domingo, 2 de noviembre de 2014

CINE DE PUEBLO



            Durante todo el mes de octubre, cada lunes, he disfrutado de la repetida experiencia de acudir al cine para ver maravillosas películas, de las de siempre, las que no decaen por más años que pasen sobre ellas y, de paso, intentar proporcionar a los espectadores algún conocimiento, alguna idea que pudiera aprovecharles. Es una rara oportunidad la que ofrece el Cinema Aguirre, cuyos entusiastas promotores se plantearon, ya hace años, promover la difusión de la cultura cinematográfica a través de diversos ciclos temáticos que irían acompañados de la información previa proporcionada por especialistas en cada caso seguida de un coloquio final. A la vieja usanza de los cine clubs prehistóricos, aquellos que en los años dorados del final agonizante del régimen franquista ayudaron, con la palabra y la imagen, a formar espectadores pero también ciudadanos libres, educados y participativos.
            Son ya varios los ciclos celebrados en estos últimos años. Recordaré aquí algunos como “Cine y Magisterio”, “Cine y discapacidad”, “Recordando a Esther Williams”, “Cine y ferrocarril”, “Capa y espada”, “El carlismo en el cine”, “Grandes de la música americana” y varios más que harían excesiva esta lista. A mí me ha correspondido presentar uno dedicado a la inimitable Audrey Hepburn, de cuyo arte interpretativo hemos visto tres títulos: Vacaciones en Roma, de William Wyler; Desayuno con diamantes, de Blake Edwards; y Sabrina, del gran Billy Wilder, tres delicias en definitiva, tres joyas para un presentador y tres momentos amables para los espectadores que llena la sala todos los lunes, con una afición encomiable venida aquí para contradecir a los agoreros que hablan de la decadencia del cine y del desapego de los espectadores hacia las salas. Lo hay, en efecto, hacia ese pésimo cine que las salas comerciales se empeñan en programar un día hasta otro, incapaces de admitir que la gente, el público, estamos dando la espalda a semejantes propuestas a la vez que nos resistimos a pagar los precios ciertamente exagerados que intentan imponernos y que compensan organizando, de vez en cuando, sabrosas ofertas como la vivida la semana pasada.
            Quienes van cada lunes al Cinema Aguirre son aficionados al cine, como primera definición; gentes que siguen gustando del placer colectivo de ver una película en pantalla grande y de compartir, en voz alta, con comentarios y risas de abierta generosidad, las sensaciones que cada uno experimenta. Es una actividad reconfortante, que nos retrotrae a épocas que creíamos perdidas, al verdadero cine de pueblo que nos hacía disfrutar, reír, gritar, sobresaltarnos, aplaudir cuando el bueno acude presuroso a rescatar a la chica. El cine no ha muerto. Languidece en manos de aburridos mercantilistas empeñados en poner en sus salas lo peor que hay en el mercado.

            Cinema Aguirre continúa este mes, con otros presentadores. El nuevo ciclo se titula “Cien años de la I guerra mundial” y se abre con una maravilla dirigida por Stanley Kubrick, Senderos de gloria, interpretada por un siempre comprometido Kirk Douglas. Seguiremos disfrutando.

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