Concha
Lledó y Segundo Santos han elegido un espacio singular (muy singular) para
enseñar públicamente lo que ocurre cuando han vuelto a unir sus fuerzas y sus
ánimos muchos años después (algo así como 30), repitiendo ahora aquella experiencia
que estaba asentada en el recuerdo de quienes entonces la conocieron. Ese
espacio tan especial (vale aquí el juego de palabras) es la Posada de San José
y allí, en sus paredes, las que forman el gran salón del recinto y también en
las del comedor, se han distribuido estos no se si llamar cuadros, porque lo
son, aunque su contenido no tiene que ver estrictamente con la formalidad del
arte sino con la maravilla de las invenciones, ese territorio abstracto por el
que pueden circular todas las fantasías imaginables.
Concha
Lledó es, resumiendo su obra, una tejedora de sueños, que con sus habilidosas
manos sabe transformar la materia en principio árida de los hilos indecisos
para hacer con ellos alfombras, tapices o lo que sea menester. Segundo Santos
descubrió cuando era joven la tradicional elaboración del papel, utilizando
también materias primas vinculadas a la tierra, y con admirable constancia ha
desarrollado a partir de ese punto todo un mundo creativo en el que cabe
cualquier figura imaginada o soñada.
Concha
Lledó decidió un día abandonar las asperezas de la breñas serranas conquenses y
se marchó a la orilla del mar, donde brilla una luminosidad infinita,
inacabable. Segundo Santos prefirió quedarse en ese mismo lugar y en un rincón
casi escondido de una callejuela del casco antiguo montó y mantiene su taller
papelero, aunque luego tenga un escaparate comercial en la Plaza Mayor. Por
encima de esos kilómetros distanciadores, Concha y Segundo han unido ánimos
para reverdecer aquella antigua conjunción de ideas que ahora da forma a una
exposición titulada Trabados, un
reencuentro amistoso, imaginativo, soñador, de técnicas y diseños, una
combinación de hilos y papeles que vienen a formar un admirable entramado
decorativo por el que circulan alegremente las elucubraciones atrevidas de
estas mentes capaces de mover sus manos para que interpreten en formas reales
lo que hay escondido en los recónditos pasajes del cerebro. Y, de paso, nos
hacen disfrutar con estas visiones suavemente amistosas, cuya amable compañía
transforma estos días las paredes de la Posada.
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