sábado, 18 de mayo de 2013

A CUALQUIER COSA LLAMAN ESCRIBIR

 
 
            Desde los más remotos tiempos, analistas de la comunicación intentan impartir doctrina sobre la confusión existente entre términos como información, publicidad, propaganda, crítica y otros similares. Se cuentan por kilos de papel los textos producidos, sin que a estas alturas de nuestro tiempo se haya conseguido llegar a una correcta clarificación del problema. Mejor dicho: las cosas están muy claras, al menos conceptualmente. Asunto muy distinto es que sea igualmente diáfana la aplicación, pues ahí anda todo mezclado en un batiburrillo difícil de deslindar. Veamos, por ejemplo, lo que pasa con el cine, singularmente con el español, que -teóricamente al menos- es el que más nos interesa. Se acaban de estrenar dos películas, Ayer no termina nunca, de Isabel Coixet y Combustión, de Daniel Calparsoro. Ambas han tenido su correspondiente cuota de “información” en las cadenas de TV, especialmente en la pública, que para eso lo es y está al servicio de los poderes igualmente públicos. Sus protagonistas, Javier Cámara y Candela Peña en el primer caso, Adriana Ugarte en el segundo, salen orondos y satisfechos todos ellos para comentar las maravillosas películas en que han trabajado y los presentadores de turno entran sin mayores problemas al trapo, sumándose al carro de los aspavientos elogiosos, con lo que un alto número de oyentes-espectadores creerá que se les está ofreciendo información cuando en realidad se trata de publicidad programada y orientada. Si acudimos a la lectura de la crítica especializada apenas unas líneas son suficientes para bajarnos a la verdadera situación: son dos películas malas, fallida la una e insatisfactoria la otra y ambas, por cierto, dentro de la línea estética que corresponde a los directores firmantes, la insufrible Coixet y el descontrolado Calparsoro, con lo que, si nos arriesgamos a sufrir dos horas en cada caso por aquello de estar a la moda y apoyar con nuestro óbolo al cine español, ya sabemos lo que vamos a encontrar: la cruda realidad, más allá de la manipulación informativa. Caso parecido se puede experimentar en el terreno de la literatura, aunque me da un poco de grima utilizar este vocablo para referirme al libro que voy a señalar con el dedo. Como uno tiene el vicio de leer cualquier cosa que se publique, hace unos días me entretuve un rato en pasar páginas de algo titulado La vida iba en serio, que lleva la firma del superfamoso Jorge Javier Vázquez. La faja envolvente del volumen advierte que esa es ya la octava edición. Por supuesto, el objeto en cuestión, que tiene la forma de libro, ha sido debidamente aireado por la cadena que sirve de soporte al tal Vázquez, o sea, Telecinco. Lo que hay dentro, en esas páginas apresurada y torpemente escritas, es literatura deleznable, no porque el contenido sea una sucesión de porquerías, sino por la forma chapucera, infantiloide, ramplona, indigna siquiera para un estudiante de secundaria, en que la obra está escrita. Si ese libro lo escribe cualquier otro no famoso, por ejemplo tú o yo, las fieras se arrojarían sobre nosotros con una buena retahila de insultos, entre los que el menor sería el de mal escritor. Pero, ¡ah! lo firma un famoso presentador de la tele y eso no solo le libra de la severidad de los juicios objetivos y críticos, sino que le aúpa a los placeres de la adoración de los necios. Y, por supuesto, le abre generosamente las puertas de la editorial que asume llevar a las librerías semejante incalificable producto que, para mayor escarnio, asume la forma de libro. Así seguimos y seguiremos, porque esto no parece tener remedio, al menos en la presente generación.

 

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