Perdida entre
la maraña de noticias que nos consumen cada día (y casi cada hora, podríamos
decir) se ha deslizado una en apariencia insignificante, cosa menor, a la que
pocos parecen haber prestado atención. Se nos ha dicho, hace unos días, que el
Consorcio de la Ciudad de Cuenca, esa benemérita institución que vela por
nosotros y nuestros bienes arquitectónicos, ha decidido al fin acometer las
obras de restauración de la Casa del Corregidor para que pueda cumplir, al fin
también, el destino que tiene señalado desde hace décadas: acoger y ofrecer
dignamente a todos el Archivo municipal de Cuenca. Dos partes tiene la noticia.
La primera, salvar uno de los más nobles edificios civiles que hay en Cuenca,
el más digno de todos los que jalonan la calle Alfonso VIII. Obra emérita del
siglo XVIII, levantada sobre el solar en que estuvo la Casa Real, el proyecto
lleva la firma de José Martín de Aldehuela, el gran arquitecto de Cuenca. Eran
los tiempos felices de Carlos III, quien en 1769 autorizó la obra. Y ahí está,
ahí está, con su elegante fachada clásica a la calle principal y su audaz
despliegue de alturas hacia Santa Catalina y el Huécar. Bien merece tan digno
edificio que se recupere y rehabilite. Y bien merece el maltratado Archivo
municipal de Cuenca, con sus valiosísimos documentos acumulados desde Alfonso
VIII salir del descuidado ostracismo al que le vienen castigando una
corporación tras otra, para desesperación de cualquiera que sienta un mínimo
interés por la historia, la cultura y el patrimonio, esa cosa indefinida que
dicen es de todos y, por serlo, pocos se preocupan de mantenerlo.
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