Ha
terminado ya el tiempo en que hemos podido disfrutar de la última exposición de
Adrián Navarro en Cuenca, concebida por el artista como una muestra antológica
de su trabajo desde 1978 hasta nuestros días y presentada con un título tan
significativo como Buril y trazo. Estuve
el día de la inauguración y he vuelto un par de veces más a la Sala Acua, ese
singular recinto habilitado por la Universidad regional en una rinconada
inmediata a la Plaza Mayor, como si con ese desafío al arte y la cultura, al
sosiego y el pensamiento, en suma, quisiera servir de contrapunto al barullo
inmediato, ese que tanto aturde cuando los calores del verano atosigan más de
la cuenta a los usuarios del casco histórico conquense.
Digresión
(seguramente innecesaria) aparte, vuelvo al hilo conductor esencial, el que se
refiere a Adrián Navarro, en estos momentos y creo que sin discusión el primero
de nuestros alfareros y ceramistas. Hace unos meses, interesado como siempre he
estado en su forma de trabajar, pasé una mañana con él, en su taller, allá por
el camino del Terminillo, donde se encierra a pergeñar sus diseños y trabajar
el barro, que sigue siendo el elemento básico, insustituible, se un ejercicio
laboral que tiene tanto de arte creativo como de artesanía manual.
La obra
de Adrián ha ido evolucionando con él mismo a lo largo de los años, a medida
que su inquietud formativa natural iba descubriendo nuevos horizontes desde los
que empezó a intuir cuando era estudiante en Manises, de donde se vino para
Cuenca (dejando también atrás sus orígenes en El Provencio) dispuesto ya a
profundizar en los arcanos mágicos de la alfarería, un territorio ya marcado
por el genio inconfundible de Pedro Mercedes. Comparar a ambos artistas es
innecesario, aunque sea un ejercicio que suele gustar mucho a los amigos de
simplificar las cosas. Más allá de presuntas apariencia o forzadas
concomitancias es cómo querer buscar en un artista moderno las influencias de
un clásico, que naturalmente suele haberlas, pero sin que eso signifique en
forma alguna una transmisión de saberes y menos aún estilo.
No hace
todavía mucho tiempo desde que Adrián Navarro ingresó como académico de número
en la Real Academia Conquense de Artes y Letras. La lectura de su discurso es
muy ilustrativa y nos ayuda sobremanera a entender el concepto creativo del
artista y a seguir detalladamente los diversos pasos que le conducen a través
de diferentes estilos. Un texto que encuentra, en la exposición que ahora
termina, la ilustración adecuada para entender cómo se puede ensamblar la
intuición natural de un artesano con la amplísima concepción intelectual de un
verdadero creador de imágenes, formas y encantamientos visuales.
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