sábado, 30 de abril de 2016

LA MANCHA DE CERVANTES


            Hay, de siempre, un singular empeño, condenado sistemáticamente al fracaso, lo que no impide que uno tras otro docenas de especuladores estén obcecados con intentar dar una respuesta imposible a lo que Cervantes no quiso señalar en manera alguna, esto es, cuál era o podía ser, el lugar de la Mancha del que no quería acordarse y en el que vivía su invención genial, el caballero Don Quijote. Es un empeño vano, pero ahí están tantas mentes imaginativas empecinadas en poner nombre al que, muy seguramente, no lo tuvo jamás, porque probablemente la intención del autor era fijar solo una referencia genérica, La Mancha, sin pensar o querer referirse a un lugar concreto del que, por eso mismo, no ofreció pista alguna que hiciera posible su localización.
            Ahora, al hilo del cuarto centenario, se reavivan las búsquedas geográficas, solo que ya no basta con pretender situar ese lugar ignoto señalado en el origen mismo de la novela, sino que el propósito se amplia a otros escenarios, igualmente susceptibles de recibir nombres concretos y fijación en capítulos determinados, de manera que asistimos a una singular competición entre todos los cronistas o aficionados locales para atribuir a su pueblo esta mención, aquella referencia o el conocido episodio de molinos, carneros, ventas o titiriteros. El Quijote fue, en este sentido, una obra absolutamente abierta y por tanto susceptible de cualquier interpretación. No hay más que tener un poco de habilidad, conocer algo de los caminos que cruzan los mapas y llevar de la mano a caballero y escudero para que atraviesen por aquí o por allá, se detengan en este punto o veinte kilómetros más allá. Eso sí, todos los inventores de rutas y aventuras aportan tan convincentes argumentos que uno está dispuesto a creerlos… hasta que llega otro posterior y desmonta la teoría ya aceptada para sustituirla por otra igualmente razonada con todo lujo de detalles.
            De todas estas fantasías literario-geográfico-turísticas (porque, en el fondo de todo, lo que hay es el declarado propósito de que acudan cientos de visitantes a disfrutar del lugar “real” en que sucedió este o aquel capítulo quijotesco) la más llamativa es la que se refiere a la Serranía de Cuenca, cuyos promotores lo cuentan con tal convicción que ya vemos a Don Quijote atravesando la hoz de Beteta, recalando en Cañizares, hospedándose en la Herrería de Santa Cristina o tomándose un baño reparador en el Solán de Cabras, por más que Cervantes, a quien también se le describe como residente en estos parajes, nunca escribió ni una sola línea sobre ellos, señal evidente de que no los conocía tan bien como pretenden los exégetas de semejante caso.

            Más valía, digo yo, que unos y otros entretuviéramos estos tiempos ociosos haciendo lo más productivo: leer el Quijote, que eso sí es disfrutar.

TRABADOS POR UN SUEÑO




            Concha Lledó y Segundo Santos han elegido un espacio singular (muy singular) para enseñar públicamente lo que ocurre cuando han vuelto a unir sus fuerzas y sus ánimos muchos años después (algo así como 30), repitiendo ahora aquella experiencia que estaba asentada en el recuerdo de quienes entonces la conocieron. Ese espacio tan especial (vale aquí el juego de palabras) es la Posada de San José y allí, en sus paredes, las que forman el gran salón del recinto y también en las del comedor, se han distribuido estos no se si llamar cuadros, porque lo son, aunque su contenido no tiene que ver estrictamente con la formalidad del arte sino con la maravilla de las invenciones, ese territorio abstracto por el que pueden circular todas las fantasías imaginables.
            Concha Lledó es, resumiendo su obra, una tejedora de sueños, que con sus habilidosas manos sabe transformar la materia en principio árida de los hilos indecisos para hacer con ellos alfombras, tapices o lo que sea menester. Segundo Santos descubrió cuando era joven la tradicional elaboración del papel, utilizando también materias primas vinculadas a la tierra, y con admirable constancia ha desarrollado a partir de ese punto todo un mundo creativo en el que cabe cualquier figura imaginada o soñada.
            Concha Lledó decidió un día abandonar las asperezas de la breñas serranas conquenses y se marchó a la orilla del mar, donde brilla una luminosidad infinita, inacabable. Segundo Santos prefirió quedarse en ese mismo lugar y en un rincón casi escondido de una callejuela del casco antiguo montó y mantiene su taller papelero, aunque luego tenga un escaparate comercial en la Plaza Mayor. Por encima de esos kilómetros distanciadores, Concha y Segundo han unido ánimos para reverdecer aquella antigua conjunción de ideas que ahora da forma a una exposición titulada Trabados, un reencuentro amistoso, imaginativo, soñador, de técnicas y diseños, una combinación de hilos y papeles que vienen a formar un admirable entramado decorativo por el que circulan alegremente las elucubraciones atrevidas de estas mentes capaces de mover sus manos para que interpreten en formas reales lo que hay escondido en los recónditos pasajes del cerebro. Y, de paso, nos hacen disfrutar con estas visiones suavemente amistosas, cuya amable compañía transforma estos días las paredes de la Posada.




