domingo, 9 de julio de 2017

CUENCA EN LA MIRADA DE LÓPEZ TOFIÑO



Paseo silencioso y solitario, acompañado de yo mismo y mis ideas, entre las paredes que en la Fundación Antonio Pérez acogen las fotografías de Vicente López Tofiño (Cuenca, 1949), alternando la mirada de mis ojos hacia esas imágenes y algún vistazo a la hoja de papel que, con la firma de Publio López Mondéjar, intenta decir algo, comentar, orientar al espectador sobre lo que tiene delante. No dice nada nuevo, pero sí lo hace con convicción y sabiduría, resumiendo acertadamente la personalidad de ese fotógrafo que nos habla desde las paredes de la Fundación, lisas las de una sala, pétrea las de la otra. Estas fotografías, dice Publio, “son el resultado de su portentosa intuición, de su innato talento para acotar los ámbitos más relevantes de lo real, de su capacidad para fijar el mundo que le rodea en la memoria eterna de la cámara”. Ese mundo envolvente es el de Cuenca, la ciudad y sus gentes, momentos concretos, instantes vitales captados a la velocidad de un click nada espontáneo. Eso queda solo para los aficionados irredentos que vamos con la cámara en la mano, disparando a diestro y siniestro según los impulsos que nos provoca el ánimo tornadizo.
Está claro que López Tofiño no improvisa, aunque parezca que esas imágenes surgen también de un arrebato instantáneo. Antes de eso, el fotógrafo-artista ha estudiado la situación, ha situado los elementos que le interesan, busca el encuadre, fuerza el objetivo, selecciona el momento y luego dispara, pacíficamente. Porque, y vuelto al texto de López Mondéjar, “Tofiño atesora tres virtudes esenciales para realizar su trabajo: la penetración de su mirada, la intuición y el corazón”.

Sigo paseando, silencioso y solitario, recreándome en ese mundo nada mágico, sino totalmente real, que transmite la mirada de un artista con cámara, paseante por la ciudad, buscador de momentos. Se puede ver hasta el día 16 de julio. Merece la pena darse un paseo por la parte alta de Cuenca, entrar en la Fundación, y disfrutar de esta inmersión fotográfica.

sábado, 8 de julio de 2017

UNA ESCULTURA DE REDONDO BADÍA


Lorenzo Redondo Badía acaba de instalar en una calle de Cuenca, la de Colón, en el jardincillo que hay delante de la UNED, una escultura dedicada a la Familia, así, en general, formada por las imágenes de una pareja (hombre y mujer) acompañadas de varias otras infantiles, sus hijos, sin duda alguna. En una ciudad que no es muy proclive a la estatutaria urbana, esta aportación tiene mucho de singular, tanto por su mérito intrínseco como por lo que significa de tomar conciencia de que, entre sus artistas, hay uno que viene trabajando con absoluta constancia, desde hace muchos años, sin alharacas ni vanaglorias de las que con tanta fruición se reparten a veces alegremente.
Lorenzo Redondo (Cuenca, 1947) lleva una vida austera que se refleja en su escasa presencia pública, aunque es fácil verlo como atento espectador en la mayoría de los actos culturales que se celebran por aquí. Su actividad es tan silenciosa que el último dato que encuentro sobre él se refiere a una exposición del año 2014, en la Sala La Carbonería, donde presentó no sólo figuras escultóricas sino también dibujos. Antes de eso, no había participado tampoco excesivamente en exposiciones, alguna en las salas existentes antiguamente en la ciudad y poco más. Parece que tiene el propósito, no se si firme o solo en teoría, de ofrecer una muestra retrospectiva, general, de su trabajo y sería bueno que esa intención llegara a transformarse en un hecho tangible.
La escultura que desde hace unos días se encuentra incorporada al paisaje urbano de Cuenca se inscribe, según lo define el propio artista, en un estilo ‘nuevo figurativo’ y quiere representar a unos padres con cinco hijos, a semejanza de las fotos de los antiguos libros de familia numerosa. Pesa unos 3.500 kilos de peso y ha sido trabajada en una piedra caliza blanca de Novelda de 4.600 kilos, con unas dimensiones respetables, puesto que mide unos 3 metros de anchura, 1,35m de altura y 0,65 m de grosor.
            Por cierto: sería interesante que al lado de la escultura se colocara una placa identificadora, con el título y el nombre del artista. Y ya puestos, eso mismo podría hacerse con todas las demás esculturas que hay en la ciudad. No son muchas, pero sus autores merecen ser conocidos.


