Tantas páginas, libros ya, se han
consumido desde que comenzó el suceso de Cataluña, que parece cosa de broma
querer añadir algo más, siquiera unas líneas, desde este remoto lugar llamado
Cuenca, tan ajeno a reivindicaciones, protestas o lo que sea que están
pretendiendo los catalanes (la mitad de los catalanes, empeñados en pisotear a
la otra mitad). Pero como el cuerpo me pide decir algo, lo diré, aunque sea
cosa leve. Y es que desde que estamos siendo machacados, literalmente hablando,
con este asunto, hay un aspecto, una palabra, que me tiene alterado,
soliviantado o cualquier otro sinónimo que se quiera utilidad. Me sorprende el
abuso desmedido que los independentistas hacen del concepto “democracia”. Lo
tienen constantemente en la punta de la boca, como si ellos fueran los únicos
demócratas, cuando en realidad lo que están haciendo es lo contrario, es decir,
atropellar de manera constante los más sencillos y básicos principios de la
democracia. En esto, como en tantas otras cosas, se aprecia la mano nefasta de
Mariano Rajoy y sus compañeros de desventura gubernamental. Porque como se ha
dicho de manera reiterada, el gran problema que venimos arrastrando en estos
meses es la falta de capacidad que ha tenido el gobierno, desde el primer día,
para desmontar el artificio de los independentistas y ejercer una sana labor
pedagógica para hacer llegar a todo el mundo, empezando por los propios
catalanes, la falacia de utilizar la palabra, el concepto democracia, para
intentar implantar un sistema autoritario, una auténtica dictadura de unos
sobre otros. La democracia es otra cosa, y bien lo sabemos los que durante
muchos años no la tuvimos. Pero el gran fracaso de este insípido gobierno que
padecemos es su falta de respuesta, su impotencia para llamar a las cosas por
su nombre de verdad. Y así podemos asistir al bochornoso espectáculo de ver
cada día como miles de personas pisotean la democracia, la de verdad, diciendo
que son demócratas y que quieren la democracia. Y ahora, encima, van los
sindicatos, oportunistas ellos, y se suman también al carro. Se ve que ya
huelen la hora del reparto del botín.
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