domingo, 5 de junio de 2016

LLEGA LA MARABUNTA ELECTORAL




        La democracia, que es el menos malo de todos los sistemas políticos inventados hasta ahora, tiene unos componentes muy desagradables, como venimos experimentando cuando creíamos que estaba ya plenamente consolidada entre nosotros. Uno de ellos lo estamos sufriendo en nuestras propias carnes (y, sobre todo, en la paciencia colectiva), derivado del estúpido resultado conseguido tras las últimas elecciones, las de diciembre, y la perversa actuación de quienes deberían haber encontrado la fórmula eficaz para formar gobierno. No lo han conseguido y la consecuencia inmediata es que, pese al hartazgo generalizado, nos obligan a ir a las urnas otra vez, dentro de unas semanas.
        Siendo malo y cansino todo ello, lo peor es lo que viene antes, o sea, a partir de dentro de un par de días, en que se pondrá en marcha eso que llaman "campaña electoral", forma ambigua de calificar una especie de martirio chino al que nos van a someter a los ciudadanos por todos los medios imaginables, singularmente desde las televisiones y radios, que además colaboran con todo entusiasmo poniendo cámaras y micrófonos a disposición sin límites de todos los osados que quieran decir algo, sin importarles los contenidos o las reiteraciones porque ocurre que, a fin de cuentas, todos, desde el primer cabeza de lista hasta el último candidato provinciano, dicen siempre lo mismo, una y otra vez, salvo un esporádico milagro (que nunca se produce) en que alguien se sale del guión y aporta alguna novedad.
        Con todo, el aspecto que me parece más negativo de las campañas es el que cae de bruces sobre pueblos y ciudades en forma de esperpénticos mensajes adheridos a tapias, cartelones o paredes de la más diversa condición y textura. Dicen, nos vienen diciendo, que en este caso van a ser más ahorrativos y abrumarán menos al colectivo humano español con su despilfarro de merchandising impreso. No me lo creo. Seguro que a la hora de la verdad sienten la tentación y hacen lo de siempre, empezando por la ridícula ceremonia de pega de carteles a las cero horas en punto del inicio de la campaña.
         Yo agradecería a todos los partidos que tuvieran la amabilidad de ahorrarnos el bochornoso espectáculo de esos cartelones plagados con los rostros de los protagonistas, pisándose unos a otros, sin gusto, sin el menor cuidado por la estética urbana y sin conceder el menor valor al contenido de sus mensajes. Pero me temo que mis buenas intenciones irán a parar al amplio cajón de sastre donde los políticos que nos han tocado en suerte acumulan, sin rubor, todo lo que está cayendo sobre ellos.

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