Uno de estos días -fecha
que se va prolongando de semana en semana, desde que en julio comenzó la cuenta
atrás- volverán a abrir los Multicines, ahora rebautizados como Odeón, para
mantener la imagen de marca de la nueva empresa. La novedad tiene un componente
de sorpresa, porque nos hemos acostumbrado a que las noticias que llegan hablan
siempre de cierres de locales; que abra uno precisamente donde estuvo el que
cerró el año pasado, es cosa sorprendente. Con ello, la afición cinematográfica,
francamente alicaída, recupera cinco salas a las que acudir. La gran duda es si
lo hará o, si dejándose arrastrar por la
inercia nacional, seguirá actuando de espaldas a la gran pantalla. Mucho tendrá
que ver con eso un componente que, por razones misteriosas, las empresas que
actúan en Cuenca han dejado de cuidar: la calidad. Consideran que ya no hay
aficionados al buen cine, sino solo espectadores atraídos por el estruendo, los
fuegos de artificio, los efectos especiales y las 3D y las palomitas. De los
cines de Cuenca desaparecieron hace lustros las películas de calidad, las
comprometidas, las originales, la que aportan una visión moderna y atrevida del
mundo en que vivimos. Lo hizo incluso la empresa que gestionó los Multicines,
la de Enrique González Macho, famoso por haber puesto en marcha en Madrid los
Renoir, extendidos luego a otras ciudades españolas. En Cuenca renunció pronto
a toda aventura de riesgo y cayó en manos de la programación más vulgar y
adocenada, comercial sin duda, e incluso, torpeza infinita, repitiendo títulos
con los Ábaco. Naturalmente, el que arriesga su dinero está en su perfecto
derecho de administrarlo como mejor le parece y quizá resulta más rentable
repartir las migajas de la taquilla que atreverse a ganarla entera. Ahora que
va a cambiar el horizonte, algunos nos preguntamos si la nueva empresa de los
Multicines irá, como la otra, por el sendero de lo fácil, la última americanada
llegada de la fábrica imperial o si arriesgará algo, aunque sea poco, en busca
de la calidad, del otro cine que también se hace y gusta, aunque sea a sectores
minoritarios. Porque lo que tenemos al alcance de la mano y de la vista es
deleznable. Por alguna razón misteriosa la empresa actual ha decidido que los
espectadores conquenses somos unos estúpidos, aptos solo para ver lo peor que
nos llega de Hollywood y solo de allí. Prácticamente no hay hueco para
películas de otros países, Corea, Japón, los árabes, los de Europa, apenas un
poco, mínimo, de España, nada que represente un aire fresco y original. Pero es
que incluso renuncia a películas americanas que son de calidad (porque en
Hollywood también las hacen y muy bien).
Podemos mirar la cartelera madrileña, o de cualquier ciudad de nivel
medio, para encontrar el vacío absoluto en la nuestra. Ni siquiera películas
nominadas para el Oscar, o para los Goya, tienen cabida en esas pantallas. Y si
basta con un ejemplo, ahí está Caníbal, de Manuel Martín Cuenca,
una de las máximas aspirantes a los premios anuales del cine español, que aquí
hemos podido ver gracias al Cine Club cuando hubiera podido pasar perfectamente
por las pantallas comerciales. Qué pena que esas empresas multinacionales nos
valoren en tan poco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario