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miércoles, 18 de febrero de 2015

ORIGINAL Y ASEQUIBLE


            Es difícil comentar la obra, el trabajo, incluso la personalidad de alguien con quien se ha convivido tanto tiempo, en tantas (y en ocasiones adversas) circunstancias que la proximidad, la cercanía puede obnubilar el sentimiento más o menos objetivo con el que es preciso elaborar cualquier análisis literario. De todos los escritores que forman el universo literario conquense, incluyendo los que ya no están, ninguno está tan próximo a mí como José Ángel García, en un devenir vitalista que nos ha hecho compañeros de viaje durante más de cuarenta años. Nacido en Madrid en 1948, licenciado en Ciencias Biológicas y Periodista, llegó a Cuenca en 1974 para hacer las prácticas de la carrera, en el viejo Diario de Cuenca y allí lo recibí, cuando yo ya estaba curtido en los trapicheos de teletipos, linotipias y maravillosas máquinas de escribir con cuyo sonido podía atronarse la escueta redacción. Vino, como tantos otros, para pasar aquí un verano y ya se quedó en la ciudad, integrándose en la plantilla de Radio Nacional de España. Desde siempre alterna el ejercicio del periodismo, sea escrito o radiofónico, con la literatura, sobre todo en el ámbito poético.
            Proclive a realizar excursiones culturales a través de las más variadas propuestas, las ha hecho en el terreno de la poesía experimental, en los guiones cinematográficos, colaborando con Segundo Santos y Miguel Ángel Moset en maravillosos libros elitistas pero bellísimos, en instalaciones o perfomances; en fin, en cualquier territorio capaz de ofrecer sugerencias para esa inagotable capacidad que tiene para penetrar en lo desconocido. Pero aunque le atrae siempre lo novedoso individualista también ha estado dispuesto a participar en publicaciones en que periodismo y literatura se dan la mano, sea en volúmenes de autoría compartida como “Semana Santa de Cuenca” (1977), “Cuenca, cosas y gentes” (1979), “Del alegato a la fiesta” (1979) , “La ciudad de la luz y del aire” (2002) o “José Luis Coll: in memoriam” (2007) o en trabajos en solitario como “Insistiendo en la excelencia” (2006) centrado en la figura del pintor y escultor Gustavo Torner.
Pero no es de eso de lo que quiero hablar aquí sino de uno de sus libros más recientes, poesía en estado pura. Comparto, con Francisco Mora, la opinión de que la de José Ángel García es una de las voces poéticas más personales surgidas en Cuenca durante el siglo XX, dotada a la vez de una profunda inmersión en los vericuetos del alma humana, cuyos sentimientos desbroza con calculada sutileza y de un riquísimo entramado verbal, en el que el sustrato barroco se cubre de una hojarasca modernista, creativa, extraordinariamente sugerente. El libro en cuestión se titula Papel de aguas y lo ha editado Añil Literaria, con fecha 2014. Es un texto pausado, sincopado, que se lee en un salto de tiempo, aparentemente directo, sencillo, de pocas palabras pero en su forma sugestiva se encuentra la trampa mortal en que el lector queda atrapado porque tras esa primera lectura, de un vistazo casi, tal como están dispuestos los versos, es preciso volver al principio y releer otra vez cada palabra, ahora con sosiego y quizá desasosiego también, buscando el íntimo significado de cada vocablo, casi todos ellos ambivalentes y que al relacionarse con el vecino provoca una tal complejidad de sensaciones que introduce una extraordinaria dificultad comprensiva en el conjunto del aparente sencillísimo, casi visual, poema.
Tal como éste, por poner un ejemplo:

en
perpetua pelea
consigo misma
analiza la
conciencia
los
equívocos fundamentos de
su
desconcierto

Palabras para leer, pensar, meditar, analizar, desmenuzar mientras el lector cae en la deliciosa trampa lírica y metafísica que el autor proponer para incrementar nuestro disfrute.



domingo, 24 de noviembre de 2013

TABLAS PARA NÁUFRAGOS



En el otoñal (por no decir frío) ambiente de la iglesia de San Miguel, los ánimos se calientan al compás de los versos. Desde el escenario, habitual receptáculo de músicos y músicas, el ritual se cumple respetuosamente, fiel a normas clásicas heredadas, transmitidas, de generación en generación. El poeta o la poeta cubre su turno, acaricia las páginas, unas inéditas, con el aroma de lo nuevo, lo nunca oído o leído, otras extraídas de textos ya antiguos, conocidas, unas y otras surgidas con mimo de labios que sienten el temblor de participar en una experiencia intensa, siempre diferente. Entre las sillas, sustitutas ahora de aquellos vetustos y ceremoniosos bancos eclesiales que durante décadas ofrecieron soporte a espaldas y traseras de los humanos oyentes, flota un amable silencioso, respetuoso, atento. Ni siquiera hay en este caso ese impertinente móvil que de manera inevitable (¿por qué inevitable?) surge ya siempre en cualquier ocasión semejante. El templo ya desacralizado cumple perfectamente también ahora su antiguo papel, transformada la función inicial en esta otra, literaria. Quienes estamos allí asumimos el lema de la invitación: nos sentimos náufragos zarandeados, quizá aupados en una pequeña isla desierta, quizá aferrados a un tronco misteriosamente flotante entre aguas turbulentas. Poesía para náufragos titulan los organizadores a esta cita conquense que acaba de cumplir su segundo y mágico aniversario. Los versos fluyen, en las voces de sus propios autores, quienes parieron estas ideas íntimas, hechas poesía, soporte para los desánimos, estímulo para optimistas, si es que aún quedan gentes de esta especie en un mundo que parece incitarnos constantemente a la desesperanza. Entre las sobrias y potentes columnas de San Miguel, acariciando la elegante bóveda renacentista, las palabras se entremezclan, sustituyendo unas a otras para enhebrar, todas juntas, el misterioso aliento de la belleza. Hay versos de resonancias clásicas, otros aparecen envueltos en sentimientos románticos, los hay rompedores, abruptos, como latigazos en conciencias descreídas, palabras que salen del fondo del diccionario para mostrar un concepto no recogido en las definiciones académicas. El espectador, el oyente, se deja envolver por las palabras, pensando que a él también le hubiera gustado escribir algunas semejantes, sentir el impulso mágico del ritmo y el sentido vital de los versos. Como un náufrago más, como los demás náufragos de este día, la poesía llega a Cuenca para servirnos de tabla de salvación.