viernes, 27 de junio de 2014

JORGE PARDO VUELVE A CUENCA


 
            No creo que Jorge Pardo recuerde la primera vez que actuó en Cuenca, aunque a lo mejor sí, teniendo en cuenta la singularidad del espacio en que sucedió aquello, el 27 de mayo de 1993, cuando todavía era un primerizo intérprete de jazz, aunque ya iba afirmando pasos en un camino que le conduciría hacia la muy destacada posición que hoy ocupa. El espacio singular a que me refiero es la iglesia de San Miguel, ese excepcional recinto musical que lo mismo sirve para un cosido que para un fregado, pues allí han ido a parar músicos y géneros de todos los pelajes imaginables.

            Los Encuentros con el Jazz los puse en marcha tres años antes, en un empeño por diversificar las oportunidades que, pensaba, deberían tener los conquenses de acceder a músicas de todos los estilos imaginables. El jazz no había tenido aquí hasta entonces muchas oportunidades (por no decir ninguna) y pensé que eso habría que corregirlo. Como ocurre siempre en este tipo de iniciativas, abundaron los escépticos, especie que en Cuenca está siempre dispuesta a participar con todo entusiasmo en el empeño de que nada se mueva más allá de lo prudente. Para el primer Encuentro conseguimos un acuerdo favorable con el arrendatario de la Playa Municipal del Júcar y hasta allá fuimos, media docena de agradables noches primaverales, para tener los primeros contactos con esa música que a unos parece sonidos amasados por el diablo y a otros nos conmueve y emociona como ninguna otra melodía imaginable. Por allí pasaron, entre otros muchos, Perico Sambeat, Larry Martin, Jeff Jerolamon, el gran Chano Domínguez, Ximo Tébar y luego, un par de años más tarde, llegó Jorge Pardo. Para entonces ya habíamos dejado la Playa (porque a algunos adictos les parecía que estaba muy lejos: qué cosas pasan y se dicen) y como no había más espacios adecuados en esta ciudad allá que nos fuimos a San Miguel, siempre disponible y acogedora para lo que de ella se pida.

            Todo eso -y muchas más cosas que se podrían decir- es historia, naturalmente. Ahora, Jorge Pardo vuelve a Cuenca acompañado del título de mejor intérprete de jazz de Europa. Detrás, con él, hay una enorme carrera de progreso continuado, como intérprete –memorable su forma de acariciar la flauta travesera, impresionante los sonidos que consigue del saxofón- pero también como impulsor de iniciativas vinculadas a cuanto tiene que ver con la creación musical y el arte en general, escenario en el que encaja perfectamente la tercera edición del programa Estival Cuenca que ahora se pone en marcha y en el que Jorge Pardo va a tener un momento central, el miércoles día 2, compartiendo música con “The Teacher’s Band” que, por lo que deduzco del título, son de Cuenca y se inician ahora en este camino. Que el festival vuelva  un año más a ocupar una apretada semana con variedad de propuestas y que lo haga habiendo perdido en el camino el patrocinador principal del año pasado pero con otros muchos colaboradores incorporados, dato demostrativo de que detrás de todo ello hay un enorme esfuerzo de organización y un gran cariño hacia los espacios históricos de la ciudad, generosamente aprovechados para llevar hasta ello la música y las actividades complementarias.

 

POESÍA EN PRIEGO


 
             El verano, recién entrado, es el tiempo adecuado, según los tópicos, para muchas ocupaciones lúdicas y festivas. En Cuenca, también para la poesía. La cita es, cada año, en Priego, en torno a una generación, una tendencia o, como en este caso, un nombre, el de Luis Alberto de Cuenca, considerado ya como uno de los poetas imprescindibles cuando se habla de la literatura española actual. Hablamos, además, de una figura variopinta y heterogénea en su multiforme actividad, que va desde su destacado papel como letrista de figuras de la ya histórica movida madrileña (Loquillo, Gurruchaga) en aquellos tiempos locos cargados de alegría e ilusiones (quien pudiera volver a pillarlos ahora) hasta su papel institucional como secretario de Estado de Cultura, en el anterior gobierno del PP. Referencias que vienen aquí para marcar la extraordinaria personalidad que sirve este año de cita en el curso de Priego. Nacido en Madrid (1950), licenciado y doctor en Filología Hispánica, investigador del CSIC, premio nacional de la Critica (1986), director de la Biblioteca Nacional (2000-2004), Luis Alberto de Cuenca figura también en el muy meritorio colectivo de los cinéfilos resistentes a todas las crisis. Fue habitual en aquellas impagables y tantas veces recordadas tertulias organizadas por José Luis Garci en la TV pública en torno a películas del cine clásico.

