en una ciudad como Cuenca, tan limitada para casi todo.
            Pues ahí están, inasequibles al desaliento o a las tempestades, los chicos de la Sala Babylon, que cada fin de semana ponen en escena musical un grupo de los interesantes, los que no están todavía metidos en el montaje comercial de los circuitos controlados por los mercaderes de la música. Por ahí, entre copa y copa, diálogo y afectos, han pasado ya este otoño Maniática+Kuero, El Langui, La Gran orquesta republicana, The Limboos, Leize, Jotand Jota, El Twangero, O’Killeds, que la semana pasada hizo de telonero para la presentación del nuevo grupo conquense Jamargo, una banda en la que están Javi Martínez, Luis, Carlos y Rubén a los que siguió al día siguiente Julio Ródenas y ahora, este mismo sábado, será Ángel Stanich (a 10 y 12 euros) el responsable de animar la noche conquense, a partir de las diez.
            Siempre ha sido muy difícil en Cuenca mantener una actividad musical en directo y continuada. Los de la Babylon llevan ya trece años y los que vendrán detrás, seguro.


jueves, 5 de noviembre de 2015

DÍAS DE OTOÑO


Hecho en falta, en estos días ya abiertamente otoñales, la amable literatura con que nos obsequiaban casi todos los escritores conquenses cuando había periódicos dispuestos a ofrecer sus páginas a la narración literaria, sin ambages ni disimulos, a los artículos perfectamente distanciados del acontecer diario, como desahogo o bálsamo con que compensar otras miserias informativas. Y si esto era así antes, cuando había menos motivos para el desasosiego, qué no decir de estos tiempos tumultuosos en que no salimos de una canallada de los islamistas cuando caemos en un desastre entre las olas del amable Mediterráneo que, no contento con tragarse desgraciados africanos huidizos de sus ingratos países también se dedica a volcar su furia sobre las no hace mucho sosegadas playas levantinas y si la mirada gira un poco hacia el norte encontrará la estrepitosa ceremonia de la confusión ambientada en catalán pero si esa misma mirada se dirige hacia los cielos encontrará, con un poco de mala suerte, un avión o un helicóptero dispuestos a estamparse contra el duro suelo. Podríamos seguir desgranando calamidades varias, por no hablar de asesinatos de uno u otro género, incluidos los niños pero no iban por ahí las letras de este rincón meditabundo que solo quería, en principio -algo se ha torcido el relato- rememorar los viejos, entrañables, emotivos artículos en torno a la belleza sugestiva del otoño conquense. Amigos tuve que venían a la ciudad justamente cuando yo les avisaba de que las primeras hojas empezaban a amarillear y hasta aquí se llegaban con sus cámaras y sus esperanzas de emborracharse de colores y saborear algunos níscalos. Amarillos eran los colores de los autobuses de Cuenca, en la anterior hornada, y precisamente por eso, para proclamar a propios y extraños la luminosidad del color amarillo emanado de las choperas otoñales. La explosión cromática va por zonas. En la ribera más próxima del Huécar, la que se inicia en la Puerta de Valencia, aún predomina el verdor, pero en las calles céntricas se acumulan ya las hojas caídas de los árboles temblorosos, mientras que en el tramo inferior del Júcar, el que corre, sin muchas ganas, todo hay que decirlo, por los meandros del Egidillo y la hoz de Valdeganga, el brillante resplandor de las hojas tintadas del hermoso color domina la severidad del roquedo y el misterio de las curvas enlazadas tras otra. Hecho de menos el placer de leer un buen artículo, descriptivo y emocionante, o unos delicados versos transmisores de la belleza que la naturaleza ha querido descargar sobre Cuenca desde el primer día de la existencia de este mundo. Y así sigue siendo, aunque llueva o truene, aunque los ríos se salgan de madre y los necios atruenen con sus ruidos incoherentes la placidez de una tarde otoñal.

