Amador Palacios ha extraído del cajón donde anidan
sus recuerdos y experiencias y en el que también descansan no pocos documentos,
materiales suficientes para escribir una biografía apócrifa de Gabino Alejandro
Carriedo, uno de los personajes y poetas más singulares de cuantos ocuparon con
vida y versos la segunda mitad del siglo XX. La flor del humo, se titula y aparece con el sello editorial
Vitruvio.
Nacido en Palencia en 1923 y fallecido en San
Sebastián de los Reyes en 1981, Carriedo estuvo vinculado prácticamente toda su
vida a la capital española, en la que vivió aquellos años intensos, turbulentos
en ocasiones, en que algunos escritores quisieron dar forma a unos conceptos
innovadores capaces de alterar las tranquilas aguas remansadas del ámbito literario.
En esa búsqueda encontró el postismo y con olegas de preocupaciones, como
Carlos Edmundo de Ory y Eduardo Chicarro iniciaron un tímido movimiento que
podríamos llamar la vanguardia poética, emparejada con otros similares que en
el territorio de las artes incidían también en pàrecidos propósitos
renovadores. En esa trayectoria se cruzó también, tangencialmente, Federico
Muelas, que durante un breve tiempo acarició la posibilidad de participar en el
inquieto mundo de los pospistas (de lo que sobrevive la singular aventura que
fue El pájaro de paja) antes de
abandonarlo y seguir su trayectoria tradicional.
Pero si esa relación fue puntual y
efímera, más profunda fue la que mantuvo con Carlos de la Rica, que propició un
acercamiento sentimental de Carriedo a Cuenca. El autor de Poema de la condenación de Castilla realizó una poética
intimista, poco dada a los excesos de la
popularidad y cultivó la tendencia del realismo mágico. En Cuenca escribió
varios poemas que dedicó a la ciudad y publicó algunos libros en la colección
editorial El toro de barro. Después
de muerto, sus hijos legaron su importante biblioteca a la Fundación Carlos
de la Rica ,
situada ya entonces en el seminario de San Julián, pero un desgraciado
incidente de incomprensión entre ambos sectores (legadores y legatarios)
frustró el intento y las cajas con los libros de Carriedo, almacenadas en
Cuenca durante varios meses, emprendieron viaje de retorno a su origen para
recalar finalmente en un espacio más acogedor, en Valladolid. Dejemos que la
imaginación vuele un poco para valorar la importancia cultural que pudo haber
tenido una biblioteca especializada en poesía mediante la suma de los legados
de Carriedo y de la Rica.
Amador Palacios, nacido en Albacete
en 1954 y miembro desde hace unos meses de la Real Academia Conquense de Artes
y Letras como académico correspondiente en la vecina capital
castellano-manchega mantiene una doble vocación como poeta en ejercicio y
teórico de la literatura. Ambas tendencias se unen en su libro La flor del humo, subtitulado
“Autobiografía apócrifa de Gabino-Alejandro Carriedo”, en el que reescribe la
biografía que ya publicó a la muerte del poeta y que ahora enriquece con una
amplísima panorámica del acontecer poético español más reciente, tarea en la
que suple al propio Carriedo para, remedando su voz, hablar de géneros,
tendencia y colegas, dando lugar así a un generoso fresco donde conviven ideas
y nombres que nos ayudan a enriquecer completándolo nuestro conocimiento de la
poesía española contemporánea, tan convulsa como apasionante.
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