lunes, 30 de abril de 2018

LA REJA VOLADORA DE LA CALLE DE SAN PEDRO



La Real Academia Conquense de Artes y Letras (la RACAL, para entendernos) ha puesto el grito en el cielo y el dedo en la llaga denunciando la chapucera obra llevada a cabo en la fachada del edificio de la calle de San Pedro que ocupa el hotel Leonor de Aquitania, donde había dos rejas históricas, del siglo XVIII, colocadas de manera regular y ordenada a ambos lados de la puerta principal. Había, porque una de ella ha desaparecido de la noche a la mañana y, lo que quizá es todavía peor, sin tener en la mano la correspondiente licencia municipal y sin que la Comisión del Patrimonio se haya enterado de nada hasta que ha saltado la noticia.
Y digo que es lo peor porque si la obra (la chapuza) ya está mal, lo lamentable es que los organismos presuntamente responsables de cuidar el orden, el ornato, la belleza y, a fin de cuentas, la conservación de una ciudad que, como se dice de manera repetida y machacona, es Patrimonio de la Humanidad no estén al tanto de lo que sucede. El Ayuntamiento tiene un departamento de disciplina urbanística para vigilar que las obras se hagan de acuerdo con la normativa; tiene una Gerencia Municipal de Urbanismo a la que hay que pedir licencia de obras; y tiene una Policía Municipal (cierto que invisible) entre cuyas competencias se encuentra precisamente el control de las obras que se realizan en la ciudad. Y está, como es sabido, la Comisión del Patrimonio, que debe emitir informes en cada trabajo que se efectúe en el casco antiguo.
Pues de todo eso, nada de nada. Ahora, después del alboroto, el Ayuntamiento dice que ha abierto un expediente para investigar lo sucedido. Abrir expedientes es algo que las instituciones públicas hacen de continuo, pero nunca sabemos cómo se cierra. En este caso, el asunto es muy sencillo: no hay más que ir echando vistazos a la fachada del hotel, a ver si reaparece la reja o no.
Se admiten apuestas


domingo, 29 de abril de 2018

HUBO UNA CALLE TENIENTE GONZÁLEZ



En estos días, la popular y dicharachera alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, entre cuyas virtudes más destacadas no se encuentran la prudencia ni el presunto seny catalán, del que tanto alardean cuando les conviene, ha hecho una vez más al ridículo saliendo a la palestra de la manera irreflexiva que es marca de la casa para poner a parir al almirante Cervera, al que le han quitado su nombre de una calle, para poner otro más acorde con los tiempos confusos que vivimos. Eso está pasando todos los días, en todas partes, sólo que en este caso la alcaldesa de Barcelona se ha tomado la libertad de enjaretar unas cuantas lindezas a cuenta de la filiación fascista y conspirativa del almirante Cervera, durante su participación en el levantamiento militar de 1936.
       La señora Colau no sabía y, lo que es peor, ninguno de sus numerosos asesores le informó de que el vapuleado militar había muerto a comienzos del siglo (en 1909 exactamente) o sea, mucho antes de que Franco y sus colaboradoras pensaran siquiera en dar el golpe de Estado.
Con motivo de esta tontería política, una más de las muchas que están socavando la seguridad democrática del desconcertado pueblo español, sobre Colau ha caído toda clase de improperios sin que ella haya tenido la elegancia, el buen criterio y la sensatez de corregir sus estúpidos comentarios, propios de una ignorante inculta.
      Digo todo esto de la alcaldesa barcelonesa no por cebarme en ella, sino para aludir a sus colegas regidores de un sitio del interior mesetario, políticamente muy distantes de ella, pero coincidentes en su ignorancia. Porque también aquí, en Cuenca, tenemos nuestro bochorno particular solo que, a diferencia del de Barcelona, nadie, ni siquiera los militares, organizaron ningún escándalo. Ocurrió la cosa en el año 2010, cuando los concejales del Ayuntamiento de Cuenca, ignorantes de la historia de su ciudad y de sus gentes, decidieron ser más progresistas que nadie suprimiendo el nombre de Teniente González de la calle así llamada, entre Carretería y Colón. Y encima, que es lo peor, lo hicieron aludiendo a la ley de memoria histórica y a la conveniencia de suprimir del callejero nombres alusivos a los vencedores de la guerra civil.
     Pero sucede que el teniente Gregorio González Beamud había muerto en el año 1922 y no participando en ninguna intentona golpista, sino luchando en las colinas rifeñas próximas a Melilla, en la guerra contra los musulmanes que se libraba en aquellos años. Murió, cuentan las crónicas periodísticas, de manera heroica, al frente de una compañía del regimiento Mallorca, actuando de manera tal que consiguió salvar a gran parte de su columna, aunque él perdió allí la vida. Su ciudad natal le rindió un cálido homenaje al bautizar con su nombre la calle que hasta entonces se conocía como Callejón de la Misericordia. En aquel consistorio municipal figuraban liberales y socialistas, entre ellos Rodolfo Llopis, que se sumó abiertamente a la decisión.
     Casi un siglo después, la bobalicona ciudad de Cuenca le retiró la placa sin que en el seno del Ayuntamiento hubiera ni un solo concejal que, conocedor de la historia, ilustrara a sus colegas de la tontería que estaban cometiendo.

lunes, 23 de abril de 2018

LA SOMBRA DE VALDEGANGA



            De la lectura atenta que proporciona cada semana el interesante boletín de novedades literarias que nos ofrece Alfonso González Calero extraigo una breve noticia que anoto aquí, como curiosidad necesitada de mayor profundidad. Acaba de aparecer un libro titulado El Servicio de Sanidad de las Brigadas Internacionales, original de Francisco Fuster Ruiz y que edita el Instituto de Estudios Albacetenses. Se trata de una obra antigua, antiquísima, podríamos decir, en la que su autor estuvo trabajando más de cuarenta años. Ahora ve la luz y en ella el autor del prólogo, Antonio Selva Iniesta, director del Centro de Estudios y Documentación de las Brigadas Internacionales, señala que “el libro se publica con anotaciones quelo actualizan y con algunas correcciones como por ejemplo el Hospital de las Brigadas Internacionales en
Valdeganga, que tradicionalmente se localizaba en la provincia de Albacete y
que desde el CEDOBI hemos comprobado que no era esta la ubicación correcta, sino en Valdeganga de Cuenca”. De esta forma, con este breve comentario, el histórico y ya, por desgracia, ruinoso balneario de Valdeganga, revive de su triste destino actual para devolvernos, a través de su decrépita apariencia, a un tiempo, todavía no tan lejano, en que le cupo desempeñar un papel activo en aquel momento singular de la historia de España.


