viernes, 21 de octubre de 2016

NÁUFRAGOS EN BUSCA DE POESÍA




Vuelve a Cuenca la tabla de salvación que la poesía ofrece a los náufragos que navegan perdidos por este mundo de contradicciones y desconciertos. Los animosos promotores de este invento retoman el navío por quinto año consecutivo, y contando con el paraguas protector de la Real Academia Conquense de Artes y Letras, en cuya sede del barrio de San Antón, en la última planta de las antiguas escuelas, nos citan por los primeros días del otoñal y generalmente tristón noviembre, convencidos de que, envueltos entre palabras poéticas, encontraremos los estímulos necesarios para continuar sobreviviendo en este mar proceloso (tan emocionante) que es la vida.
El día 4, a las cinco y media de la tarde, se abrirán las sesiones con una conferencia de Francisco Mora y, a continuación, en el resto de la jornada, habrá dos lecturas  poéticas. En la primera intervendrán Antonio Santos, Berta Piñón, Antonio Puente, Enrique Trogal y Ana Lamela. En la segunda, Tomás Rivero, Margarita Mayordomo, Francisco Benedicto, Paloma Corrales y Chelo Candel.
Luego, como no solo de versos viven los seres humanos, habrá una cena fría en el Rothus y a su término, en el mismo sitio, los asistentes y curiosos podrán asistir a una creación sonora de Teo Serna (que, por cierto, estos días tiene montada una más que interesante exposición en la Fundación Antonio Pérez).
La mañana del sábado, día 5, comenzará con la presentación de dos libros, Tierra profana, de la portuguesa Carina Valente (editado por Olcades) cuya introducción estará a cargo de Miguel Ángel Curiel y El verano de los cazadores de luces, de Paco Moral, haciendo la presentación Rafael Escobar. Por la tarde, a partir de las cinco, habrá una lectura poética con la presencia y las voces de Javier Gil, Manolo Marcos, Agustín Calvo Galán y Cecilia Quilez para luego hacer un intermedio en el que se proyectará el poema visual La memoria salina, seguida de otra lectura, en este caso de Juana Castro, que será presentada por José Ángel García, para concluir la fiesta con la voz poderosa de Antonio Carvajal que ofrecerá otra lectura de sus poemas, con introducción de Ángel Luis Luján.
Los impulsores de este invento no ocultan de manera alguna su decidida vocación hacia la figura y la obra de Diego Jesús Jiménez, cuyo Itinerario para náufragos  marcó, ya en el tramo final del siglo XX, un sendero luminoso para la poesía española, con la que ganó en 1997 el premio nacional de Literatura por segunda vez, cosa que hasta entonces no había sucedido con ningún escritor y que, justamente, se le concedió en el mes de octubre de aquel año. El concepto no es exclusivo de Cuenca: en las lejanas y melancólicas tierras gallegas, otros seres en busca de amparo han encontrado también refugio en los bálsamos poéticos y así, desde hace un par de años, vienen celebrando también un encuentro al que han titulado Poemas para náufragos y viajeros.