jueves, 6 de julio de 2017

EL CARRO DE LA BASURA



Formo parte de una generación que se educó en unos valores que para nosotros tenían cierta consistencia, y no solo porque así lo establecía un catecismo que repetíamos con verdadera reverencia sino porque asumíamos aquellos principios con auténtica convicción. De todas aquellas ideas vinculadas con la ética, la moral, el respeto, la educación y otras cosas parecidas, las relacionadas con la verdad y la mentira formaban parte con absoluto rigor del código de principios que integraban nuestra vida desde los primeros años. A pesar del deterioro del tiempo y de los bandazos que va dando la existencia cotidiana, quienes además entramos en el oficio del Periodismo teníamos un motivo añadido para considerar que la búsqueda de la verdad era un principio insoslayable de nuestra trabajo, que debía ser expuesto a la opinión pública con absoluta honradez y transparencia, seguros de que habíamos hecho todo lo posible para aproximarnos a ese valor intangible, conscientes de las dificultades pero apoyados en la tranquilidad de haberlo intentado, con profesionalidad y rigor.
            Como lector que sigo siendo de periódicos (incluidos los que forman ese especia amorfa y manipulable a la que llamamos digitales) compruebo, ya sin estupor, que todo eso ha desaparecido. Raúl del Pozo lo acaba de escribir de forma contundente: “En el fragor político, da igual mentir que decir la verdad” y pone el ejemplo de cómo “el apogeo de la ficción y la calumnia se da en Cataluña”. Es claro que el caso catalán viene a ser el paradigma de la inmersión de todo un colectivo amplio en la más disparatada rueda de invenciones, falacias y mentidas jamás imaginables, pero no sólo hay que referirse a ese caso extremo. A mí me gusta mirar sobre todo al ambiente más próximo, el que mejor conozco y tengo al alcance. Miremos, oigamos y leamos a los integrantes de la clase dirigente conquense. Resulta ya verdaderamente pavoroso comprobar con qué impune alegría mienten (o distorsionan la verdad, que es otra cosa similar) un día sí y otro también. Entre todos ellos, hay un personaje singular que carece absolutamente de cualquier reparo a la hora de difundir falacias varias, hasta el punto que uno ya no sabe si en verdad está mintiendo, o se vive en un mundo de fantasía de donde extrae las más peregrinas invenciones, sin sustento alguno en la realidad.
            Ante eso nos encontramos con una población desprotegida, carente de los mecanismos necesarios para discernir entre la verdad y la mentira y ese es, finalmente, el más triste de los pensamientos, la más amarga de las conclusiones.
            O, si prefiere, podemos poner el broche con una lapidaria, demoledora, frase final de Manuel Vicent a uno de sus artículos semanales: Salgan a ver el cortejo: es el carro de la basura cargado de políticos y periodistas que van hacia el vertedero”.