SONIDOS DEL GABINETE DE MÚSICA ELECTROACÚSTICA


            En todas partes, y con notable abundancia en la ciudad de Cuenca, hay guadianas, temas, cuestiones, singularmente culturales, que nacen, crecen un tiempo, desaparecen y, mucho más tarde, reaparecen con aparentes nuevos entusiasmos, que sus impulsores consideran suficiente para poder conseguir una continuidad prolongada, propósito que, por lo general, se quiebra otra vez al poco tiempo. No es exactamente ese el caso del Gabinete de Música Electroacústica, pero se le parece bastante. La diferencia es que sus promotores, singularmente Julio Sanz Vázquez, no ha parado ni un solo momento de mantener activa la idea, o proyecto, o lo que a estas alturas sea el GME.
Nos lo vuelve a recordar este 23 de abril, en que se cumple el 35 aniversario del día en que nació una propuesta tan singular como insólita en el panorama de la música española, donde solo existía, hasta esos momentos, algo parecido, el estudio Phonos de Barcelona, de manera que el anuncio de lo que surgía en Cuenca produjo, de inmediato, una enorme expectación en un sector ciertamente minoritario y muy especializado, pero de considerable interés. El Gabinete nació ligado al Conservatorio Profesional de Música de la Diputación Provincial de Cuenca que dirigía en esos momentos Pablo López de Osaba, personaje sin duda inquieto por todo lo que fuera novedoso y con suficientes relaciones en el mundo de la música moderna (Cristóbal Halffter, Luis de Pablos, Gabriel Brncic) para que el invento encontrara rápido apoyo no solo teórico, sino práctico, para incorporar las nuevas tecnologías que estaban revolucionando la música.
Durante estos años, desde el GME se organizaron los primeros cursos especializados de mú­sica electroacústica en un Conservato­rio Profesional de Música de España, con duraciones de dos y cuatro años de especialización en Composición Elec­troacústica, así como conciertos men­suales en el Conservatorio, en el Teatro Auditorio de Cuenca, en co­legios, en edificios públicos y privados, y en distintos espacios disponibles de la ciudad de Cuenca. De este modo, la música electroacústica se convirtió en algo cotidiano para los estu­diantes del Conservatorio, y también comenzó a ser considerado como algo habitual por su cotidiana presencia en la actividad cultural conquense.
Todo eso se quebró un mal día de 1998 con una serie de decisiones encadenadas por parte de la Diputación provincial que llevaron finalmente a la cancelación total del GME y al empaquetado de todo su material.  Desde entonces, el último responsable de la actividad, Julio Sanz Vázquez, viene ejerciendo como auténtico vigilante de los restos del naufragio. a través de la Asociación AVADI (Audio Video Arte Digital Interactivo) fundada en 1986 por el propio Julio Sanz con Matías Jiménez, que viene promoviendo diversas iniciativas para mantener vivo el proyecto de una iniciativa que fue pionera en España y que sigue esperando el momento de su recuperación.
            En ese terreno hay que citar la publicación reciente del libro Las colecciones del GME. Pasado, presente, futuro, que vino a ser una recopilación de todo lo sucedido desde entonces y una reivindicación de las posibilidades futuras que podría ofrecer un proyecto cultural de dimensión local, pero proyección internacional. En su redacción han participado Sylvia Molina, Javier Osona, Julio Sanz Vázquez, Daniel del Saz y Antonio J. Alcázar, estando la edición a cargo de José Ramón Alcalá y Vicente Jarque. Lo ha editado la Universidad de Castilla-La Mancha.

jueves, 19 de abril de 2018

HUBO UNA SALA LLAMADA EL ALMUDÍ



Cada vez que paso por las Escalerillas del Gallo no puedo evitar una mirada melancólica (o sea, un tanto entristecida) al pequeño receptáculo que hay junto a ella, cerrado, decrépito, en el que todavía aletea, como una mirada al pasado, el letrero que dice Sala El Almudí. Probablemente soy de los pocos que miran hacia ese lugar y quizá de los todavía menos que cae en la cuenta de lo que dice ese letrero. Claro que también hay que considerar que pertenezco al mínimo número de personas que tuvo algo que ver con esa sala y su  mantenimiento activo.
Todo lo que se refiere a tratar del pasado corre el riesgo de parecer como perteneciente a otro mundo, si tenemos en cuenta la rapidez, la aglomeración de sucesos que vienen condicionados por la actualidad de cada momento. Asumo ese riesgo y miro hacia atrás. Antes de que existieran muchas de las cosas que hoy conocemos, el Ayuntamiento preparó un mínimo recinto descuidado, en la planta baja y lateral de El Almudí, para que sirviera de sala de exposiciones y allí, en ella, aterrizamos un buen día unos cuantos aventureros de esa cosa insignificante que llamamos cultura. La abrimos con cuatro perras, sin presupuesto, sin dotación alguna, ni de material ni de personal y la pudimos mantener abierta un buen tiempo, hasta que llegaron posibilidades mejores y otras perspectivas ambientales.
En la fachada de este pequeño recinto sigue luciendo el letrero. Probablemente -ya lo he dicho- nadie lo lee, nadie cae en la cuenta de que en él se dice. Y quizá llegará un tiempo en que se olvide por completo lo que significa. Antes de que llegue ese momento, lo anoto aquí, para que se sepa. Si es que a alguien le importa.


martes, 17 de abril de 2018

QUÉ COSA ES LA DEMOCRACIA



Tantas páginas, libros ya, se han consumido desde que comenzó el suceso de Cataluña, que parece cosa de broma querer añadir algo más, siquiera unas líneas, desde este remoto lugar llamado Cuenca, tan ajeno a reivindicaciones, protestas o lo que sea que están pretendiendo los catalanes (la mitad de los catalanes, empeñados en pisotear a la otra mitad). Pero como el cuerpo me pide decir algo, lo diré, aunque sea cosa leve. Y es que desde que estamos siendo machacados, literalmente hablando, con este asunto, hay un aspecto, una palabra, que me tiene alterado, soliviantado o cualquier otro sinónimo que se quiera utilidad. Me sorprende el abuso desmedido que los independentistas hacen del concepto “democracia”. Lo tienen constantemente en la punta de la boca, como si ellos fueran los únicos demócratas, cuando en realidad lo que están haciendo es lo contrario, es decir, atropellar de manera constante los más sencillos y básicos principios de la democracia. En esto, como en tantas otras cosas, se aprecia la mano nefasta de Mariano Rajoy y sus compañeros de desventura gubernamental. Porque como se ha dicho de manera reiterada, el gran problema que venimos arrastrando en estos meses es la falta de capacidad que ha tenido el gobierno, desde el primer día, para desmontar el artificio de los independentistas y ejercer una sana labor pedagógica para hacer llegar a todo el mundo, empezando por los propios catalanes, la falacia de utilizar la palabra, el concepto democracia, para intentar implantar un sistema autoritario, una auténtica dictadura de unos sobre otros. La democracia es otra cosa, y bien lo sabemos los que durante muchos años no la tuvimos. Pero el gran fracaso de este insípido gobierno que padecemos es su falta de respuesta, su impotencia para llamar a las cosas por su nombre de verdad. Y así podemos asistir al bochornoso espectáculo de ver cada día como miles de personas pisotean la democracia, la de verdad, diciendo que son demócratas y que quieren la democracia. Y ahora, encima, van los sindicatos, oportunistas ellos, y se suman también al carro. Se ve que ya huelen la hora del reparto del botín.

