Con la paciencia infinita que
milenios de existencia (dos van ya) otorgan a las cosas de la Iglesia, va
cobrando forma la nueva Biblioteca del Seminario de San Julián. Sobre ella se
han vertido algunas páginas, en ocasiones aisladas, y nunca los ríos de tinta
que en verdad se merece. Por lo común, liquidamos el comentario con el aserto
de que es la biblioteca más valiosa de nuestra provincia y una de las mejores
de España, por el extraordinario número de volúmenes antiguos (incluidos casi
un centenar de incunables) que atesora y por la admirable calidad de la mayoría
de los títulos. La colección se ha ido formando a lo largo de los siglos, desde
que se fundó el seminario, merced a sucesivas donaciones y legados, entre los
que no faltan los procedentes de los conventos suprimidos en el siglo XIX y los
realizados por diversos obispos y canónigos cultos que, al morir, dejaron sus
bibliotecas particulares a este fondo.
Pero siendo
esto singularmente valioso en sí mismo, la biblioteca del seminario ha tenido
siempre un pecadillo incorporado: su accesibilidad. Dedicada de manera
prioritaria, por no decir única, a los estudiantes y profesores del centro,
prácticamente no ha podido estar abierta al público, salvo a aquellos
investigadores que, previa autorización, han
podido acceder a un recinto ubicado en los sótanos del seminario, en
condiciones que nunca fueron brillantes ni cómodas. Situación que se corrige
ahora, tras la remodelación de la iglesia de La Merced, adjunta al mismo
edificio del seminario, rehabilitada con gusto y elegancia para proporcionar a
Cuenca un nuevo espacio ciertamente digno de la ciudad antigua. De modo
parcial, en los últimos años hemos tenido ocasión de ir apreciando este
meritorio trabajo, gracias a algunos conciertos celebrados aquí. Ahora, en los
últimos meses, un pequeño equipo de obreros manuales, dirigidos por el canónigo
Vicente Malabia, responsable de la biblioteca, ponen a punto la instalación
mediante la reordenación pausada de los volúmenes, que van siendo trasladado
desde el anterior depósito, comprobados en el catálogo y depositados en su
ubicación definitiva, con la perspectiva de que en un tiempo quizá no muy
lejano la hermosa biblioteca pueda abrirse al público.
Un fondo antiguo aproximado de
35.000 volúmenes y moderno de más de 40.000 pero la nueva instalación ayudará a
desmontar un mito asentado en no se que momento histórico y repetido
miméticamente de autor en autor (ya se sabe que los escribientes tienen una
gran facilidad para copiar a pies juntillas lo que había dicho otro antes que
él), el que atribuye a Alfonso Clemente de Aróstegui el capital fundacional
básico de la Biblioteca, a la que habría entregado miles de ejemplares. No es
para tanto, porque no pasan de 500 los que existen, sin que ello quiera decir
nada, porque realmente la aportación de este intelectual originario
de Villanueva de la Jara, de los pocos que realmente son dignos de ese título,
fue extraordinariamente valiosa. Y así, entre unos y otros, los libros van
siendo distribuidos, colocados, acariciados, hojeados quizá, alineándose
cuidadosamente en sus estanterías, en espera de que el público pueda disfrutar
de lo que, en verdad, va a ser un hermoso espectáculo, una de las bibliotecas
más originales y bellas, objetivamente consideradas, de cuantas pueden verse en
el amplio mundo nuestro.
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