lunes, 25 de abril de 2016

EL RINCÓN DE LAS ANGÉLICAS


            Cada vez que paso por la calle de San Pedro, al llegar a la altura de lo que fue convento de las angélicas y ahora es sede de la Escuela de Arte “Cruz Novillo” juego interiormente a las adivinanzas tipo deshoje de margarita: ¿estará abierta? ¿estará cerrada? A veces toca la flauta y las puertas de la antigua iglesia, ahora sala de exposiciones, están abiertas, pero la mayor parte se encuentran cerradas. Que ahí, en ese lugar, se haya montado algo que ver, se convierte así en una experiencia aleatoria, que debe depender de condiciones muy variadas, cuyo secreto se me escapa. Pueden ser muestras organizadas a partir de los trabajos de los pocos alumnos, en otros casos aparecen exposiciones que no han podido encontrar acomodo en las salas convencionales y recurren a esta, aún contando con la deficiente publicidad que la acompaña.
            El antiguo convento de angélicas es, como todos los de Cuenca, de una extraordinaria austeridad exterior (también interior); por fuera, todos ellos son considerables mamotretos arquitectónicos, sin apenas decoración, estructurados a partir de grandes murallones lisos, con apenas algún hueco para ventanas y poco más. Pero por dentro casi todos ofrecen algún encantador espacio, como ocurre con esta iglesia, de una sola nave, que se acomoda muy bien para recibir exposiciones artísticas, carente ya de cualquier simbología religiosa que pudiera recordar su anterior dedicación. Es un espacio sencillo, recogido, amable, bien iluminado, que permite contemplar sosegadamente, como debe ser, el material expuesto en cada caso, por el que puede la mirada deslizarse con calma sintiendo en cada momento el interés, la emoción (a veces, también, el rechazo, ¿por qué no?) de lo que allí se muestra y que como no responde a ninguna organización preconcebida o un plan coherente, se presta  a las más variadas sorpresas, según cual sea la propuesta de cada momento.
            Ahora, a la iglesia que fue de las angélicas le toca estar cerrada. Lleva así ya semana y seguramente le esperan otras más. Hasta que vuelva a tocar la flauta y con el motivo más inesperado se nos proporcione nuevamente la oportunidad de disfrutar de un lugar tan delicioso.