jueves, 20 de octubre de 2016

VIVA LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN



Tantas cosas se están escribiendo estos días que podría ahorrarme estas palabras de más que, seguramente coincidirán con otras más o menos similares, o quizá contradictorias. Pues no dejaré de escribirlas, porque el cuerpo me lo pide y porque no hay nada que me guste más en el mundo que hablar de libertades en general, y de la de expresión en particular. Sobre todo cuando hay algunos personajes, que aspiran a ser nada menos que gobernantes de este país, presidente del gobierno o cuanto menos ministro o jefe del CNI, que salen a la palestra en forma vergonzosa y vergonzante.
Naturalmente que siempre ha habido protestas en la Universidad, faltaría más y el día que no las haya es que ya no queda ni Universidad ni nada. Pero el asunto de lo ocurrido el otro día en la Autónoma tiene algunos perfiles peliagudos, problemáticos y quizá preocupantes. Para empezar, la banda aparece con las caras tapadas cobardemente, en busca del anonimato y la impunidad. Miren ustedes, jovencitos: antiguamente esas cosas las hacíamos a cara descubierta y cada palo aguantaba su vela o zurriagazo. Para continuar, los muy bandidos aluden a la libertad de expresión como motivo esencial para manifestarse violentamente; o sea, que la libertad de expresión consiste en que nadie más pueda ejercer semejante principio. Muy bonito. Y siendo como eran y se ve en las imágenes una exigua minoría, eso sí, violenta y agresiva, consiguen imponer su criterio al resto, a la mayoría, en curiosa aplicación del más turbio de los principios democráticos: los menos se imponen a los más, porque sí.
Luego viene la parte final, la segunda o la tercera, la de los simpatizantes de esta muchachada turbia, anónima y agresiva. Y uno, naturalmente, tiene que preguntarse y me pregunto: qué cuerpo le quedaría a Pablo Iglesias, el mismo que fue durante unas semanas el profeta de un futuro mejor, si a él le organizaran un espectáculo de esa naturaleza otros muchachitos como los que a él le parecen bien. Claro que también me pregunto si el día que el tal Iglesias sea presidente del gobierno acudirá al desfile de la fiesta nacional, vestido de punta en gala o se quedará en su casa jugando al mus.

Todo para llegar a la conclusión final que no es otra que la más ampliamente compartida por tantos ciudadanos estupefactos y desconcertados: qué pena de país, no solo por lo que está pasando, sino porque en el horizonte no se perfile nadie que sea capaz de hacernos una propuesta avanzada, progresista, decente, coherente, digna del país y de todos nosotros. Parecía que el mirlo blanco podría llegar de Podemos y sus líderes, pero ya vemos en qué cosa zarrapastrosa está quedando todo eso.

