Por
sencilla casualidad, estos días, buscando otra cosa, he ido a parar a una
página del Diario de Cuenca del 11
de agosto de 1965 en la que se reproduce un artículo publicado el día anterior
por César González-Ruano en ABC y
que en el fondo, no en la forma literaria, por supuesto, viene a ser un calco
del que acaba de publicar Marías. Por entonces, como seguramente algunos
recordarán todavía, César tenía residencia habitual en Cuenca, aquí pasaba
largas temporadas y desde aquí, en una mesa fija en el café Colón, escribía,
siempre a mano, sus artículos para la prensa madrileña. Ese día, González-Ruano
echa pestes de lo que está pasando en la ciudad, singularmente de los ruidos,
el alboroto, la falta de sensibilidad, la indiferencia por la conservación del
entorno. Y apunta un detalle muy esclarecedor: “Yo creo que es problema de
sensibilidad colectiva. Incomprensiblemente para los menos, son muchos más los
que no sienten ninguna molestia por ruido que se haga. Creo que incluso están
contentísimos”. A nadie le importó el lamento. Dos meses después, el escritor
abandonó definitivamente Cuenca, acompañando su salida de otro artículo, un
lamento melancólico, tristísimo, una página maestra del articulismo
periodístico.
No fue el
único en actuar así. Se fue Lorenzo Goñi, lanzando un portazo estentóreo. Se
fueron Bonifacio Alfonso y Julián Grau Santos. Dejaron de venir Guerrero, Miralles,
Sempere, muchos de los artistas que hicieron de Cuenca una galería de artistas
en sus calles y bares. Otros, como Zóbel y Saura aguantaron hasta el final, porque
compartían su residencia conquense con otras ciudades europeas y quizá el
purgatorio les resultaba así más leve. Y nadie más ha vuelto a radicarse aquí,
recordando aquellas otras épocas. Pero, volviendo a las observaciones de Javier
Marías, lo interesante es apreciar el completo desinterés que la ciudadanía en
general muestra por la conservación de eso que se llama “calidad de vida”, que
se supone vinculada a estas ciudades pequeñas, recoletas, tranquilas,
apropiadas para la meditación, la escritura y el arte. Lejos de tal cosa,
parece que existe una voluntad mayoritaria (que, en verdad, nadie acierta, no
acertamos, a contrarrestar) por hacer exactamente lo contrario que se supone es
lo razonable. Y si no, que se lo pregunten a esa legión de mozalbetes bien
cargados de vino un domingo a las once de la mañana, subiendo en masa
vociferante calle de Alfonso VIII arriba camino de la expansión colectiva en la
Plaza Mayor. Eso, nos dirán mucho, es lo bueno y positivo. Y si alguien se va
de la ciudad, pues que se vaya con viento fresco.
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