            Será los días 3 y 4 de julio. Una vez más, Martín Muelas, Juan José Lanz y Ángel Luis Luján, han preparado un intenso programa de actividades que incluye conferencias y recitales, en torno a la personalidad invitada, cuya presencia será, desde luego, un estímulo añadido al conocimiento teórico y a la convivencia activa. Miembro inicial de la corriente del culturalismo de raíces grecolatinas, Luis Alberto de Cuenca comenzó su carrera lírica en los años 70 del siglo pasado, con una abierta dedicación al culto del lenguaje, posiciones desde la que ha ido evolucionando para llegar a ser el máximo representante de lo que se conoce como “línea clara”. Su poesía, cargada de ironía, cercana al lector y a la vez exigente en su dominio de las formas líricas, será estudiada colectivamente por expertos como Luis Miguel Suárez, Juan José Lanz, Antonio Rey Hazas, Francisco Gutiérrez Carbajo y Antonio Carvajal, a lo que se añadirá una mesa redonda, un recital de poetas presentes en el curso y otro más, final, del propio Luis Alberto de Cuenca, cuya presencia personal es un añadido extraordinariamente valioso. Abierto, comunicativo, dotado de un considerable conocimiento sobre las más variadas materias, hombre de mundo y conversador irreductible, el poeta invitado de este año posee en sí mismo suficientes atractivos, humanos y poéticos, para hacer de esta cita un muy buen pretexto para ir a Priego y seguir la estela que hace ya casi veinte años inició Diego Jesús Jiménez al promover la reunión poética de cada mes de julio.

 

 

 

martes, 24 de junio de 2014

UN LUGAR DE LA MANCHA


 
Una de las cuestiones eternas que envuelve los asuntos relacionados con el mundo de las letras (o sea, con el mundo en general) es el de ese lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiso acordarse Cervantes para situar el punto de origen, el lugar de nacimiento y residencia del extraordinario personaje al que dio vida literaria y corporeidad visual. El asunto, que no mereció especial interés para los curiosos de la época, acostumbrados, desde luego, a los juegos e invenciones de sus contemporáneos, ha ido desarrollándose de manera progresiva en los dos últimos siglos, hasta dar origen a un auténtico género de la investigación, el de adivinar (intentarlo) cual fue ese punto, ese lugar, manchego, por supuesto, en que Don Quijote tenía fijada su residencia.

            La última guinda la ha puesto sobre el papel el investigador conquense José Manuel Ortega Cézar, experto en la figura y la obra de Jorge Manrique (hace unos meses pronunció en Cuenca una interesante conferencia sobre este tema) al presentar entre las candidaturas el nombre de Santa María del Campo Rus, referencia a la que llega a través, precisamente, del estudio de la personalidad del poeta-soldado, cuyo cuerpo fue a morir allí, a este lugar próximo a San Clemente, en 1479, tras ser mortalmente herido en el asalto al Castillo de Garcimuñoz.

            El trabajo de Ortega Cézar, publicado en las páginas culturales del diario ABC, se inicia rastreando la posible influencia de Manrique en Cervantes, encontrando algunas curiosas alusiones que demuestran no solo que éste conocía perfectamente la obra de aquel sino que en su novela introduce elementos que aluden de manera muy clara a versos y conceptos manriqueños. Siguiendo esta pista, Ortega elucubra con la posibilidad de que Cervantes, recaudador de contribuciones reales y por ello viajero constante por el territorio que tenía asignado llegara a Santa María del Campo y encontrara allí no solo el lugar concreto, la casa, en que murió Manrique, sino inspiración suficiente para situar allí el origen de las aventuras quijotescas.