miércoles, 19 de octubre de 2016

CARLOS SAURA Y SU VISIÓN DE CUENCA



       Hace unos días se ha proyectado públicamente, después de mucho tiempo de permanecer almacenado y casi en el olvido, el documental Cuenca, dirigido por Carlos Saura, en la que fue su primera película. Antes de ella, sólo había realizado un breve cortometraje, como práctica de final de curso en la Escuela de Cine. Esperaba alguna reacción pero, al parecer, sólo el silencio ha venido a suceder a esta notable experiencia, algo muy diferente de lo que ocurrió en su estreno en nuestra ciudad.
            En 1958, Carlos Saura emprende en Cuenca una singular empresa cinematográfica, que habría de tener honda repercusión en la historia del cine español. Cuenca es el primer gran documental, dicho en sentido moderno, realizado en nuestro país, rompiendo los moldes vigentes hasta entonces cuando se consideraba que una película de ese género debería tener un carácter propagandístico de interés turístico, limpio, por ello, de cualquier connotación crítica. Con ese espíritu encargó el trabajo el Ayuntamiento de Cuenca, en acuerdo adoptado el 24 de septiembre de 1956; específicamente se le pedía “un proyecto de guión y presupuesto para la filmación de un documental cinematográfico sobre Cuenca”. El texto del guión estaba ya en manos del Ayuntamiento un par de meses más tarde y fue entregado a una comisión especial para su estudio. Saura, entonces recién titulado en la Escuela Oficial de Cine, asumió la tarea con una óptica muy diferente a la que esperaban quienes se las prometían muy felices con un vehículo publicitario en soporte cine.
            La primera proyección de la película en Cuenca provocó una auténtica tormenta de opiniones, en su mayoría desfavorables. El estreno tuvo lugar en el Cine Club Palafox, el 16 de noviembre de 1958; la proyección fue precedida de una presentación a cargo de Carlos Saura, quien explicó las líneas maestras en que se había basado para la realización, analizando los diversos elementos que había tenido en cuenta para la organización de su trabajo.
Como resumen y reflejo de la impresión adversa producida en un sector del público, el periódico Ofensiva recogía un larguísimo artículo de un prohombre bien conocido en la ciudad, Bonifacio Enrique Benítez, que luego sería concejal de Cultura en el Ayuntamiento quien no oculta ni disimula en forma alguna su pensamiento, apelando, de entrada, al habitual sentido localista y patriótico que suelen inspirar los asuntos que no son del bondadoso agrado de todos porque “como conquense que siente a su tierra en lo más hondo, me considero en la obligación de exponer estos comentarios, sin otra finalidad que la de remediar en lo posible lo que consideramos fallos de la película, aunque solo sea porque a través de este documental va a conocer el resto de España, y posiblemente el extranjero, a una Cuenca que no es la auténtica” y añade: “Sinceramente creemos que no se ha sabido captar en él la esencia de la Cuenca verdad”. O sea, las rocas, los ríos, la belleza, el paisaje, los bailes regionales, el morteruelo, las Casas Colgadas, la Ciudad Encantada. Esa es, a juicio de muchos, la verdad. Y si hablamos de la Semana Santa, “¿Dónde está recogido en el documental el fervor religioso de todo un pueblo, el orden y silencio de nuestros desfiles, su desnuda pero impresionante sencillez?”. Y así, en esa línea, el señor Benítez continúa argumentando la crítica, desde el honor conquense ofendido por la impureza de unas imágenes a lo que se debe añadir “como un fracaso sin paliativos su banda sonora”, y que “el texto es pobre, sin alma ni emoción”, encima mal leído, porque “no hay un solo momento en que la voz monorrítmica y falta de matices de Francisco Rabal nos emocione o nos cautive por lo que describe”.
Cuenca es un documental basado en la realidad, tal cual era en esos momentos y por eso rompió los moldes del género tal como estaba vigente en España, donde el monopolio del sector lo ejercía el No-Do con su triunfal y bondadosa recreación cotidiana de la imagen de un país ficticio, donde no había problemas ni dolores.
Me pregunto, ahora que ha vuelto a ser visionado, cuál es la impresión, el impacto sensorial, las opiniones, del público de hoy, sesenta años después de haber sido realizado. Estoy convencido de que sigue existiendo un sector convencido de que la propaganda turística exige que todo sea limpio, bonito, reluciente, sin mácula. Me gustaría creer que el tiempo ha hecho evolucionar a la sociedad y que las nuevas generaciones se mostrarán más abiertas, dispuestas a enfrentarse con la realidad, tal cual es, sin aditamentos ni photoshops correctores. En cualquier caso, guste verlo o se prefiera el juego del avestruz, la película de Saura es un ejercicio de realismo. Así era Cuenca entonces y eso es lo que en ella se ve.


CITA CON LOS TÍTERES DE LA MÁQUINA REAL


            Este fin de semana habrá en Cuenca unas jornadas para hablar, tratar y conocer mejor las circunstancias del teatro de títeres, en torno a la Máquina Real que tiene sede y acomodo en la iglesia de San Andrés, precisamente el lugar en que se celebrarán las sesiones, con inicio el día 22 a las doce del mediodía para la presentación inicial, seguida media hora más tarde de la primera conferencia, Historia reciente del teatro de títeres en España, a cargo del investigador y autor teatral Adolfo Ayuso.
            Por la tarde, a las seis y media, otra conferencia, Del retablo a la máquina real, que ofrecerá Francisco Cornejo, profesor de la facultad de Bellas Artes de Sevilla y titiritero él mismo, como paso previo a la representación que La Máquina Real llevará a cabo a las 20 horas de la obra Mi amor, te odio. Culminará la fiesta de este primer día con una ronda barroca en la plaza de San Andrés.

