jueves, 2 de mayo de 2013

LA VOZ AMABLE DE JUAN CLEMENTE GÓMEZ



Se agradecen los momentos amables. Evasión, se les puede llamar. Hay a nuestro alrededor una tormenta de noticias, orientadas todas (en un abrumador porcentaje) en torno a la misma temática angustiosa que nos está amargando la vida, yendo del paro a la prima de riesgo, con estaciones intermedias en otra docena de calamidades públicas, cuando de pronto aparece un islote consolador, en forma de voz humana que nos traslada a otros mundos, reales y ciertos, aunque difuminados entre los estertores del presente. Y así encontramos -reencontramos- la forma de respirar sosegadamente, mientras nos dejamos llevar hacia los senderos donde habita la literatura, o sea, los libros. Juan Clemente Gómez es el flautista de Hamelín cuya mano (la voz, mejor dicho) nos conduce por esos caminos, en busca de los mundos imaginarios creados por Federico Muelas a través de dos libros memorables: Bertolín, una, dos y tres y El niño que tenía un vidrio verde. Son dos libros de temática infantil nada complaciente, muy lejos de las dulzonerías de Walt Disney y demás colegas de oficio. Con un relato pausado, amistoso, sin alharacas, el narrador iba sacando de su chistera verbal el argumento, los detalles, las observaciones, el drama inmerso en esas historias que se corresponden perfectamente -aunque no se diga nada explícito en ellas- con el ambiente sombrío del mundo infantil durante el franquismo, a caballo entre los rigores de la religión y la pobreza, por no hablar claramente de marginación social, como sucede en la amarga historia del niño que tenía un vidrio verde que le ayudaba a contemplar la vida con otro optimismo. Por esas páginas escritas iba Juan Clemente Gómez trazando su itinerario narrativo, con ligeros apuntes poéticos, con sabiduría de quien sabe cómo conducir la palabra que suscite emociones y pensamientos en quienes oyen. Experiencia tiene, y sobrada, este escritor nacido en Valencia, recriado en Cuenca y habitante alternativo de ambas culturas, entre la sobriedad castellana y la exuberancia levantina. Un largo repertorio de obras de todos los géneros, pero sobre todo orientadas a los niños, más su propia experiencia docente, le proporcionan una evidente sabiduría para acertar a desenvolverse en el difícil terreno de la exposición oral pública. Lo hizo aquí este martes pasado, en la sede de la RACAL, dentro de las sesiones semanales con que la Academia mantiene, contra viento y marea, la bandera de la actividad cultural, ese refugio al que deberíamos acudir con más frecuencia precisamente porque en él se encuentra el respiro necesario y también las fuerzas convenientes para resistir, sobrevivir y mirar con mejores ánimos el futuro que nos espera. Sólo por eso la conferencia de Juan Clemente Gómez será recordada como uno los momentos más agradables que hemos podido experimentar en los últimos tiempos.

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