Raúl del Pozo es el último nombre inscrito en la lista de
premiados con el Glauka, ese singular reconocimiento que conceden las lectoras
de la Biblioteca Pública “Fermín Caballero”, de Cuenca. Nacido bajo el amparo e
impulso intelectual de José Luis Sampedro, el premio mantiene anualmente su
estimable vitalidad, en busca siempre de ese personajes escritor al que otorgar
un galardón que no se distingue por su espectacular dotación económica ni por
el oropel de la fama internacional sino que se mantiene en el amable ámbito de
lo doméstico, lo amistoso y, en fin, lo que más interesa siempre a un escritor,
el reconocimiento, el afecto del público. Eso lo tiene Raúl del Pozo desde hace
mucho tiempo y se manifiesta en cada ocasión propicia para el encuentro, como
este último, que sirve (habrá servido, pienso yo) para reconfortarle de otros
sinsabores amargos, como el estúpido desprecio con que la Junta de Cofradías
rechazó su nombre para ser pregonero de la Semana Santa, siguiendo así las
indicaciones de un cura preconciliar, de los que aún hacen la señal de la cruz
cada vez que se cruzan (o creen cruzarse) con un infiel comunista. Esto,
seguramente, no pasó de la categoría de anécdota, pero conviene decirlo de vez
en cuando (o al menos, recordarlo) para tener siempre presente cómo son las
cosas por este arriscado rincón serrano, último baluarte en la defensa de
occidente. Pero sigamos con lo nuestro, que es lo verdaderamente importante.
Desde su origen, va ya para 80 años, en la ribera del Júcar, caserío de La Torre,
término municipal de Mariana, Raúl del Pozo ha desarrollado con toda evidencia
un esfuerzo personal de considerable importancia. Tras hacer estudios de
Magisterio en Cuenca se lanzó audazmente a la búsqueda de un hueco en el
territorio de las letras, empezando por el que tenía más próximo, el venerable
y por tantos motivos respetable Ofensiva,
cuyas páginas acogieron tantos esfuerzos juveniles. Sobre aquella etapa, ha
escrito hermosas palabras: "En
Ofensiva es donde me hice adicto a la tinta de imprenta y donde conocí a los
linotipistas y a los cajistas, fogoneros de las ideas”. Desde aquellos
inicios, Raúl del Pozo mostró una evidente agudeza en la captación de temas,
una juvenil osadía en el tratamiento y una pureza estilística en el manejo del
idioma, virtudes todas que acentuaría con el paso del tiempo. Hoy es uno de los
más prestigiosos columnistas españoles con su recinto de papel diario en la
última página de El Mundo, donde
vierte luminosas palabras en las que aúna la clara percepción de la actualidad
cotidiana con el conocimiento profundo de la literatura española a través de un
sobrio manejo del idioma, al que acaricia con cariño y del que extrae el
profundo aroma que encierran las redomas de los más sutiles perfumes. Saludo
pues, desde aquí, al último premio Glauka, profeta en su tierra más allá de los
manejos de gentecillas de poco pelo.
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