            El día 23, segunda jornada, que iniciará el director de las jornadas, Jesús Caballero, para presentar pública el proyecto de creación del museo español de títeres que, se supone, tendrá (o tendría) su sede en Cuenca. A las 12,30, el arqueólogo responsable de la restauración de la iglesia, Santiago Domínguez, dirigirá una visita guiada para conocer la cripta, la torre y la bóveda del templo ahora dedicado a fines culturales.

UN ÁLBUM FOTOGRÁFICO PARA GUARDAR LA MEMORIA



            No se cuánta gente ha ido a ver la exposición montada en el vestíbulo de la Facultad de Periodismo en Cuenca. En realidad, lo que quiero decir es que no se si a muchos conquenses, incluso de los que dicen estar preocupados o interesados por conocer las cosas de su ciudad, se les ha ocurrido dar un paseo por aquél lugar, aparentemente alejado, aunque incluso se puede utilizar como pretexto una visita a los centros comerciales para, de paso, dar una vuelta por la exposición. Convendría hacerlo.
            Se titula Álbum de la memoria, y recoge medio centenar de fotografía realizadas por José Luis Pinós en los años confusos, desconcertantes, pero maravillosos, de la transición. Maravillosos digo, aunque una persona moderna, progresista y al cabo de la calle debería denostarlos, como requieren las modas de estos tiempos. Pues ya ven: digo lo contrario y me reafirmo en lo anterior.
            Las fotos fueron publicadas en su momento en Diario de Cuenca pero Pinós ha conservado los negativos y de ellos, de varias cajas, otro fotógrafo más joven y que no estuvo en aquellas circunstancias, Santiago Torralba, ha realizado una selección, positivándolas de nuevo a tamaño ligeramente ampliado para verlas bien y así, entre uno y otro, tenemos a la vista este apretado compendio de un tiempo para muchos envuelto ya en las nebulosas de la memoria y para otros no solamente totalmente desconocido sino que incluso desean protegerse por una coraza impenetrable para no saber nada de ellos.
            Aquí están las imágenes de Cuenca hace cuarenta años, los campos, los pueblos, las gentes y sus miradas, los políticos y sus falsas sonrisas (en eso no ha habido cambio), las calles, edificios que ya no existen, niños que han crecido, camisas azules, muchas camisas azules, la autoridad competente, los deportistas, entierros, desfiles marciales… o sea, todo lo que fue y estaba como adormilado en ese cajón de donde ahora salen estas fotografías para ponerse ante nosotros, como un espejo.
            Creo que la exposición va a estar hasta noviembre en la facultad de Periodismo. Nadie debería faltar a verla. Aunque cueste un poco de esfuerzo ir hasta allí. Merece la pena, en serio.


