En Toledo se lo han montado bien. No ahora, sino hace ya
mucho tiempo. Lo digo con envidia, con sana envidia. La que provoca (al menos,
a mí) las cosas bien hechas que uno quisiera ver también por aquí, más cerca.
Toledo y Cuenca, como seguramente sabe todo el mundo, coinciden en un nada
pequeño detalle: ser ambas Patrimonio de la Humanidad, algo que muy pocas
ciudades pueden decir en voz alta; desde luego, en Castilla-La Mancha solo dos,
ellas. Pero a partir de aquí se acaban las coincidencias. Por algún motivo misterioso,
que tiene que ver con la peculiar idiosincrasia de las clases dirigentes en
ambas ciudades, Toledo le saca muchísimo partido a esa distinción y en Cuenca
están siempre, como vemos de manera constante, a la habitual disputa del tú
eres más y peor, y así, entre galgos y podencos, la casa sin barrer y el futuro
estancado, siempre en lo mismo. Viene esto a cuento (o al hilo) de la reciente
celebración de ese día anual que la Real Fundación de Toledo dedica a entregar
premios y galardones, a recibir autoridades (este año, con la reina Sofía a la
cabeza) y a pronunciar discursos por un lado laudatorios hacia la ciudad
toledano y de otro reivindicativos. Así, hemos podido oír (o leer, que viene a
ser lo mismo) cómo en esa jornada los empresarios reclaman una ley de mecenazgo
que ponga fin a las malas formas de Hacienda y promueva la intervención de
capital privado en las actividades de promoción cultural. Y eso que en el
famoso y bien orquestado año Greco la ciudad pudo contar con el dinero de, nada
menos, que 140 aportaciones empresariales. Compárese esa actitud con las muy
magras, casi inapreciables cantidades que se dedica en Cuenca al fomento de
iniciativas y actividades culturales y vean si no tengo razón al sentir envidia
de lo que pasa en otros lugares. Claro que, puesto a envidiar, también siento
ese pecadillo (espero que venial) al ver cómo la Real Fundación toledana
organiza cada año esos premios destinados a reconocer las aportaciones en el
terreno de la cultura. Fíjense qué bonito si en Cuenca se hiciera cada año algo
parecido. A lo mejor algún candidato a la alcaldía lo podría incorporar a su
programa y repertorio de promesas. Total, eso cuesta poco. Ya sabemos que las
promesas electorales se hacen para incumplirlas, pero quedaría bien. Y original.
(Por cierto: la foto es la sede de la Real Fundación, coexistiendo con el museo dedicado a Victorio Macho).
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