lunes, 16 de abril de 2018

ENTRELÍNEAS, PARA APRENDER Y DISFRUTAR


Hay obras menores, pero muy meritorias. Hay trabajos que se cruzan ante nuestros ojos un día y otro, a lo largo de mucho tiempo y quizá por eso, por su frecuencia en llegar hasta nosotros, nos parece cosa tan habitual, tan enraizada en la existencia cotidiana, que apenas si se da valor o importancia a lo que significa. Lo pienso ahora, viendo la pequeña, sencilla, bonita, agradable revista Entrelíneas, que edita la Biblioteca Municipal de Cuenca, en cuyo último número, el de abril de este año, campea en lo más alto el número 127. Ese es un número importante, un número considerable, tras el que se esconde un trabajo sistemático, metódico y, sobre todo, constante. Esta es una palabra que, pese a formar parte del vocabulario habitual de los humanos, tiene un uso muy esporádico. Aquí mismo, en Cuenca, conocemos multitud de invenciones que solo han durado una edición y algunas, muchas también, dos o tres, antes de perderse en el limbo de los sueños frustrados. Entrelíneas llega al 127, para hablarnos de escritores, de libros, de novedades, de cosas que dicen quienes se dedican a este bonito oficio, además de comentarnos noticias y, en definitiva, de abrir nuestros horizontes para entremos en ese mundo tan atrayente, en el que muchos -ojalá pudiera decir todos- nos encontramos tan a gusto.


viernes, 13 de abril de 2018

REENCUENTRO CON ELVIRA DAUDET




Dediqué un comentario a Elvira Daudet el 22 de enero de 2015, en ese momento para celebrar su reaparición en el ámbito de las letras, tras un largo periodo de silencio y de escritura. Ahora llega otra noticia, relacionada con la aparición de un nuevo libro y eso es muy interesante porque quiere decir que la gran poeta (¿o se dice poetisas?) ha retomado de manera plena su actividad literaria y eso es una muy buena noticia. No conozco todavía el libro y por tanto no estoy en condiciones de escribir un comentario propio, pero tomaré el que le ha dedicado Alfonso González-Calero que me parece, a priori, coincidente con lo que yo mismo podría decir:

“La poesía de Elvira Daudet está atravesada en todos sus poros por la realidad, y por los elementos que la conforman: el dolor, el amor, el desamor, la lucha por la vida, la búsqueda de la verdad, etc. Periodista, curtida como corresponsal en diversos países y en numerosos medios (ABC, Pueblo, Informaciones, El Independiente, La Tarde de Madrid, etc.) Elvira Daudet suma más de 50 años de vinculación con la poesía; una poesía que nace de lo común, de la reflexión sobre lo humilde y sencillo de la vida; sobre el dolor que unifica a casi todos los humanos. El crítico literario, director de la editorial Bartleby que lo publica y prologuista del libro, Manuel Rico, la define como una “poeta de lectores devotos, emociones hondas, sentimentalidad a flor de piel y lenguaje forjado en la lectura atenta y renovada de nuestros clásicos”. Su acertado texto introductorio la sitúa en el contexto de la poesía femenina de la postguerra, con poca presencia en aquellos años, que ha ido afortunadamente equilibrándose después. Sus poemas son el reflejo de una mujer que ha luchado y vivido, y que con las palabras ha indagado en los sinsabores de la vida: “Me estoy desmoronando; ya no os sirvo//soy una vieja encina que disuelve la noche// Pero aunque lo parezca, no me rindo”.

Del amor y sus frutos amargos. Madrid, 2017. Editorial Bartleby. Introducción: Manuel Rico. 160 pp.



RECORDANDO A COLL



No hay en Cuenca mucha costumbre de colocar placas callejeras en recuerdo de que en tal sitio, esta casa o aquel lugar nació o vivió un escritor, menos aún un artista, y eso que de ambas especialidades hemos tenido algunos dignos ejemplares por aquí. Por eso, porque no hay costumbre, sorprende que al Ayuntamiento se le haya ocurrido (animado, eso sí, por la insistencia de algunos fieles devotos del protagonista) situar una placa de esas en la fachada del edificio en que, tras la guerra, y quedar abandonado por su madre, vivió el niño José Luis Coll. De ella salió, ya adulto, para emprender la aventura vital, a caballo entre el periodismo, la literatura y el espectáculo, que finalmente habría de darle un reconocido nombre y fama. La placa quedó al descubierto hace unos días, contando con la mínima presencia de un par de regidores municipales, otro par de amigos y varios familiares, incluida la viuda de Coll. Faltó el calor popular que siempre se agradece en estos eventos y faltó, desde luego, que en el Ayuntamiento hubiera una mínima preocupación estética para cuidar debidamente el sitio elegido y así la placa queda entre pintadas y colgajos de cables muy al estilo conquense. Pero salvo este puntazo crítico, siempre necesario en una ciudad tan descuidada, el detalle estuvo bien, sobre todo porque es algo tan insólito por aquí que llama la atención su puesta en práctica. Deberán pasar lustros hasta que una ceremonia así se repita, ya lo verán.


