Miro mi agenda (que la tengo) y encuentro para esta tarde, a
horas parecidas, entre las 6 y las 8, cinco citas a las que me gustaría acudir,
cuatro eventos culturales de distinta estructura: una conferencia, un concierto,
una mesa redonda, una película, una exposición. Hago cuentas y, a lo mejor, saliendo
de un sitio antes de terminar y llegando tarde a otro, aún podría hacer acto de
presencia en dos de ellos, o sea, ni a la mitad de la oferta. No quiero ni
pensar que pueda haber algún otro escondido por ahí, del que no me ha llegado
noticia por deficiencias en la comunicación o, sencillamente, porque no lo han
publicitado debidamente, pero en estos casos siempre cabe la posibilidad de que
un rato antes de la hora prevista, el promotor o impulsor me llame
personalmente para conseguir mi presencia.
Eso es así y así son las cosas en esta ciudad mínima y poco
relevante en el coro nacional del espectáculo cultural, en donde un saco de
grupúsculos de diversa consideración compite por encontrar huecos, de espacio y
de tiempo. Los perjudicados, que son mayoría, llevan temporadas clamando por
una cosa indeterminada y etérea a la que se llama coordinación. Ciertamente,
nadie sabe muy bien en qué consiste eso ni en cómo podría hacerse, porque lo
verdadero es que, a la hora de la verdad, cada uno hace de su capa un sayo y
que los demás se arreglen como puedan.

Lo recuerdo aquí y ahora, por si alguien tiene ganas de
resucitar este proyecto. U otro parecido.
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