lunes, 9 de septiembre de 2013

LAS URNAS LAS CARGA EL DIABLO



Un antiguo conocido mío tenía siempre a mano una frase rotunda, cuando algunos ilusos de los de antes caíamos en la tentación de defender las bondades de las elecciones democráticas. El tal que, como es fácil deducir, no compartía aquellos entusiasmos juveniles, contestaba siempre con un aserto rotundo: "Las urnas las carga el diablo". Y de esa manera dejaba claras las ventajas de mantener en vigor sistemas de ordeno, mando y decido con el dedo. Método expeditivo que, tal y como van las cosas, se perfila como el único posible para que Madrid pueda conseguir ser sede de unos Juegos Olímpicos, porque tres intentos, la verdad, son muchos. En las Academias, ese el tope requerido por un candidato: si con tres intentos y otras tantas votaciones no sale elegido, pasa definitivamente a la reserva. Aunque como el ser humano es el único animal que tropieza dos y hasta tres veces en la misma piedra, no me extrañaría que quienes están en la foto pretendan intentarlo una cuarta vez, a pesar de que todos los dedos acusadores los señalan a ambos como principales responsables de la debacle. Por supuesto, y como suele ocurrir, los portavoces de la prensa cavernaria tienen otros motivos fundados, especialmente el ya histórico complot judeo-masónico y derivados modernos para perfilarse como los culpables de la nueva bofetada a la siempre castigada España. Pero obviando esa tópica y banal explicación, otros medios, más razonables, apuntan hacia direcciones mucho más concretas, que no repetiré aquí por conocidas (la arrogancia estúpida de la alcaldesa, el mal inglés de ambos, el lloriqueo por la economía, la escasa perspectiva inversora, el silencio cómplice oficial en cuestiones de dopaje) pero sí señalaré uno que, si bien insinuado en algunos comentarios, no me parece ha merecido suficiente atención: la pésima preparación de la votación. Arrastrados por los mecanismos al uso en la vida española, los promotores de la candidatura pensaron que el voto se juega en el último momento, a la hora de meterlo en la urna (o pulsar el botón, que viene a ser lo mismo), como aquí, en elecciones, piensan que los votantes decidimos qué hacer el día de reflexión o después del debate en TV (si es que lo hay) olvidando una lección fundamental, que conocen bien los profesionales de los estudios de opinión: el voto hay que ganarlo día a día, desde el primero en que alguien empieza su mandato. Los promotores de la candidatura estaban muy felices por lo bien que habían hecho la presentación en público, ignorando que para entonces la mayoría de los votantes ya estaban trabajados y habían decidido qué hacer. Lo mismo que podemos opinar hoy, ahora, de quienes tenemos a la vista ocupando sillones gubernamentales: no necesitamos esperar a la próxima cita con las urnas ni mucho menos a esas impresentables campañas electorales con que nos castigan, para tener decidido y bien decidido qué papeleta vamos a meter en la urna. Aunque la cargue el diablo.

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