Intento huir
de la tendencia, casi natural en los seres humanos, a lamentar las pérdidas,
las desapariciones, los cierres, los abandonos del tipo que sean. Eso, en los
tiempos que corren, ciertamente poco favorables, ayudan a extender las ideas pesimistas
que, creo yo, nos van invadiendo a todos, arrojándonos en brazos de sentimientos
que invitan al abandono de toda esperanza. Y, sin embargo, sabemos que eso es
así, será así: saldremos, nos recuperaremos y en el pasado quedará el recuerdo de
estos tiempos de tristeza y amargura en el que nos ha sumergido un grupo político
de insensatos a la vez que miserables.
Dicho esto paso
al eslabón siguiente que es, pese a todo, lamentar dos pérdidas que no han suscitado
ningún comentario plañidero en nadie. Sencillamente, se han producido y ya está.
Del centro
de la ciudad, en el corazón mismo inmediato a Carretera y el parque de san Julián,
ha desaparecido de la noche a la mañana la Churrería del Tío Santos, con raíces
asentadas en el inicio del siglo XX. De vez en cuando leemos u oímos comentarios
referidos a vetustos y entrañables cafés de las ciudades más emblemáticas y
singulares del mundo. Los hay en Paris, en Madrid, en Viena, en Berlín, naturalmente.
De Cuenca desapareció el que más se podía parecer a ellos, el Colón y ahora lo hace
la Churrería, el último local, que yo sepa, que aún conservaba mesas con soporte
de hierro y tablero de mármol, en un ambiente cercano, popular, casi castizo, si
esa palabra tiene acomodo en Cuenca. La cerraron de la noche a la mañana, sin tiempo
para tomar el último café con churros. Lo terrible es que en su lugar aparece un
sitio llamado Torus Coffee, cuya sola
mención estremece y más aún el interior. Debería haber una ordenanza municipal que
en vez de hacer lo de todas -amenazar, castigar y multar- se dedicara a proteger
el patrimonio, el auténtico, el de verdad. Pero me da a mí que los concejales no
están para esas minucias.
Arriba, en
lo alto de la ciudad histórica, otro local ha echado el cierre y puesto el
letrerito consabido de “se alquila”. Ya fue arriesgada su apertura -lo dije en
su momento- y heroica la resistencia del promotor, Gustavo Villalba, pero la
Galería Jamete, con su historia y vaivenes a cuestas se despide también y no se
si en esta ocasión no será la definitiva, porque los tiempos, siempre los
tiempos actuales, no están para alegrías culturales y menos, como es este caso,
si no producen un mínimo capital circulante que ayude a mantenerla. Pasaron a
la historia aquellos años en que en Cuenca se podía mercadear con el arte, en
que había alegría compradora y varios coleccionistas se apuntaban de inmediato
a todo lo que colgada en las paredes. En el casco antiguo solo la Jamete
mantenía levantado el pabellón y ahora llega el momento de arriarlo. Estaría
bien que alguien se atreviera a levantarlo de nuevo. Si ocurre, lo anotaré aquí
mismo.
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