sábado, 15 de octubre de 2016

EL GRAN BOB DYLAN Y LOS TONTOS DEL NOBEL


Mientras escribo estas líneas, orientadas a incorporarme al grupo de quienes a lo largo de medio mundo ponen a parir, con mejor o peor estilo, a la banda de necios que toma las decisiones sobre el premio Nóbel de Literatura, tengo de fondo la música y las palabras que Bob Dylan escribió para la banda sonora de Pat Garret and Billy the Kid, la primera ocasión en que colaboraba con su obra creativa en una película. La oigo con el mismo placer que siempre, realmente impregnado por unas melodías inconfundibles, muy dylanianas, que en el ambiente sórdido recreado por el director, Sam Peckinpah, encontró la inspiración necesaria para que su mente fluyera libremente, enriqueciendo una película ya de por sí magnífica.
Pat Garret and Billy the Kid fue rodada en 1963 y, en principio, el encargo era que Dylan escribiera un par de canciones, pero cuando Peckinpah las oyó decidió que ese era el tono deseado por él para todo el relato fílmico y le pidió la totalidad de la banda sonora que de ese modo se convirtió en su primer trabajo para el cine (en el que, por cierto, también actuó como actor, en un pequeño papel). Hay ahí tanta inventiva musical como capacidad creativa para recrear con la guitarra y la armónica el terrible mundo en que se desenvolvieron aquellos dos personajes, entre la crueldad y la muerte hasta configurar su leyenda. Pero hay también poesía, mucha poesía, la que Dylan, sin duda alguna, lleva dentro y nos viene transmitiendo desde hace medio siglo a través de la música.
Digo bien y me reafirmo: a través de la música, no de los libros, no de la literatura. Se le pueden dar -y ya los tiene- docenas, cientos de premios generados por el mundo de la música pero es ridículo uno de literatura que solo se puede entender por el afán inmoderado de los promotores del Nóbel de estar en candelero. Lo vienen haciendo, desde siempre pero sobre todo en los últimos años, buscando personajes desconocidos y entrando en las literaturas de países exóticos, por aquello de llamar la atención y buscar la reacción maravillada de los críticos, obligados a investigar como locos quien es el sujeto en cuestión elegido en ese año o qué sabe del ignoto país del que procede, pero esta vez han rizado el rizo. Como si no hubiera literatos en el mundo, se meten en territorio ajeno para buscar un músico al que, de golpe y porrazo, han transformado en escritor, solo por ese afán inmoderado del jurado de llamar la atención. Y, ciertamente, lo han conseguido.

Yo sido escuchando las baladas de Dylan para una película memorable. Por cierto que, como es también pertinaz costumbre en los críticos, pocos, por no decir ninguno, valoraron esa banda sonora a la que dedicaron algunos improperios. Allá ellos. La música -insisto, la música- de Dylan es una maravilla y en estos momentos me envuelve dulcemente para que personas como yo sigamos siendo fieles a su trabajo, sin considerar las tonterías que hacen los del Nóbel.

POZOAMARGO Y EL CINE



No abundan las películas rodadas en Cuenca y menos aún las que ofrezcan un tema más o menos directamente relacionado con lo que sucede por aquí. Hay muchas, ya lo sabemos, ambientadas en Uclés, en Belmonte, en la Ciudad Encantada. Incluso algunas, muy pocas, en la capital, pero ninguna, hasta ahora, que haya llevado el nombre de un pueblo a su título y que haya sido rodada en sus calles y campos. Pozoamargo cumple esos requisitos. La ha dirigido el mexicano Enrique Rivero y la protagoniza un hombre del pueblo sin experiencia anterior en cuestiones cinematográficas, Jesús Gallego, además de aparecer figurantes locales y, desde luego, las calles del lugar, las tierras, la actividad vendimiadora e incluso un caserío abandona y ruinoso. A su lado, Natalia de Molina tiene una breve pero explosiva intervención, en la escena de más cálido erotismo de la película.


Todo ello es positivo y encomiable. Lástima que la película ha ido pasando sin pena ni gloria por las pantallas de los cines españoles (en Cuenca ni siquiera se ha estrenado comercialmente, quedando la proyección para una sesión del Cine Club Chaplin que, en este caso, como en otros muchos) va al quite para cubrir las deficiencias de la programación diaria) y tampoco ha merecido excesivos entusiasmos por parte de una crítica que, en una abrumadora mayoría de los casos, está pendiente de objetivos que no tienen nada que ver con sus presuntos criterios artísticos.


