miércoles, 30 de mayo de 2018

EN LA MUERTE DE JUAN EVANGELIO



La muerte de Juan Evangelio nos deja un poco huérfanos a todos los que encontramos en el libro cualquiera de esos sentimientos que aún afloran en el alma humana: el gusto, la afición, la pasión, formas de afecto que suelen hallar en el libro el amigo constante, la compañía fiel sin exigencias ni premuras. Para quienes, además, escribimos y aspiramos a encontrar lectores-compradores, la intervención eficaz de un intermediario tan voluntarioso como Juan Evangelio fue determinante. Un librero al viejo estilo, que no necesitaba el recurso permanente al ordenador para saber dónde está ese volumen o aquel ni quien era el autor o en qué punto de los aparentemente desordenados anaqueles podría encontrarse el objeto del deseo o qué recomendar (era un auténtico especialista en plumas estilográficas) en la búsqueda del regalo apropiado. Durante años alimentó en su entorno una auténtica tertulia ciudadana y libresca, que se prolongaba mucho más allá de la hora de cierre del local porque, y eso era evidente, él era el primer comerciante de Carretería en abrir las puertas y el último en cerrarlas. Su peculiar bonhomía, de amplia generosidad y abierta risa contagiosa, venía a ser como un bálsamo en el que se podía encontrar reposo más allá del trajín de la que fue calle bulliciosa, ahora un tanto descafeinada pero igualmente amistosa. Hace unas semanas dediqué un artículo a la librería señalando el notable matiz de que es el comercio más antiguo de Cuenca, camino de cumplir los cien años y apuntando como cosa notable que ese privilegio corresponda precisamente a una librería, tipo de establecimiento que está desapareciendo a marchas forzadas de muchas ciudades españolas. Hubiera sido un gesto amable del destino que Juan Evangelio pudiera haber llegado a ver ese centenario. Ha muerto ahora y el mundo del libro, en Cuenca, tiene motivos sobrados para estar de luto.


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