lunes, 3 de julio de 2017

PREMIO A LA DINAMIZACIÓN CULTURAL


            Alguna vez, en el pasado, escribí algún comentario crítico sobre la inexistencia de galardones regionales llamados a reconocer el mérito de los creadores y trabajadores de la cultura, como ya los hay a otros niveles, estatal y de la mayoría de las regiones y como también aquí, en la nuestra, se dan (y en abundancia, por cierto) a quienes practican deporte. Ya se ha subsanado el déficit y desde ahora hay premios a la Excelencia cultural en Castilla-La Mancha. Según la versión oficial que explicó su creación, vienen a premiar la capacidad cultural en la actividad realizada, la representatividad que pueda tener entre los castellano-manchegos hacia el exterior de nuestra región y la calidad de los trabajos.
            Las categorías implantadas han sido:
            Medalla al mérito cultural extraordinario.
            Medalla al mérito cultural en el Patrimonio Cultural
Medalla al mérito cultural en las Artes Plásticas.
Medalla al mérito cultural en las Artes Escénicas y la Música
Medalla al mérito cultural en la Creación Literaria, Edición y Fomento de la Lectura.
Como suele suceder en estos casos, leo la relación de premiados buscando entre ellos los nombres más cercanos, los que, según yo, deberían haber sido incluidos, reconocidos, pensando, iluso de mí, que entre nosotros hay algunos, quizá no muchos, que podrían haber recibido algunas de esas distinciones. Me quedo con un palmo de narices. Salvo una, de tipo genérico, dirigida al colectivo de ciudades Patrimonio de la Humanidad (al parecer, en algunos otros sitios se hacen cosas culturales de mérito) solo encuentro una institución digna de recibir la medalla al Mérito Cultural en las Artes Plásticas: la facultad de Bellas Artes de Cuenca, por ser dinamizadora del mundo de las artes plásticas tanto en Cuenca como en toda la región.
No quiero ocultar mi desconcierto. Para empezar, una facultad universitaria es un ente académico, no cultural, aunque la administración se empeñe en unificar ambos conceptos, pero son cosas distintas. No concibo yo que a una institución educativa se le de un premio como institución cultural, pero menos aún en el caso concreto, porque la presunta dinamización que ejerce la facultad de Bellas Artes se queda para ella misma, de puertas adentro, sin reflejo alguno ni trascendencia en la ciudad, con la que viene manteniendo, desde sus primeros pasos, una absoluta desconexión.

Con lo que tenemos motivos suficientes para quedarnos, literalmente, pasmados, con esta primera remesa de premios culturales.

DISFRUTANDO CON ESTIVAL CUENCA


            Verdaderamente, es aleccionador, muy aleccionador, el impulso privado que hizo nacer Estival y que lo mantiene, seis años ya, en activo, con una programación en creciente desarrollo, ampliando objetivos, diversificando propuestas. Destaco el hecho de que el proyecto surgiera en un ciudadano que con sus propias fuerzas, imaginación e iniciativas puso en marcha lo que ninguna institución había conseguido: un auténtico festival de verano que traiga a la ciudad de Cuenca, durante unos días, una semana y pico, un variado panorama musical centrado en sugerencias modernas, especialmente en torno al jazz, pero también, como ocurre este año, con aportaciones del flamenco y de la música ética o folklórica. Y que, como digo al principio, va incorporando atractivas sugerencias, como talleres de música para personas con discapacidad, para niños, guías de lectura, una dimensión gastronómica y otra científica, en fin, como digo, un amplísimo panorama que entre el 29 de junio y el 7 de julio impregnan la vida cultural de esta ciudad, sin olvidar la frustrada lectura poética prevista para la mañana del domingo pasado y que se evaporó sin más explicaciones.
            Detrás de todo está Marco Antonio de la Ossa, musicólogo y profesor universitario, inquieto sujeto desde sus años jóvenes (lo sigue siendo, pero ya menos, como es natural), dotado de una capacidad innata para mover voluntades e inventar situaciones de riesgo, pero atractivas, como se demuestra por la amplia respuesta popular a los contenidos de un programa que este año incluye grupos como Trinidad Montero & Juan Antonio Sánchez, The Harto a reir, Pin Pan Pun y Los Cencerros, José Enrique Morente, el grupo flamento de la conquense Virginia García Vicente, Miguel Iroshi, Cristina de la Ossa, Juanfe Pérez, Miguel Olivera Group, Foxy Jam, Jazzodrom, la banda conquense The Teacher’s Band, Rozalén, Anna Jiménez & The Band, el gran grupo folklórico gallego Luar Na lubre precedido por Zas!!candil Folk, Mariola Membrives, Jazz Clazz, Aurora & The Betrayers, Le Petit Swing y Zarandea, a los que se añaden las otras propuestas mencionadas antes.
            Con un considerable esfuerzo personal, Estival Cuenca se está configurando como el auténtico y verdadero festival de verano que Cuenca necesitaba desde hace muchos años, que algunos hemos pedido de manera insistente, creyendo que una iniciativa institucional sería capaz de promover semejante cosa, sin que nunca se haya conseguido, en unos casos por falta de medios y en otros, la mayoría, por falta de ganas. El problema está resuelto mediante un encomiable impulso privado, sorprendente en cierta medida en un lugar en el que casi todo el mundo recurre a lo público como vía para solucionar cualquier tema. En este caso, hay colaboraciones, bastantes colaboraciones, públicas y privadas, la mayoría en especie, pero lo que predomina, por encima de todo, es la voluntad de llevar adelante este propósito y ello merece, desde luego, un cálido apoyo, con la esperanza de que no se tuerza y pueda prolongarse durante mucho tiempo. Falta hace.