Pozoamargo no es una película totalmente lograda, pero tampoco resulta fallida. Al contrario, presenta numerosos puntos de interés. El elemento más flojo es la línea argumental, en la que aparecen más dudas e incoherencias narrativas de las que serían deseables para ofrecer credibilidad a una historia muy endeble. Jorge Rivero, que se lo ha hecho todo, debería haber buscado apoyo en un guionista sólido para acertar a enhebrar una historia creíble, sin fallos ni quiebros que rompen la solidez de la narración. La plasmación visual de esa dubitativa historia es, sin embargo, bastante aceptable, con momentos realmente brillantes. Pocas veces los campos manchegos se habían visto tan bien recogidos, las labores de la vendimia y el vareo de la aceituna llegan directamente al espectador, las calles del pueblo están ahí, la segunda parte del film rodada en blanco y negro es realmente brillante, la interpretación de Jesús Gallego, sobresaliente… Son cosas, detalles, que deberían haber merecido una mejor acogida por parte de una industria siempre quejosa pero tan poco atenta a todo lo que se hace.
Se ha criticado en algún sector la crudeza de algunas escenas de la película. Son pocas, escasas incluso, pero necesarias, si tenemos en cuenta que la historia gira en torno a la enfermedad venérea que sufre un hombre, el protagonista, hecho que le lleva a buscar el retiro en un apartado pueblo, lejos de las grandes ciudades, donde vivirá acongojado por un sentimiento de culpabilidad permanente. Presunta crudeza que queda en mantillas al lado de otras muchas delicadas cosas que vemos de manera cotidiana en cines y televisiones, autorizadas para todos los públicos.
Con sus deficiencias y carencias, Pozoamargo es una película interesante, tanto más por su carácter insólito en el adocenado cine español (en coproducción mexicana). Y, desde luego, merecía haber tenido un tratamiento mejor que el proporcionado por los medios informativos conquenses, en los que ha pasado totalmente desapercibida. Pero esa, la de los medios informativos, es otra cuestión.


martes, 11 de octubre de 2016

GUTIÉRREZ TUÑÓN EN EL RECUERDO


A destiempo, al regreso a Cuenca después de una estancia fuera, me encuentro la noticia de la muerte de Manuel Gutiérrez Tuñón. En realidad, no lo estoy diciendo correctamente, porque noticia, como tal, no la ha habido. Pasó a la historia el tiempo en que los fallecimientos, las pérdidas de seres humanos, de relevancia o de discreta vida, encontraban eco en los medios informativos. Ahora esa es una sección inexistente para los digitales, cuya única vía alimenticia es la de los gabinetes de prensa, por lo que no prestan atención alguna a la desaparición de personas que debieran merecer cierta atención pública, la que corresponde a quien durante muchos años ejerció una función de servicio a ala colectividad. Eso es lo que debería haber sucedido con Manuel Gutiérrez Tuñón a quien desde la distancia del tiempo (falleció en el mes de septiembre) deseo al menos ofrecer aquí un mínimo recuerdo.
            Había nacido en Cela, en la provincia de León y llegó a Cuenca en 1977, como catedrático de Lengua y Literatura españolas en el instituto Alfonso VIII, en el que impartió la docencia además de ocupar puestos directivos, que en 1982 se ampliaron con su nombramiento como director de la sede de la UNED, un centro que él se preocupó seriamente (era una persona muy seria, con irónico sentido del humor) de proyectar, ampliar y mejorar, consiguiendo la dotación de nuevos estudios y una más adecuada instalación física, en el edificio que había sido proyectado para hospital provincial, en la calle Colón y que desde entonces fue la sede de la Universidad a Distancia en Cuenca, que dirigió hasta el curso 2005-2006.

Publicó numerosos artículos sobre las variantes dialectales utilizada en su tierra natal, El Bierzo, analizando las relaciones idiomáticas con el gallego y el castellano, además de un valioso diccionario de castellano antiguo, muy valorado por los especialistas. Ya no volveremos a encontrarnos con él, paseando pacíficamente por Carretería ni tendremos oportunidad de oír algunos de sus cáusticos comentarios sobre lo que pasa en este mundo y la forma que tenemos de contarlo.

