domingo, 27 de octubre de 2013

DESPEDIDAS OTOÑALES



            Intento huir de la tendencia, casi natural en los seres humanos, a lamentar las pérdidas, las desapariciones, los cierres, los abandonos del tipo que sean. Eso, en los tiempos que corren, ciertamente poco favorables, ayudan a extender las ideas pesimistas que, creo yo, nos van invadiendo a todos, arrojándonos en brazos de sentimientos que invitan al abandono de toda esperanza. Y, sin embargo, sabemos que eso es así, será así: saldremos, nos recuperaremos y en el pasado quedará el recuerdo de estos tiempos de tristeza y amargura en el que nos ha sumergido un grupo político de insensatos a la vez que miserables.

            Dicho esto paso al eslabón siguiente que es, pese a todo, lamentar dos pérdidas que no han suscitado ningún comentario plañidero en nadie. Sencillamente, se han producido y ya está.




            Del centro de la ciudad, en el corazón mismo inmediato a Carretera y el parque de san Julián, ha desaparecido de la noche a la mañana la Churrería del Tío Santos, con raíces asentadas en el inicio del siglo XX. De vez en cuando leemos u oímos comentarios referidos a vetustos y entrañables cafés de las ciudades más emblemáticas y singulares del mundo. Los hay en Paris, en Madrid, en Viena, en Berlín, naturalmente. De Cuenca desapareció el que más se podía parecer a ellos, el Colón y ahora lo hace la Churrería, el último local, que yo sepa, que aún conservaba mesas con soporte de hierro y tablero de mármol, en un ambiente cercano, popular, casi castizo, si esa palabra tiene acomodo en Cuenca. La cerraron de la noche a la mañana, sin tiempo para tomar el último café con churros. Lo terrible es que en su lugar aparece un sitio llamado Torus Coffee, cuya sola mención estremece y más aún el interior. Debería haber una ordenanza municipal que en vez de hacer lo de todas -amenazar, castigar y multar- se dedicara a proteger el patrimonio, el auténtico, el de verdad. Pero me da a mí que los concejales no están para esas minucias.

                                       
            Arriba, en lo alto de la ciudad histórica, otro local ha echado el cierre y puesto el letrerito consabido de “se alquila”. Ya fue arriesgada su apertura -lo dije en su momento- y heroica la resistencia del promotor, Gustavo Villalba, pero la Galería Jamete, con su historia y vaivenes a cuestas se despide también y no se si en esta ocasión no será la definitiva, porque los tiempos, siempre los tiempos actuales, no están para alegrías culturales y menos, como es este caso, si no producen un mínimo capital circulante que ayude a mantenerla. Pasaron a la historia aquellos años en que en Cuenca se podía mercadear con el arte, en que había alegría compradora y varios coleccionistas se apuntaban de inmediato a todo lo que colgada en las paredes. En el casco antiguo solo la Jamete mantenía levantado el pabellón y ahora llega el momento de arriarlo. Estaría bien que alguien se atreviera a levantarlo de nuevo. Si ocurre, lo anotaré aquí mismo.
 
 

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