LA CRUZ YA ESTÁ TRANQUILA



Me pregunto si ha merecido la pena tanta resistencia, ese empecinamiento en mantener sobre la cruz la leyenda alusiva a José Antonio Primo de Rivera, con el añadido decorativo de yugos y flechas. Me pregunto si, sabiendo lo que al final debería ocurrir de todos modos, tenía alguna utilidad, no se si para la intimidad de alguien o para el bienestar colectivo, esa resistencia pasiva, ese negarse a acatar lo que dispone la ley, ese contencioso, largo y cansado, a través de los tribunales. Seguramente, alguien, o algunos, los que han mantenido esta situación un año tras otro, con su periódica cuota de aparición en los medios informativos, mientras corrían comentarios de acá para allá, habrá (o habrán) encontrado alguna satisfacción en este ridículo suceso.
Terminó la historieta. Al final, sucedió lo que desde el comienzo estaba señalando que debería suceder: ya no hay leyenda, ya no hay simbología fascista. Y, de paso, como estrambote final, esta Semana Santa, los turistas paseantes por la plaza del Obispo Valero no han tenido ocasión para burlarse ni para hacerse fotos que llevar en la galería del móvil para luego mostrarla alegremente en reuniones de amigos y comentar con jolgorio las cosas de Cuenca.
Ya no hay leyenda. La cruz, ahora, permanece solitaria, muy expresiva, acorde con lo que es el sitio, la esquina entre la catedral y el palacio episcopal. Y, de paso, han limpiado el lugar de las infames llamaradas de pintura que manos aviesas y torpes habían lanzado sobre él.
Y los que temían el alboroto incendiario de los nostálgicos del tiempo ido (y que no volverá, espero que nunca jamás) se han conformado con el habitual repertorio de mensajes insultantes, que esa parece ser la más extendida utilidad de las redes sociales. Luego, nada, paz y tranquilidad.
Verdaderamente, no merecía la pena tanto esfuerzo.


EN LA PÉRDIDA DE ANTONIO HERRERA




Desde su Sevilla natal, de la que salió para ocupar la cátedra de Geografía e Historia en el entonces recién creado instituto de Enseñanza Media “Hervás y Panduro”, en Cuenca y a la que regresó para permanecer ya en ella de manera constante, nos llega este primero de marzo la noticia de la muerte de Antonio Herrera García, dotado de la antigua y casi extinguida profunda vocación por la docencia junto con una inagotable capacidad hacia la búsqueda del conocimiento y la verdad. A pesar de nuestra diferencia de edad (tenía ya 90 años al fallecer) fuimos compañeros de residencia y convivencia en el Colegio Menor “Alonso de Ojeda”, donde pudimos compartir inenarrables veladas en torno a las cuestiones del momento pero, sobre todo, históricas, su pasión. De él aprendí lo que no se enseña en ningún aula en especial a desbrozar la esencia de las cosas y apartar las fútiles anécdotas que para muchos son el fundamento de sus relatos. Durante su estancia en Cuenca desarrolló una amplísima labor divulgadora en la prensa local sobre historiografía conquense, con recensiones de libros, trabajos de investigación, conferencias, etc. Esa labor, de extraordinaria importancia, quedó reflejada además en varias publicaciones. La primera, del máximo interés, fue la edición de una de sus conferencias, Cuenca musulmana (1966), el primer acercamiento serio y ordenado a uno de los periodos más apasionantes y a la vez más desconocidos de la historia de la provincia. En Hemeroteca Conquense (1969) realizó un índice sistemático de varias series de artículos de interés históricos publicados en diversas etapas en los periódicos locales, destacando en especial la serie dedicada a las biografías escritas por José M. Alvarez Martínez del Peral y la que lleva la firma de Juan Giménez de Aguilar. A estas dos publicaciones capitales se añadió en 1977 un trabajo de alta especialización, una Bibliografía Básica de títulos históricos sobre Cuenca, inserta en el volumen dedicado a publicar las actas del I Simposio Internacional de Historia de Cuenca. Veinte años después de su inicial publicación, siendo yo responsable de este sector en el Ayuntamiento de Cuenca, le propuse llevar a cabo una nueva edición que sirviera para recuperar ese texto y ponerlo al día, sacándolo del efectivo anonimato en que había sido escondido por su inicial edición. Mi sorpresa fue que no solo aceptó, con la bonhomía y excelente disposición que siempre tuvo hacia mí, sino que además me devolvía el texto original formado por 450 fichas con otras 200 más de nuevo cuño, haciendo así un total de 663 citas bibliográficas que configuran el que, para mi gusto, es uno de los libros más importantes editados en Cuenca en los últimos 25 años y del que me siento especialmente orgulloso, por haber sido responsable de su publicación y por permitirme confirmar en un hecho práctico la amistosa relación que durante cuatro inolvidables años tuve con la excelente persona que acaba de morir. Su peculiar sentido para la ironía, expresada con un inconfundible gracejo andaluz, me hace todavía sonreír desde la distancia, amainando así la tristeza que me produce su muerte.


MENOS ESTUDIOS Y MÁS MEDIDAS PRÁCTICAS (22-02-2018)




Con el aparato propagandístico habitual en estos casos, el Ayuntamiento pregona que está a punto de poner en marcha los complejos mecanismos burocráticos necesarios para poner en marcha un contrato cuyo alambicado título insinúa de qué se trata. Ahí es nada: servicios de consultoría y asistencia técnica de apoyo para el diseño e implantación de un modelo de gestión de destino turístico sostenible en el municipio de Cuenca, asunto que incluye también el diseño de una nueva plataforma web de promoción y gestión turística de la ciudad. Ahorro añadir aquí el resto de la palabrería que acompaña a la noticia y que cualquiera puede encontrar en las páginas de los digitales que no tienen empacho en reproducir sin límite ni tasa este tipo de cosas.
Como es natural, el encargo incluye una serie de cosas ya vistas, empezando por analizar la situación del sector turístico de Cuenca y hacer un análisis, bla, bla, bla de lo que todo el mundo sabe porque, entre otras cosas, se ha hecho ya repetidas veces, pero da lo mismo. Cada vez que se pone en marcha un proyecto de este tipo se empieza por el mismo sitio y se repiten los mismos pasos del proceso, que se podrían ahorrar, por economía de tiempo y dinero, simplemente retomando lo que hizo el equipo anterior.
Aunque, como es obvio, soy pesimista sobre este tipo de estudios que nunca llegan a ningún puerto concreto, no soy tan cerril como para negar por completo su viabilidad. Imagino que entre las conclusiones figurará un programa práctico para llevar a cabo, de manera inmediata y urgente, un cambio completo en la infame señalización presuntamente turística que desde hace más de diez años viene mancillando las calles de Cuenca con su lamentable aspecto. No solo han quedado completamente anticuadas sus indicaciones sino que el desaliño, el desgaste y la porquería que las envuelve hacen de ellos todo lo contrario que se espera de un soporte de información turística. Para cambiarlo, no hace falta ningún estudio ni proyecto. Basta con hacerlo. Mejor dicho: basta con querer hacerlo. Y ahí nos duele.


