Muchos
ayuntamientos (¿muchos o todos?) tienen problemas. Heredados, claro. Todos los
problemas son siempre heredados. Unos los heredan los alcaldes del PP y otros
los alcaldes del PSOE, pero todos los heredan. Para arreglar el desaguisado
general hay que restringir gastos. No solo eso: algunas potentes maquinarias de
hacer dinero amenazan con cortar el suministro de sus productos. Lo están
haciendo las eléctricas: cortarán la luz en pueblos y ciudades, avisan, si no
se les paga lo mucho que se debe. Lo harán empezando por aquellos servicios que
no son esenciales. He ahí la madre del cordero. ¿Qué es esencial? ¿Cómo se
define eso? ¿Quién toma la decisión? Sin que nadie de la cara, ya sabemos
cuales son los servicios no esenciales. Por ejemplo, las bibliotecas. Es
natural. Mantener encendidas todas las noches de todos los días las calles de
un polígono sin edificar, eso es esencial; iluminar las calles en las fechas
navideñas, eso es esencial; mantener los semáforos funcionando todas las noches
aunque por las calles no circule ni un gato despistado, eso es esencial. Una
biblioteca no es esencial. Cómo va a ser esencial que la gente quiera leer,
libros o periódicos, o sacar ejemplares para llevarlos a su casa. Cómo va a ser
esencial una actividad tan poco interesante. Así que cuando llegue la hora, se
apagan las luces, se cierran las bibliotecas y ¡hala! a pasear al parque, que
hace buen tiempo. Tampoco es esencial, ni importante, ni necesario siquiera,
pagar puntualmente el sueldo a los bibliotecarios (que, casualmente, casi
siempre son chicas, jovencitas, ilusionadas, encantadas con su trabajo).
Estremece saber que hay algunas que llevan meses y meses sin saber lo que es
una nómina. Y más aún estremece oír con qué desparpajo (¿o habría que decir
desvergüenza?) algunos alcaldes y concejales hablan de cerrar la biblioteca,
porque al fin y al cabo, para cuatro viejos que van a leer el periódico y otros
cuatro niños que mejor estarían todos en sus casas viendo la televisión, nadie
echaría en falta un servicio que no es esencial. En estos tiempos de penuria y
desconcierto, quienes tenemos aún un mínimo de sentido común y otro de sentido
de la estética (cosa que, como sabemos, incluye también a la ética) deberíamos
sentirnos firmes en la reivindicación constante, sin tapujos ni medias tintas,
del papel que corresponde a las bibliotecas públicas siempre, en épocas de
crisis y en las de bonanza, que algún día volverán, mal que les pese a los
agoreros.
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