Se agradecen
los momentos amables. Evasión, se les puede llamar. Hay a nuestro alrededor
una tormenta de noticias, orientadas todas (en un abrumador porcentaje) en
torno a la misma temática angustiosa que nos está amargando la vida, yendo del
paro a la prima de riesgo, con estaciones intermedias en otra docena de
calamidades públicas, cuando de pronto aparece un islote consolador, en forma
de voz humana que nos traslada a otros mundos, reales y ciertos, aunque
difuminados entre los estertores del presente. Y así encontramos
-reencontramos- la forma de respirar sosegadamente, mientras nos dejamos llevar
hacia los senderos donde habita la literatura, o sea, los libros. Juan Clemente
Gómez es el flautista de Hamelín cuya mano (la voz, mejor dicho) nos conduce
por esos caminos, en busca de los mundos imaginarios creados por Federico
Muelas a través de dos libros memorables: Bertolín,
una, dos y tres y El niño que tenía
un vidrio verde. Son dos libros de temática infantil nada complaciente, muy
lejos de las dulzonerías de Walt Disney y demás colegas de oficio. Con un
relato pausado, amistoso, sin alharacas, el narrador iba sacando de su chistera
verbal el argumento, los detalles, las observaciones, el drama inmerso en esas
historias que se corresponden perfectamente -aunque no se diga nada explícito
en ellas- con el ambiente sombrío del mundo infantil durante el franquismo, a
caballo entre los rigores de la religión y la pobreza, por no hablar claramente
de marginación social, como sucede en la amarga historia del niño que tenía un
vidrio verde que le ayudaba a contemplar la vida con otro optimismo. Por esas
páginas escritas iba Juan Clemente Gómez trazando su itinerario narrativo, con
ligeros apuntes poéticos, con sabiduría de quien sabe cómo conducir la palabra
que suscite emociones y pensamientos en quienes oyen. Experiencia tiene, y
sobrada, este escritor nacido en Valencia, recriado en Cuenca y habitante
alternativo de ambas culturas, entre la sobriedad castellana y la exuberancia
levantina. Un largo repertorio de obras de todos los géneros, pero sobre todo
orientadas a los niños, más su propia experiencia docente, le proporcionan una
evidente sabiduría para acertar a desenvolverse en el difícil terreno de la
exposición oral pública. Lo hizo aquí este martes pasado, en la sede de la
RACAL, dentro de las sesiones semanales con que la Academia mantiene, contra
viento y marea, la bandera de la actividad cultural, ese refugio al que
deberíamos acudir con más frecuencia precisamente porque en él se encuentra el
respiro necesario y también las fuerzas convenientes para resistir, sobrevivir
y mirar con mejores ánimos el futuro que nos espera. Sólo por eso la
conferencia de Juan Clemente Gómez será recordada como uno los momentos más agradables
que hemos podido experimentar en los últimos tiempos.
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