UN GESTO AMISTOSO (19-02-2018)




De vez en cuando intento tranquilizar mi conciencia justiciera dejando un donativo en las manos o las bandejas de quienes en las calles de Cuenca tienen necesidad de mendigar, o pedir limosna, o caridad o como se le quiera llamar, según establezca en estos momentos la normativa del buen uso del idioma, para no molestar. De todos los problemas de injusticia que hay en nuestra sociedad, y son tantos que no merece la pena enumerarlos aquí, el más sangrante me parece el de la presencia de estas personas a las que, estoy seguro, no hace ninguna gracia tener que plantarse en una acera a esperar que les llegue unos cuantos euros con los que poder sobrevivir en el día a día y ello a pesar de la sangrante opinión, burdamente expresada no hace mucho por un actual concejal del Ayuntamiento, de que quienes duermen en la calle o en el vestíbulo de un banco lo hacen ejerciendo su derecho a la libertad de dormir donde mejor les parezca. Los intentos de corregir semejante patochada no han servido para suavizar el escándalo promovido ni la opinión que tenemos de él. Para mí, desde siempre, la visión de estas personas acogidas a la variable generosidad de los transeúntes ha sido el mayor escándalo colectivo que puede ofrecer la sociedad de consumo, capitalista y bien vestida, que formamos los demás. Nunca debería haber nadie que tuviera la necesidad de extender su mano, o ampararse en un letrero en demanda de auxilio y protección. Siento que mi pequeño óbolo no puede en modo alguno solucionar el problema de tantos, pero quisiera creer que algo ayuda, sobre todo si, como acostumbro, va acompañado de una frase amistosa. Así está el país.

REAL ALARCÓN, HABITANDO EN EL OLVIDO (16-02-2018)


            En ocasiones me pregunto por qué la sociedad, en general, y los estamentos rectores de la cosa pública, tratan de tan desigual manera a unos y otros, dando por supuesto que esos unos y otros a los que me refiero aparentan haber mostrado los mismos méritos para ser reconocidos. En vida ya se producen notables agravios pero la cosa es más llamativa cuando llega la muerte y comprobamos que hay casos donde la parafernalia oficial y oficialista se desvive en manifestaciones grandilocuentes, incluida la rápida designación de calles o rincones para recordar al fallecido mientras que en otros se produce un silencio muy llamativo. Naturalmente, la explicación es que ante la falta de criterios objetivos asentados en las instituciones, si hay alguien que da la vara exponiendo los méritos del muerto, los capitostes de la cosa pública asienten y entran al trapo.

            Ha pasado 2017 y nadie, a ningún nivel, ha recordado que cien años atrás nació en Cuenca Manuel Real Alarcón, profesor mercantil, crítico de arte, pintor y ceramista, especializado en la elaboración de mosaicos, actividad que desarrolló en Valencia, con obra expuesta en el Museo Nacional de Cerámica instalado en el Palacio del marqués de Dos Aguas, aunque su obra literaria estuvo siempre referida a la provincia de Cuenca, a la que también dedicó maravillosas series de mosaicos. Aunque nacido en el centro urbano de la capital, en Carretería, sus ancestros le vinculan a la Manchuela, escenario y paisaje que plasmará en multitud de mosaicos en los que recoge no solo el entorno geográfico y urbano sino también las faenas agrícolas que, en conjunto, forman un impresionante muestrario de vivencias humanas y plásticas. En el Museo de Cuenca hay varias colecciones de mosaicos que reflejan personajes y actividades laborales de la provincia, como madereros, aguadores, pastores, etc., además de otra dedicada a castillos de la provincia, con la que se organizó una exposición en el año 2001. En el  Ayuntamiento de Campillo de Altobuey hay otra serie dedicada a paisajes de la Manchuela. De sus libros recuerdo aquí y ahora Pueblos de mi Cuenca y Cuenca apasionada, dos volúmenes que no son de literatura barata, sino que aportan muy valiosas observaciones sobre su tierra natal. La misma en la que no parece conservarse ninguna memoria de este artista singular.

PROBLEMILLAS CON LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN (15-02-2018)



            No corren buenos tiempos para la libertad de expresión, que se reclama de forma contundente cuando alguien quiere insultar al rey o quemar una bandera de España pero que, sin embargo, aparece coartada, condicionada, limitada o como se quiera decir y no solo desde el poder, sino a través de instancias más domésticas, incluyendo la abundancia de aspirantes al cargo de inquisidor, seres vigilantes que ponen el grito en el cielo en cuanto una palabra, una frase, un gesto o una imagen vienen a alterar el sentido sacrosanto que ellos tienen del orden establecido.
            Ello es especialmente aplicable a quienes escriben -escribimos- en periódicos de papel o en cualquiera de los modernos sistemas de difusión de ideas, pensamientos y noticias, pero parece que en estos casos la libertad de expresión debe quedar condicionada a lo que decida el tribunal justiciero de los censores inquisitoriales. Como en los buenos tiempos.
            Se están produciendo muchos ejemplos. El de Javier Marías a cuenta de su último artículo en el semanal de El País ha sido muy sonado. Probablemente, en este caso y en todos los que se puedan traer a colación, no todos los lectores están totalmente de acuerdo al cien por cien con lo que dice el articulista, pero ello no es motivo suficiente para denigrarlo, insultarlo o llegar prácticamente a pedir su cabeza, pues en eso consisten las apelaciones furibundas a pretender del periódico que deje de publicar los trabajos de este o aquel escritor. Pero, en el caso que nos ocupa, el razonamiento de Marías, a cuenta de las estupideces que están circulando por un estúpido feminismo que anda confundiendo unas cosas con otras, estaba muy puesto en razón y es coincidente con lo que pensamos muchas otras personas.
            Pero aparte el punto concreto, se puede aplicar (y es conveniente recordarlo en tiempos tan confusos) la máxima atribuida a Voltaire: “Estoy en desacuerdo con lo que usted dice, pero defenderá hasta la muerte su derecho a decirlo”, según cuenta la biógrafa del filósofo francés Evelyn Beatrice Hall, y que Winston Churchill ayudó a difundir en una célebre polémica en el Parlamento británico, respondiendo a un colega de la oposición que estaba sacando los pies del tiesto.