EL PLACER DE LEER SIN SER JOVEN


            Antonio Muñoz Molina hace en Babelia una brillante exégesis de la obra de Julio Verne en general y en especial de Veinte mil leguas de viaje submarino, en la que ha reencontrado, al cabo de tantos años, “la emoción que me había deparado cuando la descubrí” en una temprana edad adolescente y hace un alegato en favor de la relectura de libros considerados de interés juvenil, cuando en realidad, explica (y no le falta razón) al volver a encontrarlos en edad adulta, la experiencia y el conocimiento permiten hallar en ellos una cantidad de sensaciones y sugerencias que pasaban desapercibidas precisamente cuando lo contrario (la inexperiencia) acompañada de una lectura rápida en busca de emociones hacía pasar de largo por el riquísimo caudal literario encerrado en una obra que no es nada insustancial y menos aún superficial. El capitán Nemo es el personaje más vigoroso a la vez que misterioso (casi nada se sabe de él) que ofrece la literatura narrativa del siglo XIX. Y que encontró en James Mason el adecuado alter ego capaz de llevar al cine la compleja personalidad del piloto submarino en un memorable film firmado por Richard Fleischer en 1954, justo contrapunto del alocado Kirk Douglas, que acaba de cumplir 99 años, resistiendo a uno de los infinitos y míseros infundios que se generan y multiplican en la red, dando por muerto a quien todavía sigue vivo. La defensa que Muñoz Molina hace, sólidamente razonada, de la conveniencia de leer en la edad adulta libros que recibieron en su momento el sello de ser juveniles debería ser aplicada por quienes perdemos tantísimas horas enfrascados en embeber las últimas novedades para llegar al final de las páginas cerrando la última con desconcierto cuando no frustración. Seguiré su consejo y en los próximos días volveré a leer quien sabe si Veinte mil leguas de viaje submarino o La vuelta al mundo en 80 días o Viaje al centro de la tierra, o cualquiera otra de las maravillas que imaginó su mente poderosa y, en contra de lo que sea cree, nada fantástica, sino muy apegada a la realidad y al conocimiento del mundo y la condición humana.


CIEN AÑOS DE SOCIALISMO EN CUENCA




            Ha celebrado el PSOE conquense el centenario de su llamémosle fundación, porque en realidad lo que sucedió hace 101 años, en 1915, es que en la prensa local empezaron a aparecer las primeras noticias sobre la existencia de una Agrupación Socialista que, podemos imaginar, estaba formada por apenas unas docenas de personas vinculadas al mundo laboral, con alguna pretensión reivindicativa y con muy escasa preparación ideológica. Esto último sólo llegará cuando en 1919 aparezca en Cuenca alguien ciertamente singular, el profesor Rodolfo Llopis, llegada a la ciudad para hacerse cargo de la cátedra de Geografía en la Escuela Normal. Dotado de una personalidad realmente asombrosa y polifacética, en pocos meses se convirtió en un elemento destacado de la docencia, del periodismo, de la inquietud cultural, de la política y, en fin, dotó de la fuerza necesaria al incipiente socialismo conquense para sacarlo de la situación de retiro apagado en que se desenvolvía para llevarlo a ser una fuerza de activa presencia y conseguir así las dos primeras concejalías en el Ayuntamiento de Cuenca.
            Con lo que está cayendo sobre el PSOE en conjunto la elección de estas fechas para celebrar el centenario no deja de tener su ironía. El partido, que llegó a ser el más potente y mejor cohesionado de la democracia española, se rasga en estos momentos entre fracciones, ambiciones, vanidades, egoísmos y, sobre todo, una inmensa confusión sobre cuál es el mejor camino a seguir entre los desgraciados avatares con que este país está siendo castigado. Es cierto que el desconcierto socialista no es mayor que el de otros, incluyendo al errático Podemos, del que nunca se sabe si va o viene, pero en este caso duele más porque desde una izquierda serena, razonable, coherente, ambiciosa a la vez que arriesgada, podríamos esperar la luz suficiente para iluminar los turbios caminos por donde camina la vida nacional. Pero no es cosa de llorar constantemente por nuestras desgracias. Como si no pasara nada, el PSOE de Cuenca celebra que cumple 101 años, sin velitas ni canciones patrióticas y sin poder adivinar, ni de lejos, qué futuro le espera.