martes, 3 de noviembre de 2015

LA PLAZA DE LAS FLORES MORTUORIAS

         
   Durante unos días, la austera, fría, antipática Plaza de España, ese lugar céntrico de Cuenca que llamamos con ese título aunque ni una sola placa proclama tal cosa, por lo que bien podríamos dudar de que efectivamente se llame así o quien sabe si de cualquier otro modo, pero llámase como quiera (y yo creo que, efectivamente, es Plaza de España) estos días que ya han pasado se convierte en una floristería provisional, pasajera, encargada de cumplimentar un solo propósito: vender flores para los muertos. No busquen allí rosas rojas propias de enamorados apasionados ni otro tipo de florituras artísticas que puedan servir para demostraciones de alegría, cortesía, elegancia o fiesta. Los días de los muertos se llenan con claveles, gladiolos, crisantemos y cosas por el estilo, porque en esto, como en todo, hay un ritual, que debe cumplirse a rajatabla. Y se hace, por más que sabemos perfectamente que el destinatario de este mensaje floral no va a reaccionar de ningún modo: incluso aunque no le gusten las flores, las recibirá sobre su tumba, quiera o no quiera.
            Leo que en los cementerios de las grandes ciudades ya no se consumen flores naturales, porque las roban nada más depositarlas. Creo que tan perversa, rastrera costumbre aún no ha llegado a esta ciudad nuestra, a pesar de ser un fácil receptáculo de todas las novedades, cuanto más necias mejor (por ejemplo, bañarse en la fuente de este misma plaza de España, si el equipo de fútbol, por casualidad, consigue un buen resultado). Por aquí, compruebo estos días, llevar flores a los muertos sigue alimentando el ánimo doliente de los familiares que siguen vivos.
            Y eso que el motivo que justificó la implantación de estos obsequios florales ya no existe, porque en estos bien higienizados tiempos nuestros los cadáveres no huelen y por tanto no necesitan ser mejorados por los efluvios agradables de las flores, esa grata compañía con la que hacemos ramos vistosos para acompañar a la mujer recién parida, o enviamos centros artísticamente elaborados con cualquier motivo feliz, o sencillamente una flor solitaria que, desde su silencio cromático y oloroso habla más y mejor que todo un discurso.


