sábado, 7 de septiembre de 2013

DELENDA EST MONARCHIA

 
 

No estoy muy seguro de que en estos momentos sea razonablemente posible aplicar la sentencia que encabeza estas líneas, la misma con la que José Ortega y Gasset sacudió las conciencias de sus contemporáneos el 15 de noviembre de 1930 desde las páginas del diario El Sol. La admonición tan claramente dirigida a los españoles de ese tiempo caló no solo porque se encontraba ya colectivamente asentada en el imaginario colectivo de un pueblo harto de trapisondas y componendas, sino también porque la lanzaba al aire una personalidad tan bien formada, de tan sólido pensamiento y, a la vez, pacífica, sin derivaciones violentas. Que Ortega pidiera, con claridad y vehemencia, la destrucción de la  monarquía, fue solo la premonición de lo que ocurriría apenas medio año más tarde.

Las circunstancias son ahora distintas y por más que siempre, en todo momento, los ciudadanos estamos convencidos de que vivimos en el peor de los mundos posibles (pues quienes nos gobiernan deberían hacer cosas muy diferentes a las que hacen), las torpezas inauditas cometidas por la monarquía actual la han conducido, en un periodo brevísimo, a caer de la cómoda posición de popularidad y respeto en que se encontraba a las honduras del desprestigio, la burla y la desconsideración popular, conceptos aplicables a todos los miembros de la familia real y ya no solo a quienes, inicialmente, fueron los primeros responsables de emprender ese camino cuesta abajo. Ni la reina se libra de recibir abucheos ni la plebeya llamada a ser reina encuentra la forma de conectar con el afecto de las gentes, sirviendo su imagen de carnaza a las portadas de las revistas, que se preguntan abiertamente por su actitud distante, fría, hierática. Nada que ver con el entusiasmo que muestran ingleses, holandeses, noruegos, daneses y otros vecinos hacia sus monarquías y especialmente hacia sus princesas o jóvenes reinas, cuya modernidad y cercanía por aquí echamos de menos.

En esa línea de desapego, como un paso en el desenganche de un fardo que empieza a ser molesto, debe encajar la curiosa decisión del Ayuntamiento de Cuenca de suprimir de la parafernalia festiva de este año la condición de “reina” de las fiestas, presentada como cosa novedosa, positiva y seguramente progresista pues en lugar del regio mandato coronado con una diadema hubo solo “damas”, una por cada barrio y todas iguales a la hora de lucir belleza, encanto y gracia. La novedad, de marcado tinte republicano, aunque parezca algo chusco se puede interpretar en la línea de lo que vengo comentando, o sea, una huida de todo lo que tenga que ver con el concepto monárquico, que empieza a resultar molesto aún en asunto de tan poco calado.

Según he leído, la concejala responsable del departamento festivo municipal, justifica la medida para “eliminar el elemento competitivo, quitar presión a las jóvenes y favorecer que todas ellas representen a su ciudad en igualdad de condiciones”. Por esa regla de tres habría que eliminar también los alcaldes y dejar solo concejales, todos iguales y los equipos de fútbol dejarían de tener capitanes para que cada jugador se las ventilase como pudiera. Está claro que en estos asuntos (y en otros muchos) la jerarquía sigue teniendo su valor. Siempre que no se utilice el incómodo concepto del que ya todo el mundo quiere huir.

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario