No creo que nadie se haya alegrado del cierre de Canal Nou,
la televisión autonómica valenciana. Menos aún nos podemos alegrar los
periodistas y menos todavía quienes ya antes habíamos pasado por esa
experiencia, traumática hasta donde sea posible imaginarla. El poder no debería
tener la capacidad de decidir cuándo hay que echar el cierre a una empresa, sea
de elaboración de cosméticos, fábrica de calcetines o sistemas de mecánica rápida.
Y no debería tenerlo, de ningún modo, en el caso de los medios informativos.
Ellos, los del poder, cerraron Diario de
Cuenca, en una actitud miserable que dejó sin periódico a esta provincia en
el año 1984, sin que la sociedad fuera capaz de reaccionar de manera activa
para impedir semejante actuación pirata de aquel gobierno (el mismo que en su
campaña electoral había prometido hacer todo lo contrario, abriendo así el
generoso camino a los incumplimientos sistemáticos de las promesas electorales,
que son hoy el pan de cada día). La sociedad valenciana sí ha querido
reaccionar, al final, cuando ya no había remedio. Lo ha hecho olvidando que
durante años han denostado la asquerosa calidad, la cantidad de perrerías que
esa TV ha estado cometiendo durante más de dos décadas, mal informando,
manipulando, actuando servilmente siempre hacia las decisiones de sus
gobernantes. Ahora, el último día, los trabajadores se dieron cuenta de que
nunca jamás habían permitido que a sus cámaras y micrófonos accedieran las
víctimas del terrible accidente del metro en la estación de Jesús y ahora sí,
el último día, han dado la voz a quienes han sido marginados por ellos mismos, cómplices
de los dictados del poder. No me alegro del cierre de la TV autonómica
valenciana, pero en su historia llevarán siempre colgado el estigma de haber
incumplido la sagrada obligación de informar, ser veraces y actuar con
honestidad. Hacerlo el último día no les justifica. Más bien el caso debería
servir de ejemplo para otros similares. Se han debido dar cuenta en TVE, la
pública, la primera de todas, cuyo comité de redactores alerta de lo que está
sucediendo, con una información cada día menos creíble, más banal, donde se da
prioridad a lo intrascendente y se diluye lo que importa, en una sutil forma de
dar satisfacciones al gobierno que todo lo puede y todo lo controla. Y también
debería servir el ejemplo para otras televisiones, alguna muy cerca de
nosotros, ejemplo de manipulación descarada y parcial seguimiento de consignas.
La imagen irreal que transmite diariamente la TV autonómica de Castilla-La
Mancha demuestra su perfecta inutilidad, su inadecuación al mundo y al tiempo
en que vivimos. Es un medio insustancial, vacío, falso, que no echaríamos de
menos si también lo cerrasen. Aunque en el último día hubiera lloros, lamentos
y manifestaciones.
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