miércoles, 18 de febrero de 2015

ORIGINAL Y ASEQUIBLE


            Es difícil comentar la obra, el trabajo, incluso la personalidad de alguien con quien se ha convivido tanto tiempo, en tantas (y en ocasiones adversas) circunstancias que la proximidad, la cercanía puede obnubilar el sentimiento más o menos objetivo con el que es preciso elaborar cualquier análisis literario. De todos los escritores que forman el universo literario conquense, incluyendo los que ya no están, ninguno está tan próximo a mí como José Ángel García, en un devenir vitalista que nos ha hecho compañeros de viaje durante más de cuarenta años. Nacido en Madrid en 1948, licenciado en Ciencias Biológicas y Periodista, llegó a Cuenca en 1974 para hacer las prácticas de la carrera, en el viejo Diario de Cuenca y allí lo recibí, cuando yo ya estaba curtido en los trapicheos de teletipos, linotipias y maravillosas máquinas de escribir con cuyo sonido podía atronarse la escueta redacción. Vino, como tantos otros, para pasar aquí un verano y ya se quedó en la ciudad, integrándose en la plantilla de Radio Nacional de España. Desde siempre alterna el ejercicio del periodismo, sea escrito o radiofónico, con la literatura, sobre todo en el ámbito poético.
            Proclive a realizar excursiones culturales a través de las más variadas propuestas, las ha hecho en el terreno de la poesía experimental, en los guiones cinematográficos, colaborando con Segundo Santos y Miguel Ángel Moset en maravillosos libros elitistas pero bellísimos, en instalaciones o perfomances; en fin, en cualquier territorio capaz de ofrecer sugerencias para esa inagotable capacidad que tiene para penetrar en lo desconocido. Pero aunque le atrae siempre lo novedoso individualista también ha estado dispuesto a participar en publicaciones en que periodismo y literatura se dan la mano, sea en volúmenes de autoría compartida como “Semana Santa de Cuenca” (1977), “Cuenca, cosas y gentes” (1979), “Del alegato a la fiesta” (1979) , “La ciudad de la luz y del aire” (2002) o “José Luis Coll: in memoriam” (2007) o en trabajos en solitario como “Insistiendo en la excelencia” (2006) centrado en la figura del pintor y escultor Gustavo Torner.
Pero no es de eso de lo que quiero hablar aquí sino de uno de sus libros más recientes, poesía en estado pura. Comparto, con Francisco Mora, la opinión de que la de José Ángel García es una de las voces poéticas más personales surgidas en Cuenca durante el siglo XX, dotada a la vez de una profunda inmersión en los vericuetos del alma humana, cuyos sentimientos desbroza con calculada sutileza y de un riquísimo entramado verbal, en el que el sustrato barroco se cubre de una hojarasca modernista, creativa, extraordinariamente sugerente. El libro en cuestión se titula Papel de aguas y lo ha editado Añil Literaria, con fecha 2014. Es un texto pausado, sincopado, que se lee en un salto de tiempo, aparentemente directo, sencillo, de pocas palabras pero en su forma sugestiva se encuentra la trampa mortal en que el lector queda atrapado porque tras esa primera lectura, de un vistazo casi, tal como están dispuestos los versos, es preciso volver al principio y releer otra vez cada palabra, ahora con sosiego y quizá desasosiego también, buscando el íntimo significado de cada vocablo, casi todos ellos ambivalentes y que al relacionarse con el vecino provoca una tal complejidad de sensaciones que introduce una extraordinaria dificultad comprensiva en el conjunto del aparente sencillísimo, casi visual, poema.
Tal como éste, por poner un ejemplo:

en
perpetua pelea
consigo misma
analiza la
conciencia
los
equívocos fundamentos de
su
desconcierto

Palabras para leer, pensar, meditar, analizar, desmenuzar mientras el lector cae en la deliciosa trampa lírica y metafísica que el autor proponer para incrementar nuestro disfrute.



