jueves, 28 de noviembre de 2013

AMORES ILUSOS (TO THE WONDER)


            Si de algo puede presumir Terrence Malick o si hay algo que merece señalar en su obra, pues probablemente le importa bien poco presumir de nada, es que nunca deja indiferente: siempre hay en sus películas un arrebato singular, un desahogo de lirismo, un meditado empleo de la cámara, la luz y el color (por supuesto, también el encuadre), lo que conduce su obra, hasta ahora escasa, a provocar adhesiones incondicionales, no muchas, todo hay que decirlo, junto con un buen repertorio de gentes que acuden a los más variados denuestos para calificar su trabajo, sin olvidar, ni mucho menos, los diez o doce que a mitad de película, más o menos, se levantan hartos de, según ellos, no entender nada. Son quienes gustan de que todo se les de bien masticado, de la manera más simple posible, para no tener que esforzarse en pensar. Ocurre siempre con sus películas y To the wonder (Terrence Malick, 2012) no es una excepción. Quienes se paran a pensar un poco en el título, correctamente respetado en su proyección española, pueden encontrar la respuesta ahí mismo: esta una invitación a los sueños, a la imaginación, a la fantasía. Como corresponde a una historia de factura  moderna, podemos encontrar algunas dificultades para dilucidar los diferentes tiempos de la narración e incluso las variadas localizaciones. A partir de ahí, todo depende de la capacidad de acercamiento que uno tenga a una historia que pronto deviene en una sucesión de situaciones absurdas, sin que el pretendido esquema argumental que difunde la productora ayude mucho a comprender lo que está pasado, porque lejos de asistir a un supuesto triángulo amoroso, aquí hay solo una historia de pareja e, incluso, si apuramos el relato, sólo de una mujer, depresiva, insatisfecha, atormentada, en busca de nadie sabe qué y por ello mismo haciendo cosas absurdas, totalmente fuera de lugar, como irse a la cama con un desconocido que, además, carece de cualquier atractivo físico. Malick actúa con hermetismo consciente, enhebrando situaciones aisladas, dispersas en el tiempo y el espacio, para seguir los pasos de esa mujer desconcertada (Olga Kurylenko) y, de añadidura, los de su pareja masculina, un sujeto silencioso, de quien se nos dice que es escritor aunque durante la película no mueve una letra para escribir algo y que asiste en pleno desconcierto a las evoluciones mentales y sentimentales de su pareja, hasta perderla por completo sin acertar a hacer el movimiento que supuestamente debería retenerla. Pero todo ello es indiferente ante lo que realmente importa a Malick, que es la estética del relato, preciosista en exceso, calculada al milímetro, buscando y rebuscando el encuadre y el hallazgo cromático que nos haga gozar del placer de ver una película bellísima, aunque pensemos, y salgamos pensando, que ha sido una banalidad, una pérdida de tiempo. Valoración en la que se incluye el absurdo papel de Javier Bardem, pretendido cura Quijano consejero de la pareja (otra de las estúpidas afirmaciones del bosquejo argumental) que pasa de un lado a otro de la pantalla desgranando una filosofía personal barata sobre sus propias dudas y la insatisfacción de mantener una vida perdida. Difícil película, la de Malick, pero tan fascinante como todo lo que de inaprensible cruza por nuestras vidas.

 

 

 

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