            Como todas las hipótesis que carecen de soporte documental, esta se mantiene, por ahora, solo en ese nivel, el de una teoría más próxima a la invención literaria que de la realidad histórica, pero eso no impide encontrarla acompañada del suficiente atractivo como para asumirla, al menos hasta que otra venga a sustituirla. Y ello desde la casi total seguridad, de que nunca podremos saber, con precisión incontestable, cual fue aquel lugar de la Mancha del que Cervantes no quiso dejar ni rastro de su nombre.

 

 

lunes, 23 de junio de 2014

UNA METÁFORA TEATRAL

 
 
LA FRONTERA, O LA RECUPERACIÓN DEL TEATRO HECHO POR JÓVENES
 

            Hablemos de una experiencia satisfactoria. De una experiencia incluso sorprendente, de las que ayudan a desmontar algunos tópicos que todos, más o menos, en mayor o menor medida, vamos acuñando  con el paso de los tiempos. En ese devenir hacia posiciones escépticas o directamente pesimistas, de pronto surge un hecho que interrumpe el proceso, nos hace detener la marcha y ayuda a pensar.

            La introducción ya está hecha. Ahora pasemos al suceso real, escenificado por un grupo de jóvenes estudiantes que sobre un escenario (el único escenario digno de tal nombre que queda en Cuenca) sube a llevar a cabo el montaje de una obra teatral que, para mayor abundamiento, es estreno en la ciudad y ha sido escrita por un acreditado autor igualmente conquense.

            Desmenucemos los diferentes ingredientes de la afirmación anterior. Lo haré aludiendo, necesariamente, a situaciones anteriores, sepultadas en el fondo de la desmemoria, la fruta más abundante en el huerto conquense. Pues hubo un tiempo en que en esta ciudad convivían (y competían) hasta ocho grupos teatrales formados por jóvenes actores y algún director experimentado; montaban obras clásicas y modernas, dentro del orden tolerado por el sistema. Cada centro educativo tenía su propio grupo teatral y había otros vinculados a asociaciones varias. Docenas de jóvenes, estudiantes la mayoría, reforzados con algún adulto, daban vida a la magia intangible pero cierta del teatro. Había además varios concursos anuales, para diferentes edades. El espectáculo se desarrollaba en distintos escenarios, pues también era costumbre aceptada con normalidad que cada centro educativo tuviera su espacio teatral. Por motivos que jamás comprendí (y sigo sin comprenderlo) uno tras otro fueron suprimiendo ese recinto mágico considerando más oportuno montar cafeterías.

            Esa dinámica negativa, tan acorde con la línea que viene tomando cuerpo y forma en esta ciudad durante la última década, se rompe ahora con la presencia en el Teatro-Auditorio de Cuenca del Taller Tusitala formado por alumnos de la Escuela de Arte José María Cruz Novillo. Por qué ese centro decide reanudar el tracto interrumpido y por qué en él hay unos cuantos profesores, bastantes alumnos y un coro de técnicos colaboradores es cosa tan meritoria que solo cabe citarla aquí con todos los parabienes posibles incluyendo el ferviente deseo (utópico quizá) de que cunda el ejemplo.

            Con muy buena voluntad y con numerosos aciertos en el montaje y la interpretación, el trabajo teatral nace, se desarrolla, toma forma, envuelve a los espectadores y llega briosamente hacia el final, sin que falte el necesario toque de sorpresa, imprescindible siempre en cualquier relato que se precie. El que ha escrito Francisco Mora, poeta de mérito reconocido, narrador de amplio espectro y ahora, en los últimos tiempos, autor dramático, además de ensayista, tiene un planteamiento original, muy acorde, metafóricamente, con una latente cuestión de actualidad, pues La Frontera ironiza sobre no pocas de las cuestiones que alteran el ánimo de los ciudadanos actuales, incluyendo la afición de algunos lugares a levantar fronteras que nos separen, contradiciendo así la que parecía tendencia general favorable a eliminarlas por completo.