MAREANDO LA PERDIZ DE LA FERIA (14-02-2018)




Hace un año, más o menos, escribí un artículo, publicado en La Tribuna de Cuenca en el que, comentando las perspectivas inmediatas de la Feria del Libro, entonces en preparación, que iba a ser trasladada nuevamente al parque de San Julián, pedía (o sugería) que no la tocaran más, como a la rosa juanramoniana, dejándola ya en paz y fija en un sitio y poniendo así fin al carácter itinerante que viene teniendo desde que empezaron a zarandearla de acá para allá.
Como es natural, quienes escribimos y opinamos no debemos tener la menor esperanza en que nuestras ideas sean recibidas benévolamente por quienes tienen la capacidad decisoria, a saber, los sabios y todopoderosos integrantes del gremio político. Cincuenta años de ejercicio periodístico avalan de sobra mi convencimiento en la inutilidad de lo que podamos decir o escribir. En este caso, también.
En un alarde de imaginación a la búsqueda del más difícil todavía, el estamento promotor y organizador de la Feria del Libro de Cuenca ha decidido ensayar una nueva ubicación. Tras haber pasado sucesivamente por el recinto ferial de La Hípica, la calle Aguirre, los jardines de la Diputación provincial, la Plaza Mayor de Cuenca y el parque de San Julián, para este año han puesto sus ojos en la árida Plaza de España, donde las casetas de librerías podrán coexistir en amistosa francachela con el botellón nocturno que señorea ese lugar, a la sombra del decrépito mercado municipal y bajo el paraguas vigilante de la  severa autoridad gubernativa
Me repito y vuelvo a decir lo del año pasado: estaría bien dejar de marear la perdiz y en su lugar hacer votos para establecer un sitio fijo y definitivo. Hágase una encuesta o sondeo, háblase con libreros, editores, escritores, bibliotecarios y lectores, sobre todo con los lectores, especie en claro retroceso, a quienes conviene oír atentamente para saber qué prefieren y a dónde les gustaría ir para contemplar, hojear y, si es posible, comprar, libros. Y póngase fin a este lacrimógeno vagabundeo por calles, jardines y plazas. Vaya, que no es tan difícil resolver lo que en tantos otros lugares han podido hacer.

VANDALISMO, INCULTURA, GRACIOSOS (12-02-2019)




Una vez más, y parece que van ya seis, la escultura dedicada a Don Quijote, situada en un lateral del Centro Cultural Aguirre, ha sido víctima de un ataque vandálico realizado el pasado fin de semana, naturalmente por algún o algunos individuos incontrolados que no han sido identificados por la inexistente vigilancia policial que deja en el más absoluto desamparo a las calles de Cuenca.

La escultura, realizada por el herrero José Luis Martínez, fue ubicada en este lugar en abril de 2015, para conmemorar el décimo aniversario de la Biblioteca Municipal y coincidiendo con el centenario de la edición del Quijote. En esta ocasión, el atentado, seguramente uno de los festejos propios de las celebraciones del carnaval, ha consistido en arrancar el brazo derecho de la figura junto con la lanza, que posteriormente fue arrojada en los jardines de Diputación. El artista, naturalmente desengañado y triste, se plantea si merece la pena volver a rehacer la figura, temeroso, como es lógico, de que el destino que le espera sea el de la repetición de los ataques. Porque, sencillamente, así están las cosas, en muchas partes del mundo pero, desde luego, en la benemérita ciudad de Cuenca.

LA PAJA EN OJO AJENO (08-02-2018)



            Hay cuestiones sobre las que resulta innecesario preguntar porque antes de hacerlo ya se conoce la respuesta: nada, ninguna, no se sabe, no contesta. Es inútil preguntar cuándo, en qué momento, el Ayuntamiento de Cuenca va a tomar alguna medida para intervenir (rehacer, reconstruir o derribar) el inmueble de la calle Obispo Valero, inmediato al Museo de Cuenca, con fachada posterior a la plaza de la Ciudad de Ronda. A que con una descripción tan detallista cualquier lector sabe a qué lugar concreto me estoy refiriendo. Y por si hay alguna duda, yendo al propio sitio se localizad con toda facilidad, porque está debidamente protegido por vallas que intentan evitar que nadie se cuele y reciba sobre la cabeza cualquier pedrusco desprendido.
            El Ayuntamiento de Cuenca es rigurosísimo con los ciudadanos particulares. En cuanto detecta el menor desperfecto arremete contra el infractor con la fuerza de la ley, de las normas y de las amenazas conminatorias en forma de plazo tajante para que se arregle el mal, o si lo harán los empleados municipales pasando la factura al ciudadano implicado. Eso se hace con los demás. Pero el Ayuntamiento tiene bula para mantener en estado de ruina durante año un edificio municipal que está abandonado y que solo sirve para ocupaciones temporales de vez en cuando.
            Ni siquiera importa a los regidores que tal inmueble esté situado en pleno corazón del sector turístico de la ciudad, a la vista, por consiguiente, de cientos de visitantes que continuamente pasan por allí y que, después de contemplar las maravillas de la ciudad antigua se encuentran con esta postal infamante que por sí sola sirve para arruinar la impresión positiva que pudieran haber adquirido. Pero así son las cosas del peculiar concejo municipal que nos rige.


COMO SIEMPRE, DESACUERDO CON EL CARTEL (04-02-2018)




Como ocurre todos los años, los últimos, la presentación del cartel anunciador de la Semana Santa 2018 va acompañada de la polémica porque la obra, según costumbre, no gusta ni poco ni mucho a una amplia mayoría de quienes integran la popular celebración conquense mientras que los demás se muestran indiferentes, con comentarios para todos los gustos. El artista elegido, Jesús Soriano, desciende de conquenses, aunque nació en Albacete y actualmente reside en Alicante, donde reside y trabaja como arquitecto y profesor. Ha titulado su obra “Espíritu” y dice, según ha explicado repetidamente en los medios locales, que ha pretendido reflejar en ella sus vivencias y recuerdos, además de sus sentimientos. El resultado es un diseño eminentemente abstracto, prácticamente monocromo, en el que predomina el dibujo de una cruz y bajo ella unos trazos que reflejan una hilera de capuces y el letrero “Cuenca 2018” en forma de rótulo manuscrito deliberadamente distorsionado. 48 obras se habían presentado al concurso y entre ellas el jurado eligió esta que, al ser mostrada al público que llenaba el salón no ocultó su desilusión, transmitida luego a las redes sociales con la retahila habitual de comentarios de pésimo gusto e infame redacción. Ahora falta conocer la reacción del resto de la gente, cuando el cartel empiece a distribuirse por paredes y escaparates. Detrás queda siempre la duda acerca de cual es el mejor sistema para elegir un cartel y cuales deben ser los propósitos inspiradores de algo, un objeto, sí, llamado a anunciar, proclamar y, en definitiva, atraer. Por ahora, el acierto no viene acompañando a los llamados a tomar estas decisiones. Veremos este año.