domingo, 15 de febrero de 2015

LA IGLESIA DE CARACENA DEL VALLE




            Entre las buenas noticias que se nos ofrecen de vez en cuando se encuentra la promovida por la Diputación provincia de Cuenca para consolidar los restos de la iglesia de Caracena del Valle, de origen románico, una de las más antiguas existentes en la provincia, vinculada a los tiempos iniciales del cristianismo. La noticia, sin embargo, nos ofrece un punto de amarga meditación: ¿por qué se ha dejado casi arruinar este bellísimo y valioso recinto arquitectónico? Porque si durante décadas hubiera habido cuidado en conservarlo, ahora no habría que acudir a una salvación in extremis.
El lugar de Caracena es mencionado en el testamento del cardenal Gil de Albornoz (1364) quien allí tenía una casa de su propiedad. El pueblo había surgido en el momento inmediato a la reconquista, como lugar de repoblación, que habría sido impulsada desde el alfoz de Huete. El nombre lo aportaron los repobladores, que procedían de otro Caracena, el de Soria. Luego se formó un señorío que comprendía tanto este lugar como el próximo Villarejo de la Peñuela. En 1606 el rey Felipe III instituyó el marquesado de Caracena en favor de Juan Alonso de Sandoval.
            La iglesia de la Asunción, situada sobre una pequeña ladera que permite dominar el paisaje inmediato, regado por el río Mayor, se encuentra adosada al cementerio, formando ambos un todo arquitectónico y paisajístico. Abandonada al perder el lugar su entidad de población, el edificio se encuentra en progresivo estado de ruina, de forma que cada nueva visita ofrece un paso más en el deterioro de la que fue una de las primeras iglesias de la diócesis de Cuenca, antigüedad que comparte con la de Hortizuela. Toda la obra denota su origen románico, visible a la perfección en el ábside semicircular coronado de una preciosa serie de canecillos en el alero. La fábrica es de mampostería, con sillares en las esquinas y sobre la cubierta se aprecia todavía la mínima estructura de un pequeño campanil; de la portada no queda nada. La bóveda, hoy ya definitivamente en el suelo, puede adivinarse por el arranque de los arcos fajones, era de medio cañón mientras que el cabecero se cubría con media naranja. El interior debió ser reformado en el siglo XVIII, puesto que ofrece una decoración muy relacionada con el rococó, de gran calidad ambiental y que seguramente respondió al último momento de esplendor del señorío que tuvo aquí su sede. Al producirse el desmantelamiento de la iglesia, el retablo barroco fue trasladado a Huete y la pila bautismal a Valdecolmenas de Abajo, donde se utiliza como fuente pública. La imagen de la virgen patronal se encuentra ahora en la catedral de Cuenca. La iglesia de Caracena del Valle es uno de los más visibles símbolos de hasta dónde puede conducir la dejadez y el abandono, permitiendo impunemente el poder público que la desidia del propietario privado conduzca a la ruina uno de los más bellos monumentos de este territorio. A lo que ahora se acude con un remedio tardío, aunque necesario.


UN CATÁLOGO DE RECUERDOS


            He escrito ya alguna vez -y no me gustaría repetirme, aunque empiezo haciéndolo- que una de las carencias más acusadas entre nosotros es la falta de suficientes libros de memorias (o recuerdos personales, que viene a ser lo mismo), lo que dificulta considerablemente el conocimiento de nuestras propias circunstancias. Si personalidades de la talla de Fermín Caballero, Astrana Marín, González Palencia, Federico Muelas, Diego Jesús Jiménez y otros muchos (cito solo nombres modernos, para no remontarme a los tiempos clásicos) hubieran realizado tan saludable ejercicio, tendríamos ahora a nuestro alcance no solo noticias directas, sino también comentarios, impresiones muy valiosas. Es este un género que no ha tenido mucha aceptación entre nosotros y debería tenerlo.
            Maximiliano Cava Marco no es un nombre conocido, ni famoso, salvo, seguramente, en su pueblo, Masegosa, donde siempre ha vivido y a cuyo ambiente, geográfico y humano, dedica ahora este libro verdaderamente ejemplar, Casi un siglo de vida. Memorias de un jubilado autodidacta que ve la luz con la ayuda de sus sobrinos, Joaquín Esteban Cava y Salvador F. Cava. El protagonista y a la vez autor tiene 93 años y una memoria prodigiosa, componente siempre necesario a la hora de emprender un recorrido por la vida transcurrida y no solo a través de las experiencias personales sino dejando constancia de un material verdaderamente importante sobre las circunstancias ambientales del tiempo ido. Porque en esas páginas ciertamente emocionantes, y que se leen de un tirón, enhebrando sin parar un tema con otro, están los hechos propios, desde la niñez a la adolescencia (la escuela, la primera comunión, el pastoreo, el primer trabajo como peón) pero multitud de observaciones sobre la vida cotidiana del pueblo y, por extensión, de toda la Serranía de Cuenca: el campo, los ganados, la maderada, la recolección de la aceituna, los oficios ya perdidos, la matanza por supuesto, tan vinculada siempre a esos ambientes, la forma de vestir y por no seguir detallando conceptos, todo un riquísimo fresco narrativo que pone ante los ojos del lector, como dice el título, todo un siglo de vida en un pequeño pueblo serrano, sin que falte, y es un ingrediente siempre necesario, un amplísimo repaso por los repertorios personales de quienes en estos tiempos ocuparon puestos de responsabilidad (los alcaldes, los párrocos) pero también los maestros, los molineros, los jueces de paz… de manera tan detallada y exhaustiva que el lector queda maravillado ante este acopio de datos.
            Apasionante, desde luego, viene a ser la lectura (también porque es tema escaso entre nosotros) de los tiempos vinculado a la guerra civil, incluyendo el propio conflicto pero también los años anteriores (la República) y los inmediatos posteriores (el primer franquismo). Son testimonios directos, de primera mano, con una ejemplaridad subyacente que resulta imprescindible conocer para que de una vez por todas podamos comprender qué pasó en este país y, sobre todo, por qué pasó aquella calamidad cuya resonancia aún sigue condicionando buena parte de nuestras vidas.