            En el centro del escenario, ocupándolo de manera permanente, en un trabajo realmente ímprobo, casi extenuante, que requiere diversos cambios de registro, un joven actor, David Ábalos, carga con el peso de la obra, acompañado por un amplio grupo de compañeros que salen adelante con un encomiable nivel medio. Por cierto, que David Ábalos acaba de ganar el premio de interpretación masculina en los premios “Buero” de Teatro Joven, que patrocina la Fundación Coca Cola, por su interpretación del burgomaestre Smith en el montaje El retablo del flautista igualmente representado por la Escuela de Arte Cruz Novillo el año pasado, lo que quiere decir que de casta le venía ya el trabajo.

            Para echar las campanas al vuelo sólo faltaría que en otros centros educativos conquenses surgiera la mecha capaz de prender entre la atonía y la desesperanza que los invade y volvieran a resurgir grupos de teatro capaces de proporcionar a esta ciudad un ambiente que es, a la vez, educativo y lúdico, cosas ambas de absoluta necesidad para poder sobrevivir con moderada satisfacción personal.

 

martes, 17 de junio de 2014

BAJO LA PROTECCIÓN DE LA CORONA




            En este pícaro mundo, quien no corre, vuela. Por eso, el presidente del Tribunal Supremo, Carlos Lesmes, que acaba de estar en Albacete para participar en un acto jurídico-cultural, ya ha pedido de viva voz al rey Felipe VI que mantenga su apoyo a Albacete y al Tribunal Superior de Justicia de Castilla-La Mancha, tradicionalmente situado en la ciudad manchega desde que era Audiencia Territorial. Y uno se pregunta, entre divertido y escéptico, qué tiene que ver el rey, el de hoy o el de ayer, e incluso un hipotético presidente de la República, con la administración de Justicia que, por su propia esencia y naturaleza es algo aséptico, neutral y no cosa sujeta a influencias o protecciones. O así debería ser.

            Otro que corre que se las pela es el alcalde de Alcázar de San Juan que en sintonía con las mejores costumbres cortesanas ha preparado un libro de firmas para recoger testimonios de adhesión al nuevo monarca español que se dispone a sentar sus reales posaderas en el inexistente trono nacional. Será bueno saber, al término del periodo de firma, cuántos fieles alcazareños han seguido la iniciativa de su alcalde.

            Puestas así las cosas y teniendo en cuenta -ya queda dicho- que el que no corre, vuela, las instituciones públicas conquenses deberían hacer un pequeño esfuerzo y dejar por un momento de hacer lo que más les gusta, o sea discutir entre ellas, y sugerir, con toda la razón del mundo, que el nuevo rey cumpla cuanto antes con una de sus obligaciones morales, presidir el Real Patronato de la Ciudad de Cuenca. Su padre, el dimisionario rey Juan Carlos, cumplió el trámite una sola vez, de prisa y corriendo. Los Reales Patronatos, como las Reales Academias, se llaman así porque cuentan (al menos en teoría) con la alta protección de la corona. Y si la corona no está en estos tiempos de tribulación para proteger mucho, sí por lo menos para mostrar simpatía hacia aquellos organismos que están bajo su real patrocinio.

            Así que ya ven lo que se podría hacer. Dejen por un rato de estar a la greña por un quítame allá esas pajas e inviten al joven monarca a tomar contacto con este Real Patronato. Seguro que en ello cuenta con la aprobación de la reina Letizia, a cuyo gusto y afición por Cuenca se debe el que aquí viniera la pareja a pasar su primer día de recién casados.

 

LA ALEGRÍA DE LA FERIA


            Qué suerte tienen las ciudades a las que se da la oportunidad de tener Feria del Libro. También habría que pensar en por qué algunas de esas ciudades que tuvieron tal Feria, un mal día dejaron de tenerla. Cuando surgen temas como este -y en Cuenca son cada vez más frecuentes- todo el mundo mira hacia otro lado haciendo aspavientos expresivos: yo no he sido, parecen decir, añadiendo: la culpa es el del otro. Y por eso, la casa está siempre sin barrer.

