Es como una
lotería. Los números, criminales, sangrientos, crueles, van cayendo aquí o
allá, según toca actuar al descerebrado que en algún lugar siente la llamada de
una ira irrazonable que va más allá de toda comprensión. No parece haber forma
de parar esta cadena. Y ahora, en ese reparto de la suerte desgraciada, el
premio gordo ha caído en un pueblo de Cuenca, Villanueva de la Jara, donde este
fin de semana se ha vivido el rutinario repertorio de dolor y lamentos, con la
no menos rutinaria panoplia de comentarios: nadie se lo esperaba, no habíamos
oído nada, no había denuncias, todo parecía normal… Como en las mejores
familias. Pero la muerta ahí está, muerta y enterrada. El presunto se quiso
matar y, como suele suceder, no acertó y sigue vivo. Qué rara habilidad tienen
estos suicidas, que casi nunca aciertan. Y ahí sigue, como presunto asesino,
porque en estos casos siempre hay un presunto: felices tiempos aquellos en que
los periódicos daban los nombres completos, de víctimas y criminales pero
claro, entonces no había libertad de expresión ni de prensa y por eso se podían
decir las cosas así, llanamente y a lo derecho. Como ahora hay libertad de
todo, los nombres no se escriben y los criminales pasan a la categoría de
presuntos, con todas las garantías legales. Menos a la muerta, que no se le
garantizó ningún derecho, ni siquiera el más simple, el de poder vivir. Unámonos,
pues, compañeros y colegas de humanas experiencias, en el lamento solidario por
este suceso que nos ha tocado a los conquenses. Y espero que quienes hace años
tuvieron la ingeniosa idea de promover una especie de graffiti en una tapia de
la calle Colón, esquina a San Agustín, para ir formando una galería simbólica
con lápidas de mujeres muertas, la continúen (porque la idea se detuvo en 2012
y desde entonces ha seguido lloviendo) añadiendo ahora esta otra que nos llega
tan de cerca. Al menos para que, viéndola, no se nos olvide esta calamidad.
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