Es llamativo el empecinamiento del obispado de Cuenca en
mantener en la fachada lateral de la catedral, junto a la entrada al palacio
episcopal, la alusión a José Antonio Primo de Rivera. No a la cruz, que nadie
se opone a ella ni hay por qué, sino a la referencia al jefe de la Falange.
Empecinamiento singular porque, a estas alturas, probablemente no quedan
activos más de media docena de simpatizantes con aquella ideología del pasado,
de manera que no se entiende muy bien a quiénes no quieren molestar. Aunque es
cierto que, puestos a no entender, menos aún puede comprenderse la actitud del
todavía alcalde de Cuenca y sus compañeros de mayoría, socialistas (de
izquierda, se supone) y desde luego demócratas, que miran siempre a otro lado,
por lo común a las musarañas, cuando surgen estas cuestiones. Y continuando con
el desentendimiento, tampoco se libra quien ha sido hasta ahora subdelegado del
gobierno y aspirante a ocupar la alcaldía de Cuenca, entre cuyas competencias
estaba cumplir y hacer cumplir la ley, las leyes, todas las leyes y que en este
asunto se ha lavado bonitamente las manos. Y así va pasando el tiempo, 37 años
ya desde que se aprobó la Constitución, y la catedral de Cuenca, la Iglesia de
Cuenca, empeñada en no suprimir el nombre de José Antonio adornando
innecesariamente la cruz. Y dando pábulo a que las organizaciones republicanas
sigan dando la matraca y alimentando ínfulas anticonstitucionales. La verdad es
que lo que pasa en Cuenca es para contarlo en un tebeo macarrónico.
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