No ha sido nunca José Luis Perales carne de cañón en esos
infames programas televisivos (ni tampoco en las revistas del corazón que hacen
cosas parecidas) dedicados a despellejar la intimidad del prójimo, en la mayor
parte de los casos con la abierta complicidad de los propios interesados,
generalmente encantados de exponer al público desprecio cualquier detalle de su
vida personal. Incluso podríamos decir que, en los últimos años, la figura de
nuestro paisano parecía un poco desdibujada, como soterrada en esos rincones
oscuros a que están condenados quienes en algún momento disfrutan o disfrutaron
de la fama. Y Perales la tuvo, en abundancia.
En una ya vetusta entrevista que le hice (La memoria colectiva; Cuenca, 1987),
entre diversas cosas que fueron objeto de comentario dialogado, confesaba el
cantautor que su mayor gusto consistía en escribir canciones, en retirarse a un
lugar apartado, generalmente su pueblo, Castejón (donde había nacido en 1943)
donde, en silencio, soledad y calma, se dedicaba a escribir mientras que en su
casa de Cuenca aprendía a tocar el piano. No hablaba entonces de abandonar ese
camino para dedicarse a otros menesteres, pero lo ha hecho, y de manera
ciertamente meritoria, por no decir brillante.
En primer lugar nos sorprendió, en 2015, poniendo en los
anaqueles y los escaparates su primera novela, La melodía del tiempo, territorio en el que dijo sentirse muy a
gusto, “porque he descubierto el placer
de escribir y de hacerlo sin límite, es decir, sin tener que comprimir una
historia en tres minutos –lo que viene a durar una canción-, sino que sigo y
sigo más y más en absoluta libertad, porque te permite jugar con los
personajes, cambiarlos de lugar e incluso matarlos; sinceramente, he
descubierto que me resulta más fácil este trabajo que el de componer una
canción”. Y, en verdad, debió quedar muy satisfecho de la experiencia,
porque ahora ha vuelto a ese terreno, nada fácil por cierto, y publica una
nueva novela, La hija del alfarero, de
contenido muy vinculado a la vida de los pueblos y los sentimientos humanos,
cuestiones que a Perales le vienen muy bien.
Pero eso no significa que haya abandonado la canción, sino
que a su ya habitual tarea de compositor (sería interesante elaborar un listado
con los cientos de melodías que ha preparado para otros, además de las suyas
propias) ha unido ahora una nueva que, si no diferente, sí corresponde a otro
terreno en el que él no había intervenido todavía: las películas y lo ha hecho
también con singular éxito, porque su trabajo en la banda sonora de El autor, que tuvimos la oportunidad de
ver hace muy poco tiempo en la Semana de Cine de Cuenca le ha permitido
convertirse en finalista de los próximos Goya por su canción “Algunas veces”,
el tema central de la película que ha dirigido Manuel Martín Cuenca, aparte de
que la propia película figura en la lista con un total de 13 nominaciones. De
manera que el 3 de febrero próximo, entre las emociones propias de estas
ceremonias lúdico-ceremoniosas-divertidas tendremos la oportunidad de saber si
se produce el raro caso de que un conquense acuda a recibir uno de los
cabezones que representan el premio más valioso y destacado del cine español.
Todo ello aparte de alegrarnos (yo lo hago y seguro que
otros muchos conquenses también, a pesar de esa tendencia consuetudinaria a no
valorar debidamente lo propio) de que José Luis Perales esté en plena forma y
no decaiga en la búsqueda de nuevas emociones creativas.
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