jueves, 15 de junio de 2017

UNA FRUSTRADA REUNIÓN POÉTICA


Esta semana que ahora llega a su mitad debería haber estado marcada, en la Agenda de la Cultura que elaboro diariamente contra viento y marea, dentro de un moderado interés colectivo, por la celebración de un evento titulado Leer y entender la poesía. Poesía, historia e ideología. La cita, con la poesía como pretexto nada baladí, debería ocupar dos días de esta semana y fue debidamente convocada, con programa y relación de participantes incluidos, para que quienes estuvieran interesados formalizaran su inscripción, de acuerdo con los requisitos burocráticos que el ente universitario tiene previsto para estos menesteres.
Se puede deducir, del tono impuesto hasta ahora a mis palabras, que lo que presuntamente iba a ser en realidad no lo ha sido. La convocatoria fue anulada y la cita queda postergada para una mejor ocasión.
Conviene, quizá, echar un poco la vista atrás y rehacer brevemente la historia de este suceso. El curso Leer y entender la poesía se puso en marcha hace unos 15 años, cuando aún vivía su principal promotor, Diego Jesús Jiménez, que consiguió colocarlo en su tierra natal, Priego, en el punto neurálgico en que confluyen la Serranía y la Alcarria. Gracias a esta iniciativa, que desde el primer momento contó con el apoyo del Ayuntamiento de Priego y de la Universidad de Castilla-La Mancha, con aportes esporádicos de la Diputación, el curso fue avanzando en años, en sabiduría, y en experiencias, acumulando un largo rosario de figuras señeras de la poesía española que hicieron que, durante unos días, la lánguida vida de un sencillo pueblo conquense encontrara motivos para el dinamismo vital y la curiosidad. Murió el promotor pero la idea continuó existiendo, ahora llevada de la mano por jóvenes profesores encabezados por Martín Muelas y Ángel Luis Luján.
No faltaron nunca dificultades y problemas, cosas ambas que son como el pan nuestro de cada día cuando se habla de Cultura en Cuenca o se quieren interrelacionar ambos conceptos, Cultura y Cuenca. Pero el invento iba marchando y cubriendo etapas hasta que sucedió algo normal en un sistema democrático: en 2015 hubo elecciones, cambió el signo político del Ayuntamiento de Priego y el nuevo alcalde (del PP, naturalmente) pensó que eso de invertir tiempo y energías en cosas poéticas era una solemne tontería. La cosa es más llamativa si tenemos en cuenta que el Ayuntamiento de Priego no tiene que hacer nada, ni trabajar en nada, ni aportar ni un céntimo. Solo respaldar que la ciudad acoja el curso y que para hacerlo se pudiera utilizar el centro cultural municipal. Como la burricie del gremio de alcaldes no tiene límites en ningún sitio, el curso quedó cancelado. Al alcalde de Priego le pareció un lujo innecesario que el nombre del lugar estuviera vinculado a una cosa tan inútil como un curso de poesía. Sin duda, debió pensar el munícipe, hay en este mundo otras muchas cosas más apasionantes a las que dedicar su tiempo y no a oír tontunas esotéricas sobre poesía.
Sus promotores, insistentes ellos, pensaron que sería buena fórmula traerlo a la capital de la provincia, donde dicen los sloganes publicitarios hay mucho ambiente cultural. Y así, con esa optimista perspectiva, se puso en marcha la convocatoria de este nuevo curso, cuyo objetivo es explorar la condición de la poesía como documento histórico más allá o junto a su condición de objeto estético. Entender las relaciones que la poesía establece con el tiempo en que fue escrita, situarla en sus coordenadas sociales e ideológicas nos puede ayudar a entender mejor su lugar entre los discursos existentes en una época. Desde estas premisas los ponentes se proponían realizar un recorrido desde la poesía comprometida de los cincuenta hasta las nuevas formas de compromiso y de testimonio. Teorías acompañadas, como es inevitable en una cita poética, de los convenientes y necesarios recitales de autores presentes en la reunión.
Todo se ha ido al traste por la escasa respuesta recogida de quienes podían haber mostrado algo de interés por asistir. Los promotores no se rinden, creo. Quieren reunir fuerzas y entusiasmos para volver a intentarlo en otoño, con otra fórmula que soslaye las dificultades organizativas de un curso universitario y relanzarlo de nuevo, quizá en otoño. Para entonces, volveremos a hablar del caso.




martes, 13 de junio de 2017

UN SUEÑO CON GOYTISOLO


Un ciudadano español es asesinado en Londres. Se trata de un crimen alevoso, envuelto además en el entorno de un atentado provocado por tres locos suicidas que deciden ganar un puesto en el cielo islámico aportando como mérito esencial (único, en realidad) haber matado indiscriminadamente a varias personas. Una de ellas era Ignacio Echevarría  Para repatriar su cuerpo, el gobierno envía a un avión oficial de las Fuerzas Aéreas; el féretro es trasladado y recibido con todos los honores y el necesario despliegue de los medios informativos. A pie de escalerilla espera el presidente del gobierno con una condecoración que se entrega a los padres de la injusta víctima del terrorismo. España y su gobierno se han portado bien con Ignacio Echevarría.
A varios miles de kilómetros de distancia, un par de días antes, otro ciudadano español ha muerto, en este caso de vejez y, por lo que sabemos de él, también de amargura y pesimismo. La vida de Juan Goytisolo no ha sido truncada de manera violenta sino que ha llegado hasta el final por sus pasos contados, dejando tras sí una larga estela de obras literarias y algunos premios para acompañarla. Ha muerto en Marrakech, donde vivía, y ha sido enterrado en Larache, al borde del Atlántico. Nadie del gobierno ha viajado a Marruecos para que en ese entierro hubiera una representación oficial del país al que la palabra de Goytisolo ha ennoblecido. Que se sepa, el presidente del gobierno no ha dicho ni media palabra (ni siquiera tópicas) sobre los méritos de este ciudadano que hizo de la lengua española su utensilio de trabajo.
El año pasado, en Marrakech, paseando por la plaza de la Jemaa, el lugar preferido de Goytisolo en su lugar de apartamiento, quise tener la buena suerte de tropezármelo por allí, como si fuera un objeto turístico más, pero no se dio el caso y eso me dejó un tanto frustrado porque, iluso, llegué a pensar que el sueño infantil sería posible.
Me gustaría saber, solo por curiosidad, quién decide, en la Moncloa y aledaños, qué muertos son de primera y cuáles de segunda. Y conocer, de paso, si en ese palacete donde se cuecen los grandes negocios del país, hay alguien que tenga alguna preocupación, aunque sea pequeña, para cubrir el expediente, por las cosas de la cultura. Porque al señor Rajoy, lo sabemos también, se le verá en la final de las competiciones deportivas, incluida la última victoria del Real Madrid en Cardiff, pero nunca lo hemos visto ni en las galas de los Goya (o similares) ni en la entrega del premio Cervantes ni en ninguna otra molesta y culta situación parecida.