martes, 19 de abril de 2016

A LA BÚSQUEDA DE CARRIEDO



Amador Palacios ha extraído del cajón donde anidan sus recuerdos y experiencias y en el que también descansan no pocos documentos, materiales suficientes para escribir una biografía apócrifa de Gabino Alejandro Carriedo, uno de los personajes y poetas más singulares de cuantos ocuparon con vida y versos la segunda mitad del siglo XX. La flor del humo, se titula y aparece con el sello editorial Vitruvio.
Nacido en Palencia en 1923 y fallecido en San Sebastián de los Reyes en 1981, Carriedo estuvo vinculado prácticamente toda su vida a la capital española, en la que vivió aquellos años intensos, turbulentos en ocasiones, en que algunos escritores quisieron dar forma a unos conceptos innovadores capaces de alterar las tranquilas aguas remansadas del ámbito literario. En esa búsqueda encontró el postismo y con olegas de preocupaciones, como Carlos Edmundo de Ory y Eduardo Chicarro iniciaron un tímido movimiento que podríamos llamar la vanguardia poética, emparejada con otros similares que en el territorio de las artes incidían también en pàrecidos propósitos renovadores. En esa trayectoria se cruzó también, tangencialmente, Federico Muelas, que durante un breve tiempo acarició la posibilidad de participar en el inquieto mundo de los pospistas (de lo que sobrevive la singular aventura que fue El pájaro de paja) antes de abandonarlo y seguir su trayectoria tradicional.
Pero si esa relación fue puntual y efímera, más profunda fue la que mantuvo con Carlos de la Rica, que propició un acercamiento sentimental de Carriedo a Cuenca. El autor de Poema de la condenación de Castilla realizó una poética intimista,  poco dada a los excesos de la popularidad y cultivó la tendencia del realismo mágico. En Cuenca escribió varios poemas que dedicó a la ciudad y publicó algunos libros en la colección editorial El toro de barro. Después de muerto, sus hijos legaron su importante biblioteca a la Fundación Carlos de la Rica, situada ya entonces en el seminario de San Julián, pero un desgraciado incidente de incomprensión entre ambos sectores (legadores y legatarios) frustró el intento y las cajas con los libros de Carriedo, almacenadas en Cuenca durante varios meses, emprendieron viaje de retorno a su origen para recalar finalmente en un espacio más acogedor, en Valladolid. Dejemos que la imaginación vuele un poco para valorar la importancia cultural que pudo haber tenido una biblioteca especializada en poesía mediante la suma de los legados de Carriedo y de la Rica.

Amador Palacios, nacido en Albacete en 1954 y miembro desde hace unos meses de la Real Academia Conquense de Artes y Letras como académico correspondiente en la vecina capital castellano-manchega mantiene una doble vocación como poeta en ejercicio y teórico de la literatura. Ambas tendencias se unen en su libro La flor del humo, subtitulado “Autobiografía apócrifa de Gabino-Alejandro Carriedo”, en el que reescribe la biografía que ya publicó a la muerte del poeta y que ahora enriquece con una amplísima panorámica del acontecer poético español más reciente, tarea en la que suple al propio Carriedo para, remedando su voz, hablar de géneros, tendencia y colegas, dando lugar así a un generoso fresco donde conviven ideas y nombres que nos ayudan a enriquecer completándolo nuestro conocimiento de la poesía española contemporánea, tan convulsa como apasionante.


viernes, 15 de abril de 2016

EL RETORNO DEL ESPACIO TORNER



No he visto muchos comentarios (en realidad, creo que ninguno) sobre la reapertura del Espacio Torner, sucedida en vísperas de Semana Santa. Sí los hubo, no muy contundentes pero algunos fueron, cuando se produjo el cierre de este recinto cultural, hace seis años, periodo durante el que se han producido algunas bienintencionadas declaraciones anunciando buenos propósitos para garantizar la supervivencia del recinto elegido por Gustavo Torner para exponer pública su propia obra, en buena parte cedida por el Museo Reina Sofía. Desdichadamente, nuestra ciudad no se encuentra muy sobrada precisamente de ámbitos culturales y artísticos, y menos de características tan singulares como el que ocupa la antigua iglesia de San Pablo, cuyos muros sirven de contenedor para el montaje vanguardista, atrevido, tan lineal y cerebral como lo concibió el artista. Esta ciudad, que viene adoptando una curiosa actitud de pasotismo integral, a la que no afecta ni el frío ni el calor, se mantiene impertérrita, como dice su lema, tanto se cierran espacios culturales como si los abren. Romperé esa dinámica, si es que se le puede llamar así al inmovilismo absoluto, para dejar constancia satisfecha de la recuperación del Espacio Torner, con todo lo que eso significa.