            Es inevitable mirar hacia nuestro dolorido ombligo cuando contemplamos imágenes y leemos crónicas o comentarios sobre la Feria del Libro de Madrid, recién clausurada. No me dejaré envolver por los datos, siempre peligrosos de interpretar, aunque los voceros de la propaganda cifran en un 5% el aumento de las ventas en relación al año anterior, con una facturación de casi siete millones y medio de euros, o sea, 350.000 más que en 2013. Pero eso, insisto, no tiene nada que ver (aunque para los libreros sea mucho) al lado del enorme espectáculo de ver a cientos de miles de personas paseando entre las casetas, acercándose a acariciar volúmenes, dejándose envolver por el aroma de la letra impresa y la cálida cercanía de los autores.

            El libro, en general, en todos sus componentes, se encuentra en crisis, manoseada expresión que en economía ya no tiene sentido pero que en el ámbito de la cultura la sigue teniendo, y mucho. Los expertos, que los hay incluso en materia tan resbaladiza como ésta, aseguran una y otra vez que el acelerado cambio de costumbres en que estamos inmersos pone en cuestión el papel del libro como objeto y más aún el del lector-comprador. Todo eso es muy complejo, lo estamos viendo y viviendo y ni el más atrevido profeta se atreve a vaticinar hacia dónde nos conducirá el futuro. Pero cualquiera que sea el sistema vigente para facilitar la transmisión de ideas, conocimientos, entretenimiento y emociones, algo deberá haber que consuele a los seres humanos desasistidos y perdidos en el fárrago de fuerzas incontrolables que cada vez más nos hacen pensar en la fragilidad de nuestra existencia. Y ese algo, creo yo, no serán las nintendos ni artilugios similares, sino el libro, vendido y comprado por no se qué sistema y en qué soporte, pero siempre asequible en nuestras manos.

            Y para celebrar su existencia, debe haber Ferias del Libro. Quienes pueden deberían asumir, como dogma de fe inconmovible, que una ciudad debe tener siempre, cada año, Feria del Libro. Porque, como dice Teodoro Sacristán, director de la recién clausurada de Madrid, “si la Feria no existiera sería terrible”.

 

VIAJEROS A TRAVÉS DE LAS LETRAS


 
         Las malas noticias, aunque se esperen, son igual de malas y, curiosamente, también llegan de manera inesperada. Ese es un factor que suele acompañar siempre a la muerte, que solo los más allegados están en condiciones de asumir con aparente normalidad. Los demás, quienes estamos lejos del amigo que emprende el camino, recibimos el mensaje con algo de sobresalto e incluso con días de retraso. Así toca hoy anotar la pérdida de Ángel Villar Garrido (Leganiel, 1947), ingeniero, investigador y, junto con su hermano Jesús, pertinaz buscador de textos viajeros por el territorio de Castilla-La Mancha, singularmente por la provincia de Cuenca, a la que dedicó (dedicaron) un volumen espectacular por su contenido tanto como por la sabiduría demostrada por quienes acertaron a rastrear cuantas palabras, visiones y observaciones se han realizado sobre nuestra tierra.

         Ingeniero técnico industrial, de joven participó en no pocas aventuras culturales, sobre todo en el terreno teatral como aficionado. También rodó un corto dedicado a Madrid y a Juan Ramón Jiménez, participó en cursos sobre movimientos artísticos, antes de emprender la titánica empresa de hacer antología de los textos viajeros. Así apareció Viajeros por la historia (1997), referido al conjunto de Castilla-La Mancha, que completaron con un volumen dedicado exclusivamente a Cuenca (2004), otro a Albacete (2006) y un tercero a Guadalajara (2006), quedando pendientes los dedicados a Toledo y Ciudad Real. Más tarde apareció otro texto parecido, aunque con un planteamiento diferente: La Guerra de la Independencia en CLM vista por viajeros extranjeros. En ese recorrido por las gentes y los paisajes no faltó la mirada afectuosa hacia el pueblo natal: Leganiel, un pueblo y algo más (1984). Algo más debería decirse también aquí, para impregnar de emoción palabras que pueden parecer frías, mera crónica biográfica, incompletas si no se menciona la enorme calidad humana de quien ahora está ya de viaje hacia el territorio ignoto, el que nadie ha podido contar ni resumir. Y al que deseo acompañar con el mejor de los deseos, el de que haya encontrado ya el sosiego y el descanso que en sus doloridos últimos años no pudo disfrutar.