En algún sitio, con
origen que desconozco, ha saltado la alarma sobre el estado cada vez más
deteriorado del castillo de Moya. Ciertamente, la noticia resulta sorprendente
ahora: el castillo de Moya lleva décadas en progresivo estado de ruina, situación
perfectamente conocida por todo el mundo, con la secuela habitual de lamentos de
unos y de otros. Si ahora vuelve a recrudecerse la campaña será por algún
motivo especial pero me temo que el destino de este nuevo coro de lamentaciones
tendrá el mismo destino que los anteriores y ahora con mayor fuerza, porque
existe una cosa llamada crisis, que viene al pelo para justificar todos los
desmanes. Si hacen lo que están haciendo con la educación, la sanidad, la
dependencia, incluso con la comida de un altísimo porcentaje de ciudadanos, ¿a
quién importa una ruina más o menos?
Esta opinión, propia de un cínico o, mejor, de un escéptico
en materia de patrimonio, no impide en absoluto que me una a quienes lamentan
la que se perfila como nueva pérdida, irreparable cuando se produzca el caso y
ojalá aún pasen muchos años para ello. El castillo de Moya, conserva partes muy destacadas de la primitiva
construcción cristiana, pero nada de la anterior fortaleza árabe. El actual fue
levantado en el siglo XV y aún pueden apreciarse los matacanes y una
impresionante torre, todo ello de piedra sin labrar. Está situado hacia la
parte meridional de la villa y por tanto controla todos los accesos no solo de
esa dirección, sino también de las inmediatas E y O. La fortaleza está formada
por tres recintos que se podían aislar del resto de la villa (ya que se
encuentran al mismo nivel) mediante un fuerte muro que lleva consigo un foso
excavado. Ese muro tiene una torre cilíndrica en cada extremo; en el centro se
abre la impresionante puerta principal, flanqueada por otros dos torreones
cilíndricos, ahora muy deteriorados.
Ahora que los españoles disfrutan
cada lunes viendo las andanzas y amoríos de los Reyes Católicos, no estaría de más
volver también la mirada hacia esos personajes que aparecen entre bambalinas y
en ocasiones saltan al primer plano, Andrés de Cabrera y su mujer, Beatriz de
Bobadilla, personas muy cercanas a los monarcas, que premiaron su fidelidad y
dedicación con el título de marqueses de Moya. A ellos se debe la consolidación
y ampliación de la inicial fortaleza árabe y ellos, sin duda, se removerán en
sus tumbas al ver cómo las generaciones presentes se entretienen en ver la TV y
no en cuidar su herencia patrimonial.
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