            Es este un libro seguramente menor en el conjunto de la bibliografía provincial porque aparece en forma de autoedición, sin los apoyos editoriales que serían necesarios para garantizarle un mayor difusión, pero desde luego de conocimiento útil y conveniente para quienes deseen conocer algo (no algo: mucho) sobre las circunstancias de la vida, los hechos y las costumbres durante casi un siglo.

viernes, 13 de febrero de 2015

UNA VERGÜENZA EN FORMA DE ESTACIÓN


            Estos días hemos conocido la noticia de que el potente grupo empresarial español Globalia (turismo, hoteles, transportes, servicios) ha conseguido del ministerio de Fomento la licencia que le autoriza la prestación de servicios de transporte de viajeros por ferrocarril, convirtiéndose así en la primera firma que podrá competir con Renfe, hasta ahora titular del monopolio. Sabemos ya, de antes, que la primera línea que va a ser habilitada para esa competencia es la del AVE de Madrid a Valencia por Cuenca. Como no soy ni técnico en ferrocarriles ni empresario, desconozco por completo los motivos que llevan al gobierno a concedernos esa prioridad cuyo resultado, probablemente, será ventajoso. Lo será si supone la existencia de mayor número de servicios y más baratos, que es lo que siempre se espera cuando hay dos empresas en competencia.
            Si fuéramos todos muy optimistas, si creyéramos vivir en el mejor de los mundos posibles, pensaríamos que ahora, a lo mejor, a alguien (¿el ministerio? ¿las empresas? ¿el Ayuntamiento?) se le cae la cara de vergüenza por el impresentable aspecto del camino que comunica la ciudad con la estación del AVE y por el más impresentable aún infame sistema de transporte urbano. Pero ni siquiera aspiro a tanto. Me conformaría con una pequeña cosa.
            Resulta desolador entrar en la estación del AVE y encontrar que todos, absolutamente todos los presuntos despachos están cerrados siempre, sin servicio. No hay un miserable cafetería en que tomar eso, un café y unas magdalenas, no hay un kiosko de prensa, incluso cerraron el local que al comienzo ofrecía un escaparate con los productos locales. Mientras esa imagen desgraciada despide o recibe a los viajeros, nuestros ilustres políticos engarzan un discurso con otro hablándonos de las maravillas del turismo, de programas de promoción, van a Fitur a hacerse la foto, anuncian folletos y nos cuentan un camelo detrás de otro. Pues si quieren fomentar el turismo y hacer que esta ciudad ofrezca un aspecto respetable hagan una cosa muy sencilla: abrir los espacios comerciales de la estación Fernando Zóbel. Aunque no vendan nada, aunque pierdan dinero. Tampoco lo ganan haciendo folletos y carteles o montando ferias fastuosas y no paran de hacerlo. Es hora de cambiar la imagen pública de Cuenca ofrecida a través de esa estación para sustituirla por otra más alegre, vistosa y dinámica. No se puede vender progreso, belleza y turismo con todos los espacios cerrados a cal y canto. Es una situación que produce vergüenza, al menos a los ciudadanos de a pié.
            Ojalá la competencia empresarial ayude a cambiar esa desastrosa imagen.

