El gobierno pierde un ministro y
el mundo recupera un liberal reconocido. Hasta hace tres años y medio, José
Ignacio Wert figuraba en la nómina de intelectuales de sólido prestigio, orador
brillante, polemista ingenioso, pensador atrevido, que exponía abiertamente sus
ideas progresistas con sólida base en elementos culturales. Todo el mundo se
frotó las manos al saber que Rajoy le había elegido para ostentar la cartera de
Educación y Cultura, con el apéndice del Deporte, que nunca sabe uno muy bien
qué pinta en ese organigrama. Fue tomar la cartera, sentarse en el despacho,
empezar a tomar decisiones y ponerlo todo mangas por hombro, consiguiendo eso
tan difícil que es poner de acuerdo a todo el mundo, incluyendo la ciudadanía y
los simpatizantes de su propio partido, que un mes tras otro ha venido votando
en las encuestas de opinión para ponerlo a la cola de todo el gabinete, con las
peores notas imaginables. Aunque eso, a él, todo hay que decirlo, no le ha
importado un comino, orgulloso siempre de sus desafueros, tanto en materia
educativa como cultural. Inmune a broncas, a desplantes de personas que se han
negado a darle la mano, a los comentarios ácidos de quienes tienen la capacidad
de opinar, Wert ha paseado su sonrisa de soberbio prepotente sin alterar la faz
mientras a su lado se hundía todo el sistema social tan laboriosamente
elaborado durante años. Lo deja hecho unos zorros, incluyendo al partido que
abandona a seis meses de las elecciones para irse en busca del dolce far niente
que le espera en París, junto a su amada colaboradora, Montserrat Gomendio.
Premio injusto, dicen en el seno del PP (y no les falta razón) a quien tanto
daño ha hecho al partido, al gobierno y, sobre todo, a la sociedad española.
Ahora, durante una temporada, se dará la buena vida a la sombra del Louvre y la
Tour Eiffel y luego, dentro de unos años, regresará reciclado como el buen
liberal crítico y culto que fue antes de emborracharse del inocuo poder que se
desprende de una cartera ministerial.
Por cierto,
en todo este asunto del cambio ministerial solo se habla de Educación, los
problemas y las fúnebres perspectivas que se abren hasta este sector tan
fundamental en la vida de un país, pero muy poco se dice de la otra mitad del
departamento, la Cultura, degradada por Wert al nivel más ínfimo que se
recuerda. De las primeras palabras del nuevo ministro no cabe deducir muchos
cambios pero ya sabemos que la esperanza es lo último que debe perderse.
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