SAN JULIÁN, MUCHO MITO Y POCA HISTORIA (28-01-2018)





   Sorprendente, pero cierto. En uno de los periódicos digitales, quizá el más leído, para celebrar el día de San Julián publican un trabajo, debidamente firmado por alguien que parece de qué va esto, titulado Vida, Catequesis y tránsito de San Julián, segundo obispo de Cuenca. Normal, son cosas que ocurren en cada celebración, aniversario o centenario. Lo que parece sorprendente -a mí me lo parece- es el subtítulo de este trabajo: “Biografía según el canónigo Trifón Muñoz y Soliva”.
   A estas alturas del mundo y de la civilización, la obra histórica del benemérito canónigo decimonónico carece totalmente de valor. Si acaso, lo tienen las noticias que da de la propia época que le tocó vivir, porque son cosas curiosas que si no, a falta de periódicos, se hubieran perdido. Pero todo lo que dice en el plano histórico, incluido por supuesto el tratamiento que ofrece de San Julián, es una banalidad absoluta, sin ninguna base cierta y sin que, por ello, merezca la pena ser divulgado.
   Que alguien se base en semejante texto para ofrecer un acercamiento biográfico a San Julián, ¡en el siglo XXI! es algo penoso.





SIGUE LA CUENTA ATRÁS: DOS MENOS (10-01-2018)

Como en una reunión de plañideras desconsoladas, han surgido a manantiales las lágrimas de cocodrilo de todos los que ahora se rasgan las vestiduras al saber que desaparece Interviu, tras 42 años de estar semanalmente en los quioscos y navegar a trompicones entre el furioso oleaje de la intolerancia y el desarraigo. A veces, en voz más baja, alguien se acuerda de que también se va su compañera y hermana, más seria, Tiempo, las dos cabeceras que mantenía activas el grupo Z que, obedeciendo a la implacable ley de la oferta y la demanda llega a la conclusión de que, si falla esta última y alcanza niveles insuficientes para los bolsillos de la empresa, no hay más remedio que cancelar la primera parte del binomio.
Se va Interviu (y Tiempo también, que yo leía hasta ahora en la peluquería) y en los anaqueles de los quioscos se hacen dos nuevos huecos, otros más, que añadir a los que ya venían produciéndose desde hace tiempo, poniendo el cerrojo no solo a dos publicaciones impresas, sino a todo un espacio temporal en el que muchos hemos ido creciendo, a veces viendo subrepticiamente las portadas (y los interiores) y otras aireándolos abiertamente, en plan provocación, sobre todo cuando había algún tema oportuno para sacarle los colores a alguien.
Porque aunque la imagen que ahora prospera y la que seguramente se mantendrá en la memoria colectiva es la de los hermosos desnudos femeninos (y también alguno masculino), en realidad era una revista muy seria, combativa, denunciadora de crímenes varios, incluidos de manera destacada los que tienen que ver con la marea de corrupción que sacude a este país. En esa oleada, una vez le tocó a Cuenca, cuando gracias a Interviu nos enteramos de los enjuagues que estaba desarrollando un concejal metido hasta las cejas en negocios inmobiliarios, con el estrambote, entre ridículo y divertido, de los colegas que ese día fueron de quiosco en quiosco intentando comprar todos los ejemplares para que pudibunda ciudad conquense no viera sus ánimos trasgredidos por esa impertinencia informativa.
Adiós, pues, a Interviu y a Tiempo. Dos menos que anotar en esta sucesión, ya imparable, de cancelaciones de revistas impresas en papel.

UN PAÍS MILITARIZADO (08-01-2018)




            Ironías del destino: casi medio siglo buscando fórmulas para eliminar el Ejército, para suprimir el servicio militar obligatorio, para reducir el número de cuarteles, generales y coroneles, para dejar sin contenido ni objetivos a las Fuerzas Armadas, transformándolas en una ONG encargada de ayudar a docenas de países en apuros mientras en el interior del país los soldados se transforman en un cuerpo altamente especializado que lo mismo apaga un incendio forestal que interviene en inundaciones o, como ahora, se dedica a liberar a varios miles de personas atrapadas por la nieve en unas autopistas que el Estado ha puesto en manos de empresas privadas para que ganen dinero mientras suben los premios de los peajes y despiden a docenas de trabajadores, los que deberían haber estado trabajando para prevenir los problemas del desastre. Pero está por ahí la Unidad Militar de Emergencia, la UME, que se ha hecho ya  más famosa que Ronaldo o Messi, en funciones de Protección Civil cívica y ciudadana pero desaparecida, la misma UME que el Partido Popular denigró en su creación, allá por el año 2007, cuando la inventó el gobierno de Rodríguez Zapatero y ellos, los otros, dijeron que no hacía falta semejante dispendio. No soy militarista, no tengo ninguna afición por la estructura militar. Sólo digo que esto es una ironía. Queríamos librarnos del Ejército y resulta que, a la hora de la verdad, el Ejército es necesario y no se si imprescindible.

LAS SORPRESAS DE JULITA (07-01-2018)




Si alguien no lo ha leído, porque ha pasado de largo por esa página o porque no es habitual lector de El País, recomiendo sinceramente el artículo que firma Elvira Lindo en la página 25 del número de este último domingo, “Lo que Julita nos enseña”, dedicado a descifrar de una forma verdaderamente atractiva el carácter y la forma de ser de uno de los personajes más extraordinarios que nos ha dado el cine español en los últimos tiempos. No es una absoluta novedad este recurso, el que emplea el director Gustavo Salmerón, tomando como protagonista a su propia madre. Lo hizo Paco León con la suya y Daniel Monzón con su abuela, pero desde luego que ninguno de esos ejemplos (y otros parecidos, que los hay) se acerca ni de lejos al prodigioso ejercicio de dirección y de interpretación que se puede encontrar en Muchos hijos, un mono y un castillo, que pudo verse en la última Semana de Cine de Cuenca, donde no se supo muy bien qué valorar más (entre la sorpresa general), si la dinámica realización, el sorprendente mundo interior y familiar desvelado, la inconmensurable capacidad para la crítica y la sátira o, desde luego, la forma de actuar de esta inesperada actriz, que ha saltado espectacularmente desde el anonimato a la fama.
Julita Salmerón nació en Cuenca y en la actualidad vive en Madrid, con su familia, pero como no hace mucho le dijo su hijo Gustavo a Paco Auñón para la cadena Ser, “mi madre siempre vuelve cada año a Cuenca por Navidad para cruzar el puente de San Pablo y contemplar, desde el Parador, la hoz del Huécar y las Casas Colgadas. Para ella la ciudad antigua es como un belén”.
Cuenca está muy presente en la película, aunque no se la mencione de manera expresa cada dos por tres y ello nos permite apropiarnos de un film como éste, nominado al Goya como mejor documental, a falta de que los escenarios conquenses se conviertan alguna vez en materia de película, algo que siempre y en tantos sitios se dice pero raramente sucede.
Julita Salmerón es, como escribe Elvira Lindo, “una persona real, pero también un personajazo que se sale de la norma y por eso nos reconforta”. Uno más, sin duda, de los cientos de personajes anónimos perdidos entre pueblos y ciudades, a la espera de que aparezca un guionista o un director, sea hijo o vecino de al lado, capaz de encontrar en ellos el incontenible caudal de sabiduría y emociones que con toda probabilidad atesoran.