martes, 12 de abril de 2016

MANGANA RECUPERADA




Al fin se desveló el misterio y la plaza de Mangana, torre incluida, se encuentra abierta al libre uso, disfrute y contemplación de la ciudadanía propia y los visitantes. Hay que decir que durante los primeros días tras su recuperación, en plena Semana Santa, fueron muchos quienes sintieron la curiosidad por conocer con sus propios ojos lo que allí había, tras tantos años de misteriosas elucubraciones laborales. La mayoría acudíamos con un ligero temorcillo a cualquier disparate, y no por ser escépticos por naturaleza sino porque la experiencia nos dice que en esta ciudad todo es posible. Y más en materia de urbanismo, restauraciones y demás.
Sin embargo, parece que hay un generalizado consenso en admitir que el resultado obtenido es, por lo menos, aceptable. O, dicho de otro modo, no se produce un rechazo rotundo, sino solo matices parciales, por esto o por aquello. Por ejemplo, el cromatismo impuesto a las jardineras e incluso la abundancia de ellas son cuestiones que se prestan a la discusión. ¿Hacían falta tantas y de tantos colores? Puede ser que sí, puede ser que no, pero lo cierto es que el resultado no es desagradable, incluso resulto armónico. Y es una gozada, enorme, poder llegar hasta el lado mismo de la torre, mirarla, casi acariciarla, subir la mirada a las alturas para encontrar allí arriba el limpio cielo conquense, tan brillante.
Hemos recuperado Mangana. Al menos, parcialmente. Se echan en falta letreros indicadores, informativos, porque todo el mundo se pregunto qué son estas piedras, qué es aquel algibe. Convendría distinguir bien los periodos, lo que procede de los musulmanes, los restos de la iglesia cristiana o de la sinagoga judía, lo que fue del palacio de los Hurtado de Mendoza.
Hay, en todos con quienes he hablado, la mayoría vecinos de la parte alta o casco antiguo, una colectiva preocupación. La ciudad vive tiempos tormentosos, agitados, al borde del vandalismo generalizado. La plaza de Mangana, tal como ha quedado, es una pieza delicada, apetitosa. Un Ayuntamiento consciente (¿es pedir peras al olmo?) establecería medidas cautelares importantes para vigilar de manera adecuada ese entorno y también para su conservación cotidiana. Si esa prudencia no se aplica pueden ocurrir más desmanes de lo conveniente.
Mangana se configura como un entorno abrumado por el arte, el misterio y la belleza. Las líneas clásicas del seminario (y de la cercana plaza de la Merced) compiten con la envoltura moderna del Museo de las Ciencias, el monumento a la Constitución y ahora el diseño de la propia plaza, pero también con las construcciones populares de la calle del Alcázar. 
Mangana es una gozada para los sentidos. No deberían estropearla, pero lo harán si no se toman medidas adecuadas desde ya, antes de que nadie se desmande y lo eche todo a perder.


lunes, 11 de abril de 2016

EL CUERPO HUMANO, SEGÚN MARCO PÉREZ


                       
             
               Todo el mundo, o sea, cualquiera, medianamente informado, sabe y dice que Luis Marco Pérez fue uno de los grandes imagineros modernos, artífice fundamental en la plasmación plástica de la Semana Santa de Cuenca. Además, también se reconoce su mano en la realización de notables escultoras civiles, de las que hay una buena muestra en la ciudad de Cuenca. A todo eso, sabido y repetido, se une otra dimensión, menos conocida pero igualmente muy valiosa. Y que, dicho sea de paso, debería ser mejor conocida. Ahora hay una buena oportunidad de comprobarlo, porque hasta primeros del mes de mayo se puede contemplar, en la Sala de Exposición del Museo de Cuenca, en la calle Princesa Zaida, una exposición titulada Marco Pérez: el descubrimiento de la inspiración y que en realidad es todo un prodigio en el estudio y la plasmación de la naturaleza del cuerpo humano.
            Con 50 dibujos y seis esculturas que forman parte de los fondos del propio Museo, cuya importante colección de obra moderna permanece desgraciadamente oculta, almacenada, en espera de ese viejo proyecto, que nunca acaba de cuajar, en forma de ampliación y que permitiría exponer debidamente y de forma permanente esos fondos. Pero dejando lamentos aparte, que no es el caso ahora, diré que la muestra es un acontecimiento verdaderamente ilustrativo sobre la auténtica dimensión artística de Luis Marco Pérez (Fuentelespino de Moya, 1896/Madrid, 1983), un verdadero artista de imaginación despierta y mano firme. Atrae, de manera especial, su enorme capacidad para estudiar los matices del cuerpo humano, singularmente el femenino, al que el artista se acerca con fruición, buscando los pliegues y el músculo, el detalle y el alma, el latido oculto pero sensible y la belleza, sobre todo la belleza, que se desprende de cualquier criatura viva.
            La habitual soledad en que se encuentra la sala de exposiciones ayuda al paseo metódico, sin prisas, seguido paso a paso con delectación, a través de las imágenes ciertamente atrayentes que nos brinda el maestro.