Se han cumplido sus deseos y Florencio Martínez Ruiz descansa ya en el cementerio de San Isidro, sobrevolando las aguas verdes del Júcar a las que tantas páginas –tantos versos- dedicó en vida, compartiendo con el río madre las invencibles nostalgias suscitadas permanentemente por el otro río, el Cabriel, a cuya vera nació, en los peñascales de Alcalá de la Vega. Y así, entre ese doble amor fluvial, acompasando su devenir humano desde el río natalicio al que ahora se convierte en compañero hasta la eternidad, la vida de Florencio encuentra al fin el sosiego definitivo, el que pone fin a los afanes, las esperanzas y las realidades de cada día. Desde unas atalayas similares a esta de San Isidro, la juventud de Florencio encontró en el seminario, también sobre el Júcar, el adecuado mirador desde el que extendió su vista sobre el horizonte inmediato, en el que halló los fundamentos que habrían de servirle de pivote constante: la poesía, la literatura, la fantasía, la actualidad, Cuenca.
La muerte de Florencio Martínez Ruiz
(Alcalá de la Vega, 1930 / Madrid, 2013) representa la pérdida de uno de los
pilares fundamentales de la cultura conquense del último medio siglo. Nadie
como él llegó a conocer, analizar y difundir de un modo tan amplio y certero lo
que había sucedido y estaba sucediendo, en el seno de la cultura local,
singularmente en la literatura. Al abandonar el seminario hizo la carrera de
Magisterio en Cuenca y posteriormente, en Madrid, la de Periodismo, titulándose
en 1961. Sus primeras colaboraciones aparecen de forma esporádica en las
páginas de Ofensiva, el periódico de
Cuenca. Luego vienen colaboraciones en la prensa madrileña (El Español, Madrid, Arriba, Ya) hasta ingresar en el que habría de ser su
periódico definitivo, ABC, (1971)
donde desempeñó en especial las tareas de crítico literario, siendo responsable
durante muchos años del suplemento "Mirador Literario" y de “Domingo
Cultural”. En esa función consiguió alcanzar un sólido prestigio profesional
por el acierto de sus comentarios, la agudeza de sus análisis y el profundo
conocimiento del hecho poético español, con una sutil habilidad en el
descubrimiento de nuevos valores. Alcanzó un considerable prestigio su libro La nueva poesía española, antología de
los poetas surgidos en la posguerra, una eficasísima fotografía de la situación
del panorama lírico español en esos momentos. Como poeta su obra publicada es
escasa, pero en ella figura uno de los más hermosos poemarios editados en
Cuenca, Cuaderno de la Merced.
Siempre
estuvo vinculado a Cuenca y siempre contó con el reconocimiento público de la ciudad
y el respeto de los círculos literarios conquenses. Por ello fue sucesivamente
pregonero de las fiestas de San Julián (1972), de Semana Santa (1989), de San
Julián otra vez (1995) y de la Feria del Libro (1996). Ingresó en la RACAL el 13 de noviembre de
2001 con un discurso sobre la figura de la Infanta Paz y sus
vinculaciones con Cuenca. En la prensa conquense dejó innumerables muestras de
su saber literario y de un profundo entendimiento de las claves esenciales que
mueven la cultura en esta ciudad. Páginas ejemplares de ello existen en Diario de Cuenca, Gaceta Conquense y El Día de Cuenca.
Este
viernes, 17 de mayo, desapacible y lluvioso, nos hemos reunido un grupo de
amigos para recibir la urna con sus cenizas y acompañar a sus familiares en la
ceremonia, íntima y entrañable, de depositarla en tierra, entre las tumbas de
Fernando Zóbel y Bonifacio Alfonso. Cumpliendo sus deseos, Manuel Cano, Carlos
de la Sierra y Francisco Medina han cantado “In paradisum” y el primero de
ellos ha leído los últimos versos, el postrer soneto, escrito por Florencio
apenas una semana antes de morir.
Cuando llegue mi hora, Fortunato,
a la tropa escolar pon sobreaviso
Cántame “In Paradisum” de inmediato
en latín de Perrone si es preciso,
y que el deán de al Júcar su permiso
para asistir al coro por un rato.
para asistir al coro por un rato.
Que te acompañen, con su voz más pura,
Gregorio, Vieco, Luis, Pinga y Vicente
y con su icono mágico Anastasio.
Y si Dios encarece la factura
y hay que esperar, que Cuenca me represente
cerca del cielo, en su alto iconostasio.
Ahí está ya Florencio, en lo más
alto de Cuenca, lo más cerca posible del cielo en que creía y con perspectiva
amplia para contemplar, ya sin acritudes, las venturas y desventuras de esta
ciudad.
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