jueves, 12 de febrero de 2015

LOS IDIOMAS DEL TURISMO



            En el negocio turístico es esencial saber (entender, hablar) inglés, el idioma universal, el que se va imponiendo pasito a paso a todos los demás. Esta es una de las grandes deficiencias de la industria turística en Cuenca, como podemos comprobar de manera repetida, viendo a los camareros entendiéndose por señas con los clientes forasteros. Pero ya no solo el inglés conviene tener a mano para desenvolverse bien en este delicado mundo de visitantes, turistas y demás. Veamos, si no, la iniciativa de un conocido restaurante, El Secreto, situado en la calle Alfonso VIII, en la subida a la parte alta de Cuenca. Inteligente, sin duda, ese cartelón que incorpora a las ofertas gastronómicas los símbolos orientales asequibles al creciente número de turistas del país nipón que llegan a vernos. Así se dan facilidades y, de paso, se incorpora un toque de modernidad y aggiornamiento a la oferta gastronómica local.


miércoles, 11 de febrero de 2015

UN TOQUE LUMINOSO EN LA CALLE DE SAN JUAN


            Una ciudad sobre la que vienen recayendo tantas noticias pesimistas y en la que se acumulan plazos y años sobre edificios en permanente espera de actuaciones públicas (la Casa del Corregidor, el Jardín de los Poetas, el inacabable y cada vez más turbio asunto de la Plaza de Mangana) mientras iniciativas lanzadas a bombo y platillo duermen el sosegado sueño de los justos (el Espacio Torner, el mesón de las Casas Colgadas, la ampliación del Museo de Arte Abstracto, el presunto futuro nuevo museo en la iglesia de Santa Cruz), formando ese rosario de promesas y anuncios que mueren en el mismo momento de nacer (aunque ahora, en vísperas electorales, todo se reactivará como por arte de magia, a ver cuántos incautos pueden ser engañados), una ciudad así, digo, deberá alegrarse al ver cómo se ha recuperado, al menos visualmente, externamente, uno de los más señoriales edificios que jalonan la subida a la parte alta de Cuenca, la Casa de los Merchante.
A pesar de los cambios introducidos por los tiempos, la calle de San Juan sigue siendo el espinazo que articula la entrada en el casco antiguo, carácter que tuvo tradicionalmente, aunque se alteró en buena medida cuando se produjo el ensanche de la calle Palafox para facilitar el tráfico, entonces de carruajes, hoy de automóviles, coexistiendo así la calle Ancha con la calle Estrecha. Esta, la que aquí interesa, se estructura en dos sectores bien definidos. El superior está formado por un grupo de edificios cuyo frontal es de una sencilla elegancia formal; el primero se organiza al lado de la Torre de San Juan y se levanta sobre la Puerta de San Juan; es una antigua casa nobiliaria construida en el siglo XVIII; a su lado hay un bloque de viviendas levantado en el siglo XX sobre la que fue casa familiar de Federico Muelas, bajo proyecto del arquitecto Miguel Ángel Ortí Robles, que encaja muy bien en el conjunto; le sigue un estrecho pero muy atractivo edificio también decimonónico, con agradables balconadas; el siguiente, el de mayor volumetría, tanto en vertical como en horizontal, es obra del siglo XIX y en una época posterior sirvió de alojamiento al gobierno civil y a continuación, ya al borde del sector escalonado, la casa curato de San Juan, identificada por el arco gótico descubierto en obras modernas de restauración. A partir de él se abre el segmento estrecho de la calle, dispuesto en atrevida escalinata que llega hasta el puente de la Trinidad. Enfrente queda el mamotrético volumen del Palacio de Justicia, que desentona ferozmente en este ámbito tan singular.