IMPRESCINDIBLE ADRIÁN NAVARRO (06-01-2018)


IMPRESCINDIBLE ADRIÁN NAVARRO (06-01-2018)



Adrián Navarro es ya, a estas alturas, uno de los nombres esenciales de la cultura conquense, sin necesidad de mayores ditirambos. La suya ha sido una carrera metódica, progresiva, manteniendo siempre una línea de continuidad, la del trabajo realizado de manera consciente, por una parte siguiendo la línea recta de sus intenciones y por otra desviándose parcialmente para buscar, por los senderos laterales, otras fuentes de inspiración, otros motivos estéticos que aplicar a sus propósitos. Todo eso está muy presente en esta exposición que cubre las paredes y el suelo del Centro Cultural Aguirre, a donde es conveniente acercarse antes de que llegue el momento final de la muestra, ya próximo.
Adrián Navarro (El Provencio, 1942) es sobre todo alfarero y ceramista, con una obra sólida, de evidente prestigio, que ha ido evolucionando desde sus orígenes tradicionales, vinculados a la estela que había marcado Pedro Mercedes, pero de la que se ha ido desviando progresivamente para afrontar su propio línea de expresión, y no solo en las formas de los objetos que diseña, sino también el su estructura y colorido. Se puede contemplar un apretado resumen en esta exposición, en la que no hay tantos objetos de cerámica como placas y cuadros que nos revelan a un artista de original trazado y severo atrevimiento para internarse en territorios poco trillados. Hay en él mucha imaginación, no poca osadía para dibujar elementos difuminados en una línea muy propia, inconfundible podría decirse, con alternancia muy eficaz de sugerencias cromáticas que vienen a aportar una notable variedad a una muestra no muy abundante en número de piezas expuestas, pero sí en sensaciones visuales.
No hay querido renunciar Adrián a su más definitorio y extenso trabajo, el de las formas alfareras, de las que hay también unos maravillosos ejemplos que, estratégicamente situados, vienen a enmarcar el conjunto de esta exposición que, desde la serenidad y el equilibrio, nos trasmite un mundo personal pleno de sabiduría, unas manos diestras en el manejo del pincel y el buril.


EL QUIOSCO CERRADO (05-01-2018)

EL QUIOSCO CERRADO (05-01-2018)



Nunca hubo en Cuenca abundancia de quioscos de prensa callejeros. Imagino que la complicada topografía urbana de esta ciudad, en la que abundan calles con aceras bastante estrechas, salvo algunas de las formadas en los últimos años en la zona de la carretera de Valencia, dificultaba la implantación de estos elementos que, en otros sitios, forman parte ineludible del paisaje cotidiano. Miremos las grandes avenidas de Madrid, o de Valencia, o como descubrí no hace mucho en Córdoba, donde me sorprendió la sucesión de quioscos, separados por no demasiados metros.
En Cuenca, ya digo, nunca los hubo, pero sí existieron, incluso uno en la Anteplaza. Aquí, por las ya citadas dificultades callejeras, o por costumbre, se mostró preferencia por los despachos de prensa en soportales interiores de los edificios y así son la mayoría de los que siguen existiendo. Ahora acaba de cerrar el penúltimo quiosco callejero, el situado en la esquina de las calles Aguirre y San Francisco; antes, hace unos años, lo hizo el que aún está, físicamente, pero cerrado, junto al parque de Santa Ana, frente a la Plaza de Toros. Con la última pérdida, me parece que ya solo queda en pie el que desde tiempo inmemorial se encuentra frente al que fue teatro-cine Xúcar.
Naturalmente, ya estamos acostumbrados a la liquidación de vetustos elementos urbanos sobre los que no cabe más que unas palabras de nostálgica despedida. Pero en este caso, además, interpreto que ese hecho va ligado también al progresivo descenso del mundo de los periódicos y revistas en papel, aunque cuando entro en uno de esos sacrosantos lugares, siempre coincido con bastante gente comprando cosas, eso sí, con abundancia de chucherías varias, pero no faltan los compradores de prensa.
En fin, cosas de los tiempos, que dirían los clásicos. Aquí dejo constancia visual del quiosco, ya cerrado, de la calle de San Francisco y dejo para otras mentes más profundas las oportunas meditaciones socio-filosóficas.


MANSIEGONA, CON UN TOQUE ROMÁNTICO


Con severa y encomiable puntualidad llega cada mes de diciembre a las manos de quienes gustan de este tipo de publicaciones una revista nacida en las altas cumbres de la Serranía de Cuenca y que responde al sonoro título de Mansiegona. Resulta casi conmovedor que en estos tiempos acongojados por la pasión de todo lo que circula a través de la red (incluidas estas notas personales) aún haya románticos apegados al papel en los que transmitir ideas, noticias, informes o comentarios. Y es que, verdaderamente, aunque la realidad es tozuda y todos sabemos por dónde van los tiros y el futuro, nada hay más satisfactorio y estimulante que el papel impreso.
Este es el número 12 de la revista, que nace bajo los auspicios de la Asociación Cultural del mismo título, con sede en Masegosa, bajo la coordinación de Jorge Garrosa Mayordomo como responsable de recoger y ordenar los trabajos. Una poesía de Luis Auñón Muelas abre el número que, tras este arranque literario, se introduce en los angostos senderos de la investigación, con propuestas de muy variado contenido, entre las que me ha llamado la atención un esbozo, breve, pero sustancioso, del proceso por el que Cuenca pasó de Intendencia a Provincia, entre los siglos XVIII y XIX; un artículo biográfico sobre el obispo Miguel Muñoz, natural de Poyatos; un curioso informe sobre los pantanos que nunca se hicieron, de los que hay varios ejemplos; otro sobre una de las aventuras del maquis por aquellos parajes serranos, en concreto un incidente en el que quemaron un autobús de La Camphichuelense; un amplio dossier sobre la guerra de la Independencia en la Serranía de Cuenca; y un curioso trabajo naturalista sobre las mariposas diurnas de aquellos parajes, junto con varios relatos que nos ayudan a recrear tiempos, costumbres y situaciones, incluyendo el famoso viaje de Amalia de Sajonia al Solán de Cabras.
Verdaderamente interesante esta publicación, una de las pocas que aún sobrevive en el mundo de la letra impresa, para regocijo de los amigos de tales aventuras culturales, entre los que anoto mi nombre.