martes, 24 de junio de 2014

UN LUGAR DE LA MANCHA


 
Una de las cuestiones eternas que envuelve los asuntos relacionados con el mundo de las letras (o sea, con el mundo en general) es el de ese lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiso acordarse Cervantes para situar el punto de origen, el lugar de nacimiento y residencia del extraordinario personaje al que dio vida literaria y corporeidad visual. El asunto, que no mereció especial interés para los curiosos de la época, acostumbrados, desde luego, a los juegos e invenciones de sus contemporáneos, ha ido desarrollándose de manera progresiva en los dos últimos siglos, hasta dar origen a un auténtico género de la investigación, el de adivinar (intentarlo) cual fue ese punto, ese lugar, manchego, por supuesto, en que Don Quijote tenía fijada su residencia.

            La última guinda la ha puesto sobre el papel el investigador conquense José Manuel Ortega Cézar, experto en la figura y la obra de Jorge Manrique (hace unos meses pronunció en Cuenca una interesante conferencia sobre este tema) al presentar entre las candidaturas el nombre de Santa María del Campo Rus, referencia a la que llega a través, precisamente, del estudio de la personalidad del poeta-soldado, cuyo cuerpo fue a morir allí, a este lugar próximo a San Clemente, en 1479, tras ser mortalmente herido en el asalto al Castillo de Garcimuñoz.

            El trabajo de Ortega Cézar, publicado en las páginas culturales del diario ABC, se inicia rastreando la posible influencia de Manrique en Cervantes, encontrando algunas curiosas alusiones que demuestran no solo que éste conocía perfectamente la obra de aquel sino que en su novela introduce elementos que aluden de manera muy clara a versos y conceptos manriqueños. Siguiendo esta pista, Ortega elucubra con la posibilidad de que Cervantes, recaudador de contribuciones reales y por ello viajero constante por el territorio que tenía asignado llegara a Santa María del Campo y encontrara allí no solo el lugar concreto, la casa, en que murió Manrique, sino inspiración suficiente para situar allí el origen de las aventuras quijotescas.

            Como todas las hipótesis que carecen de soporte documental, esta se mantiene, por ahora, solo en ese nivel, el de una teoría más próxima a la invención literaria que de la realidad histórica, pero eso no impide encontrarla acompañada del suficiente atractivo como para asumirla, al menos hasta que otra venga a sustituirla. Y ello desde la casi total seguridad, de que nunca podremos saber, con precisión incontestable, cual fue aquel lugar de la Mancha del que Cervantes no quiso dejar ni rastro de su nombre.

 

 

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