En la galería de ciudadanos
extraños, peculiares, singulares o cualquier otro sinónimo que quiera
utilizarse, corresponde en estos tiempos nuestros un lugar de honor a Luis
Roibal Tejedor, nacido en Cuenca en 1930 y residente desde no se cuándo en Uña,
enclaustrado entre las riscas que rodean el pueblo y los bares de la carretera,
mientras desde su casa contempla el paisaje enriquecedor de la laguna, con sus
misteriosos vaivenes cromáticos que alienta la brisa del Júcar.
Luis Roibal mantiene pertinaz
silencio desde hace muchos años. Probablemente, es el pintor conquense (y uno
de los españoles) que más vende, si atendemos a lo que dicen los mercados del
arte y lo hace no entre los límites del territorio español sino al otro lado de
la mar océana que nos separa y une con América. Inquieto desde que era un joven
aprendiz de cómo dar brochazos en los lienzos, aquí vive en calma y
tranquilidad pero no inmóvil. Hasta él no llegan los fugaces medios de
información, manejados por jóvenes que no solo desconocen los elementos básicos
de la historia local sino que con toda seguridad incluso ignoran qué se esconde
detrás de ese nombre. Ni siquiera creo que acierten a identificarlo las
ocasiones que baja desde su retiro serrano para darse una vuelta por
Carretería, tomar un café con los amigos y hacer la ineludible visita a Juan
Evangelio, en su librería.
De ese anonimato apartado
elegido voluntariamente y con tesón defendido saco ahora a Luis Roibal para
señalarle directamente con el dedo, como autor de los cuadros incorporados al
retablo mayor de la iglesia de San Felipe. No es, desde luego, una iconografía
religiosa al uso sino la plasmación del universo personal del artista, con su
estilo entre expresionista e impresionista, con líneas insinuadas y colores
suaves, en las que reproduce escenas aparentemente religiosas a las ha
incorporado personajes de nuestro tiempo para formar así un curioso fresco de
la vida moderna incardinada en escenas de la antigüedad.
La iglesia de San Felipe,
situada en el corazón central de la subida a la parte antigua de Cuenca, es uno
de los templos de más fea apariencia exterior y más delicado y bello contenido
interior. Aunque las miradas devotas se las lleva el Jesús de Medinaceli,
adosado en su propia capilla lateral, es la magia creativa del gran Martín de
Aldehuela la que brilla espléndida en este recinto (cuya linterna, por cierto,
también pintó Roibal hace mucho tiempo) que ahora ofrece a la contemplación,
seguramente lejana, de los files que asisten a los cultos, esta sorprendente
obra de arte moderno incorporada a la severidad del retablo mayor.
wow
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