lunes, 2 de noviembre de 2015

MEDIO SIGLO DE OFICIO

Algunas personas, conocedoras de la conferencia que pronuncié hace unos días en la sede de la Real Academia Conquense de Artes y Letras y que no pudieron asistir, me piden un resumen de lo que dije. Como rehacerlo es algo difícil (y entretenido), tomaré lo que sobre ese acto dijo el único diario que ahora se publica en Cuenca, La Tribuna, con la esperanza de que esa nota sea suficiente sin necesidad de tener que recurrir a escudriñar entre las singladuras de mi ego para encontrar otras palabras. Ahí va.
Con una conferencia sobre la historia de la prensa conquense el periodista, escritor, editor y académico José Luis Muñoz ha querido celebrar sus 50 años de ejercicio en la profesión periodística, en la que se inició el 1 de octubre de 1965, formando parte de la redacción de Diario de Cuenca, lo que, después de este medio siglo de actividad, le convierte en el decano de los periodistas en Cuenca.
En su conferencia, Aproximación a la historia de la Prensa conquense, José Luis Muñoz prestó atención a los orígenes del periodismo en nuestra ciudad, a partir de títulos en su mayor parte perdidos, refiriéndose en exclusiva a los medios de información general y dejando para otra ocasión las revistas y publicaciones especializadas. El más antiguo periódico conocido, El Centinela de Cuenca, apareció en 1837 y fue también el primero que sufrió acosos de los poderes públicos, en forma de denuncias por artículos críticos. Tras un periodo de vacío, surge El Eco de Cuenca, en 1862, el primer título verdaderamente conocido, al que siguieron otros como La honda de David, La Voz de Cuenca, El Orden, hasta llegar al primer gran periódico conquense, El Progreso, que desde su inicial aparición en 1885 y en tres etapas diferenciadas pudo llegar hasta el año 1921.
El Correo Católico, La Giralda, La Esperanza, La Razón, La Lealtad, son otros de los muchos títulos que surgen en la ciudad, con escasa y agitada vida, en el tramo final del siglo XIX. La situación cambia radicalmente cuando se agita e intensifica la política en las primeras décadas del siglo XX, lo que anima a cada partido a tener su propio órgano de expresión, surgiendo así el momento de mayor animación periodística, lo que se refleja en la abundancia de medios, casi todos semanarios, que coinciden a un tiempo: El Liberal, La Razón, El Criterio, El Mundo, La Reforma, El Centro, La Lucha, Tierra. Sobre todos ellos destaca uno especialmente, El Día de Cuenca, nacido en 1914 y que a lo largo de sus casi 20 años de existencia consiguió mantener una apreciable línea de independencia, a pesar de las vicisitudes de los tiempos.
Casi todos ellos desaparecieron con la Dictadura de Primo de Rivera, que también tuvo su propio periódico en Cuenca, La Opinión. Al proclamarse la República en 1931, las tareas informativas se dividen en dos grandes medios: El Defensor de Cuenca, de orientación católica integrista y beligerante contra el nuevo régimen y Heraldo de Cuenca, un semanario de izquierdas que hizo bandera de la defensa de la República,
Con el fin de la guerra civil, la situación cambió radicalmente. Tras varios años sin periódico en Cuenca, en 1942 nació Ofensiva, vinculado directamente a la Jefatura provincial del Movimiento, como órgano de propaganda del régimen. Primero trisemanario, luego bisemanario, finalmente llegó a diario en 1957 y en 1962 cambió su título por el que habría de ser definitivo, Diario de Cuenca, que mantuvo hasta su desaparición en 1984.


PASOS PARA ENTRAR EN NOHEDA


            Periódicamente nos llegan noticias de cómo van avanzando los trabajos de preparación del yacimiento romano hace años descubierto en las proximidades de Noheda y que contiene, según se nos dice de manera repetida, el mosaico de mayores dimensiones conocido en el que fue mundo controlado por el imperio latino, a ambas orillas del Mediterráneo. El asunto tiene, como es lógico y comprensible, un evidente interés cultural, artístico, histórico y todo lo que se quiera decir, pero también, desde luego, turístico, esa palabra en la que tantos pueblos y ciudades tienen puestas sus esperanzas pensando que, a falta de pan buenas son tortas, y si no hay industrias que traigan riqueza y empleo, al menos que haya visitantes consumidores de lo que se pueda encontrar en cada sitio.
            Los voceros oficiales dicen que las obras van a buen ritmo y confían en que no tardando mucho será posible poder empezar a disfrutar públicamente de este recurso, cuyo conocimiento hasta ahora ha estado limitado a un pequeño sector de privilegiados. Según las últimas noticias, ya se ha colocado la cubierta metálica de protección del yacimiento, que abarca una superficie total de algo más de mil metros cuadrados. Se trata de una estructura especialmente diseñada con la intención de que el espacio expositivo queda totalmente diáfano, sin columnas o pilares que puedan entorpecer la visión del mosaico que, como es comprensible, adquiere todo su valor si se puede ver completo y no entorpecido por obstáculos. A ello se añaden otros detalles de montaje encaminados a proteger la instalación de manera que se permite la entrada directa de la luz solar pero sin dañar los restos arqueológicos.
            Un detalle que me parece especialmente interesante es que ha proyectado una serie de pasarelas sujetas a la cubierta, sin puntos de apoyo en el suelo, de manera que será posible visitar el recinto contemplando el mosaico en su integridad desde lo alto, sin estorbos ni daños para la obra.

            Noticias todas que nos ponen los dientes largos y alimentan los deseos de que pronto podamos pasar del estado de información al del conocimiento directo convencido, como estoy, de que la apertura del yacimiento de Noheda será uno de los grandes acontecimientos culturales de nuestra época.