Pero volvamos al edificio que justifica este comentario. Se trata de la casa de los Merchante, una residencia familiar hoy totalmente desocupada y que durante años ha ofrecido un evidente deterioro a ojos vistas, que los propietarios han querido detener promoviendo una vistosa restauración que, entre otras cosas, ha servido para aportar a la fachada una luminosidad colorista de la que carecía, dentro de la costumbre moderna de animar los tradicionales tonos grisáceos y ocres de la viviendas de Cuenca con estos otros generalmente adecuados al ambiente general de la ciudad. La que fue severa arquitectura luce ahora su renovada presencia para alegrarnos la vista y el ánimo.

viernes, 6 de febrero de 2015

EL PRECIO DE LA CULTURA


            La Fundación CCM empieza el año con importantes novedades: cobrar por el uso de sus instalaciones. Las explicaciones son las de siempre: la rentabilidad de los espacios, no perder dinero, buscar la forma de subsistir, esos criterios que el miserable tiempo en que vivimos ha impuesto sobre todo lo que nos rodea, sea la Educación, la Sanidad, la Asistencia Social o la Cultura, sobre todo la desdichada y siempre maltratada Cultura. En este ambiente dolorido, cobrar por dar una conferencia en el salón del parque de San Julián o por montar una exposición en la sala del antiguo Hotel Iberia, parece cosa normal a los responsables de la antigua benemérita institución.
            Pero vayamos más allá de estos hechos concretos. La Fundación CCM nace cuando Caja Castilla-La Mancha (antiguamente Caja Provincial de Ahorros de Cuenca y Ciudad Real) es adquirida por Liberbank, con el compromiso, legal y estatutario, de que una parte considerable de los beneficios anuales iría destinada a la realización de la obra social y cultural encomendada a la Fundación. Es decir, como había sido siempre. Pero ese bonito principio parece haberse olvidado y, lo que es peor, no hay nadie, con fuerza legal, que lo quiera recordar para que se cumpla.
            Porque CCM y Liberbank y todos los bancos que hay en el mundo, incluidos los rescatados con fondos públicos, ganan dinero, tienen beneficios. Estos días iniciales del año, uno tras otro nos va calentando las orejas ofreciéndonos sus balances y las cuantiosas ganancias acumuladas. La pregunta es obvia: ¿dónde están, a dónde van a parar los beneficios de Liberbank y CCM y la parte alícuota que deberían destinar a financiar la Fundación? Porque la Caja estaba, ha estado presente, siempre, durante años, en multitud de iniciativas, desde poner bancos en los pueblos hasta financiar y patrocinar concursos, exposiciones, conciertos, competiciones deportivas y todo lo que se cruzaba por su camino. Desde luego, la Caja no cobraba por su colaboración. Esa es una novedad que nos traen estos tiempos revueltos y olvidadizos. Aunque quizá lo peor no es la forma abusiva en que Liberbank-CCM están llevando a la muerte a la Fundación CCM sino el desinterés de nuestras queridas autoridades, tan despreocupadas ellas. Porque la Caja nació desde y al amparo de la Diputación, creció con los dineros de los conquenses y así llegó, boyante, a las manos de la Junta de Comunidades que la controló como quiso hasta llevarla a la quiebra. Que ahora sea una entidad totalmente privada, sin participación institucional, no justifica que los entes públicos se desentiendan totalmente de ella, como si aquí no hubiera pasado nada.
            Por lo menos, habría que recordar sus obligaciones a la Fundación CCM. Que no todo es poner la mano para cobrar.



