Martes, 24 de marzo
Gustavo
Torner es el más grande artista conquense vivo: este año cumplirá 90, el próximo
13 de julio y como si esa fecha de aniversario fuera un estímulo para renovar
sus ánimos juveniles, ahora lo podemos disfrutar por partida doble. Por un
lado, desde hace unos días puede verse una muestra antológica de su obra
realizada entre 1983 y 2012 en la Galería Fernández-Braso, en Madrid. Por otro,
el próximo martes día 31 quedará inaugurada otra en la catedral, bajo el título
entre sugerente y misterioso de Torner antrópico,
iniciativa esta última de la Semana de Música Religiosa.
Los textos
especializados en cuestiones artísticas nos dicen que Torner es uno de los más
destacados representantes españoles de la corrientes informalistas que empezaron
a desarrollarse en nuestro país a mediados del siglo XX, pero más allá de
definiciones técnicas aquí me interesa señalar que el artista conquense
(artista amplio, completo, no solo pintor) acierta a compartir una visión
universal del arte y la vida con su permanente vinculación a la tierra natal.
La puesta en marcha, con su compañero de generación Fernando Zóbel y la
implicación directa de otros muchos artistas, del Museo de Arte Abstracto de
Cuenca, simboliza a la perfección esa doble circunstancia, internacional y
localista, de Gustavo Torner, en sus inicios juveniles seguidor de los pasos
forestales de su padre, Jorge Torner, trabajo que incluso empezó a ejercer en
Teruel, pero a la que renuncia en 1965 para dedicarse íntegramente al arte. Desde
entonces, su trayectoria creativa ha seguido una línea coherente con ideas
firmemente arraigadas mediante un concienzudo trabajo de elaboración
intelectual. Nada hay en la obra de Torner que sea fruto de la improvisación
sino del razonamiento, con el resultado final de quien siendo profundamente
racionalista se deja llevar igualmente por las emociones, como se puede
interpretar a través de uno de sus más lúcidos pensamientos: “Querría que mi
obra dejara traslucir el misterio del mundo, mezcla de asombro y de temor”. Crítico
sin concesiones con la ciudad en la que nació, y en la que sigue pasando largas
temporadas sin ocultar sus enfados por el progresivo deterioro del casco
antiguo. Voz severa que casi nadie quiere oír y menos atender, la presencia
vitalista, siempre atenta, observadora, inteligente, de Gustavo Torner, es un
regalo para quienes, quizá sin saberlo o apreciarlo debidamente, son, somos,
sus vecinos.
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