El espectáculo barriobajero que nos están ofreciendo algunos
medios informativos (los de siempre) y algunos políticos de un sector muy
concreto (el mismo de siempre, también) a cuenta de los polémicos títeres del
otro día en Madrid, me sugiere algunas consideraciones.
La primera tiene que ver con la farisaica sorpresa
provocada. Cualquiera diría que la obra sale de la nada, surge como la espuma y
aterriza en una plaza madrileña del barrio de Tetuán, así, por las buenas. No
veo que se haya dicho que la obra en cuestión ya había sido estrenada y
requeterepresentada, sin que nadie hubiera puesto el grito en el cielo ni
interpuesto denuncia ni que a ningún juez riguroso se le ocurriera meter en la
cárcel a los dos titiriteros. La obra era bien conocida y estaba en circulación
por tierras andaluzas, a donde pertenece el grupo.
Desde luego, y ahí sí que no hay discusión posible, no es
una obra para niños. La tonta idea de que el guiños o los títeres o las
marionetas son cosas infantiles es una simpleza y en Cuenca lo sabemos bien,
porque el Festival Titiricuenca es para adultos, aunque haya una programación
específica para niños. En este caso, la compañía protagonista del caso no
engaña a nadie. En su página web hay dos apartados muy bien separados: Teatro
popular se llama uno, Espectáculos infantiles el otro. Y la obra polémica, La bruja y don Cristóbal está claramente
incluida en el primer grupo. Ellos no han engañado a nadie.
Los programadores se equivocaron, también con toda claridad.
Cometieron el error de anunciarla como espectáculo infantil, para todos los
públicos, quizá porque cayeron en la simpleza señalada en el párrafo anterior:
creyeron que los títeres son cosa de niños. Han pagado su equivocación con el
despido. Entre otras cosas, les acusan de haberla programado sin verla. Es un
argumento propio de necios. He sido programador durante un cuarto de siglo y
más del noventa por ciento de las obras programadas por mí no las había visto,
simplemente por imposibilidad material de hacerlo. Uno se fía de lo que lee, lo
que ve en vídeos, lo que dicen los críticos, los comentarios de un colega que
sí la ha visto.
El gallinero se ha sublevado y pone en marcha toda su mejor
batería de improperios y nos amenaza a todos con las penas del infierno a causa
de este desliz, ciertamente lamentable, pero no más que otros muchos de los
incontables escándalos con que se nos está obsequiando desde tantos sitios. Es
muy llamativo el silencio complaciente y cómplice que durante años ha ido
acompañando corrupciones, saqueos, engaños, censuras, estafas, malversaciones y
todo lo demás que ya forma parte del pan nuestro de cada día. Pobrecillos, lo
hacían sin malicia, solo por ganar un poco de dinero.
La puntilla, el no va más, la ha puesto el juez que, ni
corto ni perezoso, envía a la cárcel a los dos incautos provocadores del
alboroto, por si acaso huyen, dice en el auto. El juez, los jueces, no ven
motivo para enviar a la cárcel a Rodrigo Rato, a Jordi Pujol y a demás
compañeros mártires de la corrupción. Son gente honorable y no van a huir a
ninguna parte; es suficiente con que se escape de aquí el dinero, en busca de
refugio solvente en arcas bien resguardadas.
La ley es la ley, clama con severidad el ministro de
Justicia, flamante diputado por Cuenca. La ley de la memoria histórica también
es una ley y se está incumpliendo de manera pavorosa en más de 50 localidades
de la provincia de Cuenca, sin que ninguna autoridad, empezando por los
alcaldes y pasando por el subdelegado del gobierno, procedan a retirar los
símbolos, leyendas y placas que aún honran a los vencedores de la guerra civil.
Pues así va el país: unas leyes se aplican con todo el rigor de la fuerza y
otras se dejan pasar tranquilamente. Los mismos que ahora vocean escandalizados
callan comprensivamente ante esos otros desmanes.
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