Si alguien no lo ha leído, porque ha pasado de largo por esa página o
porque no es habitual lector de El País,
recomiendo sinceramente el artículo que firma Elvira Lindo en la página 25
del número de este último domingo, “Lo que Julita nos enseña”, dedicado a
descifrar de una forma verdaderamente atractiva el carácter y la forma de ser
de uno de los personajes más extraordinarios que nos ha dado el cine español en
los últimos tiempos. No es una absoluta novedad este recurso, el que emplea el
director Gustavo Salmerón, tomando como protagonista a su propia madre. Lo hizo
Paco León con la suya y Daniel Monzón con su abuela, pero desde luego que
ninguno de esos ejemplos (y otros parecidos, que los hay) se acerca ni de lejos
al prodigioso ejercicio de dirección y de interpretación que se puede encontrar
en Muchos hijos, un mono y un castillo, que
pudo verse en la última Semana de Cine de Cuenca, donde no se supo muy bien qué
valorar más (entre la sorpresa general), si la dinámica realización, el
sorprendente mundo interior y familiar desvelado, la inconmensurable capacidad
para la crítica y la sátira o, desde luego, la forma de actuar de esta
inesperada actriz, que ha saltado espectacularmente desde el anonimato a la
fama.
Julita Salmerón nació en Cuenca y en la actualidad vive en Madrid, con
su familia, pero como no hace mucho le dijo su hijo Gustavo a Paco Auñón para
la cadena Ser, “mi madre siempre vuelve cada año a Cuenca por
Navidad para cruzar el puente de San Pablo y contemplar,
desde el Parador, la hoz del Huécar y las Casas Colgadas. Para ella la ciudad
antigua es como un belén”.
Cuenca está muy presente en la película, aunque no se la mencione de
manera expresa cada dos por tres y ello nos permite apropiarnos de un film como
éste, nominado al Goya como mejor documental, a falta de que los escenarios
conquenses se conviertan alguna vez en materia de película, algo que siempre y
en tantos sitios se dice pero raramente sucede.
Julita Salmerón es, como
escribe Elvira Lindo, “una persona real, pero también un personajazo que se
sale de la norma y por eso nos reconforta”. Uno más, sin duda, de los cientos
de personajes anónimos perdidos entre pueblos y ciudades, a la espera de que
aparezca un guionista o un director, sea hijo o vecino de al lado, capaz de
encontrar en ellos el incontenible caudal de sabiduría y emociones que con toda
probabilidad atesoran.
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