jueves, 5 de noviembre de 2015

DÍAS DE OTOÑO


Hecho en falta, en estos días ya abiertamente otoñales, la amable literatura con que nos obsequiaban casi todos los escritores conquenses cuando había periódicos dispuestos a ofrecer sus páginas a la narración literaria, sin ambages ni disimulos, a los artículos perfectamente distanciados del acontecer diario, como desahogo o bálsamo con que compensar otras miserias informativas. Y si esto era así antes, cuando había menos motivos para el desasosiego, qué no decir de estos tiempos tumultuosos en que no salimos de una canallada de los islamistas cuando caemos en un desastre entre las olas del amable Mediterráneo que, no contento con tragarse desgraciados africanos huidizos de sus ingratos países también se dedica a volcar su furia sobre las no hace mucho sosegadas playas levantinas y si la mirada gira un poco hacia el norte encontrará la estrepitosa ceremonia de la confusión ambientada en catalán pero si esa misma mirada se dirige hacia los cielos encontrará, con un poco de mala suerte, un avión o un helicóptero dispuestos a estamparse contra el duro suelo. Podríamos seguir desgranando calamidades varias, por no hablar de asesinatos de uno u otro género, incluidos los niños pero no iban por ahí las letras de este rincón meditabundo que solo quería, en principio -algo se ha torcido el relato- rememorar los viejos, entrañables, emotivos artículos en torno a la belleza sugestiva del otoño conquense. Amigos tuve que venían a la ciudad justamente cuando yo les avisaba de que las primeras hojas empezaban a amarillear y hasta aquí se llegaban con sus cámaras y sus esperanzas de emborracharse de colores y saborear algunos níscalos. Amarillos eran los colores de los autobuses de Cuenca, en la anterior hornada, y precisamente por eso, para proclamar a propios y extraños la luminosidad del color amarillo emanado de las choperas otoñales. La explosión cromática va por zonas. En la ribera más próxima del Huécar, la que se inicia en la Puerta de Valencia, aún predomina el verdor, pero en las calles céntricas se acumulan ya las hojas caídas de los árboles temblorosos, mientras que en el tramo inferior del Júcar, el que corre, sin muchas ganas, todo hay que decirlo, por los meandros del Egidillo y la hoz de Valdeganga, el brillante resplandor de las hojas tintadas del hermoso color domina la severidad del roquedo y el misterio de las curvas enlazadas tras otra. Hecho de menos el placer de leer un buen artículo, descriptivo y emocionante, o unos delicados versos transmisores de la belleza que la naturaleza ha querido descargar sobre Cuenca desde el primer día de la existencia de este mundo. Y así sigue siendo, aunque llueva o truene, aunque los ríos se salgan de madre y los necios atruenen con sus ruidos incoherentes la placidez de una tarde otoñal.

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