VOCES DE LA VERDAD Y VERDADERAS


Una sala catalana (naturalmente, ¿dónde si no?) situada en San Cugat, provincia de Barcelona ha puesto en marcha su primer multicine íntegramente en versión original subtitulada. Hasta ahora, esta empresa, Cinesa por más señas, ya proyectaba películas de ese tipo en sus salas de Las Rozas (Madrid) y Valladolid, pero alternándolas con películas dobladas, de modo que cada cual podía elegir lo que mejor convenía a sus gustos o perezas.
Porque quienes defienden a capa y espada las películas dobladas no son más que perezosos amparados por pretextos fútiles, como que leer los subtítulos les distrae de seguir atentamente la acción visual que se desarrolla en la pantalla. Son los mismos que no tienen empacho en ver la televisión y seguir con la vista los incontables subtítulos que nos van poniendo, a veces ¡hasta tres líneas superpuestas! dando noticias o comentarios que no tienen nada que ver con lo que sucede en la pantalla. O, en cualquier película musical al uso, donde se canta en inglés y se nos ofrecen los subtítulos en castellano para que el personal se entera. Cosa, por cierto, que también se hace en las representaciones de ópera.
Conclusión: cuando queremos y nos viene bien, sí que leemos a la vez que vemos, sin problemas.
Doy por supuesto que en Cuenca ningún cine comercial, ni lo hizo antes ni tiene la menor intención de hacerlo ahora, pondrá nunca una película subtitulada, con el pretexto de que el público no quiere, pero la verdad es exactamente la contraria: si lo hicieran descubrirían que sí se quiere, y cuantos más jóvenes, mejor.
Podría aquí contar la experiencia del Cine Club Chaplin, donde llevamos 45 años poniendo subtituladas todas las películas extranjeras, sean americanas o chinas y todo el mundo está tan contento. Más aún, una vez que la distribuidora se equivocó y nos mando un título doblado al castellano, se me acercaron varios espectadores a quejarse por haber roto la norma, aunque fuera excepcionalmente. Conclusión y remate: no se puede decir que hemos visto a Woody Allen, Humphrey Bogart, Julia Roberts o Scarlet Johansson si no oímos su voz. Por cierto, la de Scarlet, narrando en off lo que sucedía en Her, de Spike Jonze, era una auténtica delicia de sensualidad y sugerencias del más alto rango.

            

LA IRONÍA VIENE CON EL MANCHAS


            Hasta el 28 de febrero puede verse en el Centro Cultural Aguirre la nueva muestra de Antonio Mancheño, El Manchas, una singular combinación de comic y pop art con reminiscencias de la cultura warholiana de los años 70. Jumping Jack & The Fridges ha titulado el artista esta colección de pinturas de gran formato, una explosión de color que inunda las habitualmente austeras salas del centro. Jumping Jack, explica el artista, es un hombre con una caja en la cabeza (en realidad, añade, el jardinero de Keith Richards), mientras que el segundo componente del título alude a la colección de neveras copiadas en las cocinas de sus amigos, que forma la otra parte de la colección.

            No hay que ser muy listo ni estrujarse demasiado el cerebro y los conocimientos que uno tiene de pintura para descubrir que Antonio Mancheño (nacido en Cuenca casi a la vez que el Museo de Arte Abstracto) es un artista singular entre nosotros, porque su forma de concebir el arte rompe los moldes tan trillados entre nosotros, donde impera, quizá en exceso, la influencia de las tendencias creativas que han ido formándose alrededor del museo. El Manchas no es nada abstracto, sino todo lo contrario, pero su trabajo, tan puntilloso como perfeccionista está cargado de simbolismos, de sugerencias, no exentas de ironías e interpretaciones abiertas que nos invitan a buscar más allá de la superficie trazada lo que hay en un fondo crítico, satírico, como si fueran todas las paredes una sucesión de viñetas de un gigantesco cómic que puede seguirse de corrido. Hay algo extraño en estos cuadros, algo inquietante, que parece insinuar la presencia inmanente de un mundo agobiado por esas cajas que cubren las cabezas de los personajes, como queriéndonos decir que todos, los espectadores también, estamos inmersos en un universo cuadriculado que no nos deja pensar libremente. Y eso que libertad, justamente libertad, había a manos llenas en la obra del gran Warhol y también en la de El Manchas, que nos llega de la mano de Carlos Codes, eficaz en su voluntad de ofrecernos encuentros visuales con los artistas que, pese a todos los pesares, siguen trabajando en Cuenca.

CANCIONCILLAS INFANTILES DE BUEN GUSTO

           
 Entre las pocas novedades literarias que nos ha traído este comienzo de año en Cuenca figura una realmente singular, y no por sus características, englobadas en lo que genéricamente se llama literatura infantil o para niños, sino por la extraordinaria difusión (algo insólito entre nuestras costumbres) que con toda seguridad habrá obtenido este pequeño librito, Pinto, pinto, gorgorito, aparecido el pasado domingo acompañando al número diario de El País, dentro de su colección Mis primeras lecturas, que desde hace varias semanas viene publicando el más importante diario de este país.
Con bellísimas y atractivas ilustraciones de Elia Manero, el texto ha sido preparado por Pedro Cerrillo, prolífico activista de las letras y la lectura de quien uno no sabe qué valorar más, si su permanente dedicación a la docencia y al impulso del CEPLI (acaba de cumplir 15 años y aún nadie ha decidido suprimirlo) o la continuidad en un trabajo literario que nos ofrece con frecuencia pequeñas perlas como esta que ahora se distribuye a través del popular circuito de los quioscos.