domingo, 2 de julio de 2017

LA JONDE, EN CUENCA


Busco en los medios, impresos y digitales, algún comentario (crítica es mucho decir) sobre el que posiblemente ha sido el mayor acontecimiento musical de la temporada que ahora termino y, como me temía, no encuentro ni una palabra. Ni una foto siquiera, que era el recurso empleado hasta no hace mucho para dar, al menos, fe de lo sucedido. Pero nada hay sobre el que ha sido, como me cuentan, memorable concierto de la Joven Orquesta Nacional de España, el pasado día 26, en el Teatro-Auditorio de Cuenca.
            Me lo cuentan porque, desdichadamente, yo estaba esos días fuera de la ciudad y, por tanto, me lo he perdido y lo siento, no solo por la JONDE, que ya es mucho, sino porque en esta ocasión venía nada menos que con la Novena Sinfonía de Mahler, una de las obras que marcan las cumbres de la música moderna, equiparable en grandeza, profundidad y sentimiento a los momentos culminantes de Beethoven o Bach. Así que doble sentimiento, derivado de las limitaciones humanas que nos impiden poder estar en dos sitios a la vez, salvo en las historias de ciencia-ficción.
            Cuando yo entré en el mundo de la música, como programador, Mahler era una especie de monstruo temible, con el que muy pocas orquestas españolas se atrevían, por la complejidad de sus estructuras y las exigencias de formaciones capaces de acometer el impresionante mundo creativo que el compositor ponía en juego. Esporádicamente, en algún concierto de cámara aparecía una pieza menor, apenas un aperitivo para lo que Mahler representa. Pero llegó la oportunidad de poder tener al alcance de los melómanos una auténtica sinfonía. Fue con ocasión de la celebración del décimo aniversario del Teatro-Auditorio, y vino de la mano de la Orquesta Sinfónica de Berlín, con el maestro Eliahu Inbal al frente, para interpretar la Sexta Sinfonía.  Verdaderamente, la ocasión mereció la pena y yo me sentí especialmente satisfecho (y orgulloso también, por qué no decirlo) de que al fin una obra completa de Mahler hubiera podido oírse en un Auditorio que estaba dando justos motivos para ser considerado como un completo recinto musical de primer orden. Un par de años después, la misma orquesta berlinesa y con el mismo director volvieron, en este caso dentro de la programación de la Semana de Música Religiosa y ahora con la Novena.

            Pocas orquestas españolas se atreven con Mahler. La JONDE lo acaba de hacer y, por lo que me dicen, ha estado a la altura de una formación de primer orden, seria, conjuntada, con la sonoridad vibrante que exige una obra de esas características, un testamento musical en el que el compositor transmite a los oyentes la profundidad de unos sentimientos que van de la angustia a la esperanza y la consolación, en vísperas de que llegue el momento del tránsito vital. Con esta Novena, Mahler se despedía de la vida, dejando inconclusa la Décima. Oírla es, cada vez, una emocionante experiencia. Y en manos de los instrumentistas de la JONDE una cálida expresión admirable.
             Que debería haber merecido en los medios que se llaman de información la atención justa y necesaria.