            “En este libro encontrarás un montón de cancioncillas para echar suertes y rifar. Utilízalas para hacer equipos, para decidir quién es el primero en comenzar el juego…” nos dice el slogan de la contraportada, al que uno llega reconfortado con la lectura de estas cancioncillas poéticas enhebradas con tanto acierto como gracia por Pedro Cerrillo. 

VOLVIÓ LA CHURRERÍA



            A los políticos y gentes de bien decir se les llena la boca de palabras entusiastas cuando tienen que dar una buena noticia y entre ellas se incluyen las recuperaciones de vistosos edificios o elegantes obras de arte. En ese capítulo quiero incluir a la Churrería del Tío Santos, que hace unas semanas ha recuperado su ambientación tradicional y su espíritu castizo conquense, que perdió, en mala hora, hace un año (pizca más o menos) para ser transformada en una cosa amorfa y aséptica titulada, para más inri, Torus Coffee. Está claro que la cosa no ha funcionado y como corregir es de sabios, aquí tenemos otra vez a la histórica churrería, con su ambiente popular, sus mesas de mármol y, lo que es más significativo, con su habitual café con churros, que de eso se trata. El establecimiento fue fundado por Santos González en la calle del Doctor Chirino, a comienzos del siglo XX, cuando la calle no se parecía, ni remotamente, a la que ahora vemos (ni, a decir verdad, nada era como es) pero allí arraigó y allí ha podido bandear calores y tormentas para llegar hasta hoy. Terminada la experiencia modernista que no parece haber gustado a nadie, podemos volver a tomar café con churros en La Churrería.




jueves, 5 de febrero de 2015

EN LA MUERTE DE MARIO MUELAS



            En la muerte de Mario Muelas, nacido en Cuenca en 1943, no se qué me sorprende más, si el hecho en sí mismo, inesperado (aún me felicitó en navidades) o el silencio abrumador con que la noticia ha pasado desaperciba en su ciudad natal, sobre la que planea siempre, como una sombra esotérica, la figura y el recuerdo de su padre, el poeta Federico Muelas. El hijo, el único varón entre mujeres, aunque tuvo algunos deslices literarios, prefirió seguir el camino de la técnica y abordó la arquitectura, espacio en el que desempeñó un notable papel, a caballo entre su concepción moderna del urbanismo aplicado a agrupaciones colectivas (se cita como un caso ejemplar la urbanización del barrio de Palomeras, en Madrid, donde se pudo realojar a doce mil familias) con unos conceptos sociales que venían a superar los del franquismo. Y al otro lado, su interés, su afición, por la recuperación de ámbitos de valor histórico. En este segundo aspecto, la ciudad de Toledo conoció la dedicación y el valor de su trabajo, aplicado en edificios emblemáticos, como San Pedro Mártir, que rehabilitó para convertirlo en recinto universitario, destacada intervención por la que recibió el premio de la Real Fundación de Toledo en 1989 a la que siguieron las rehabilitaciones del Palacio de Padilla, para Facultad de Humanidades; la antigua Casa de la Moneda, para acoger al Consejo Consultivo de Castilla-La Mancha; y el Palacio de Fuensalida, sede de la Presidencia regional, obra premiada nuevamente por la Real Fundación toledana. También formó parte de los equipos que han transformado la antigua Fábrica de Armas en Campus Universitario Tecnológico. ¿Y Cuenca, diremos? Pues aquí, en su ciudad, a la que venía con frecuencia, sobre todo si había algún acto recordatorio de su padre, Mario Muelas proyectó el ascensor que comunica Zapaterías con la plaza de Mangana y que nunca ha entrado en servicio. Para recordar la figura de quien acaba de morir traigo aquí esta imagen, de cuando inauguramos la exposición conmemorativa del centenario del nacimiento de Federico Muelas, que preparó el archivero municipal, Miguel Jiménez Monteserín. Mario Muelas está en el centro, contemplando algunos documentos y al otro lado estoy yo, que organicé aquella conmemoración.